Los artículos de la serie Los misterios del Alto Paraná fueron publicados en el diario socialista argentino La Vanguardia (Buenos Aires) de mayo de 1908 a enero de 1910. La mayoría de los artículos llevan este título, sin embargo, hay algunos que no. Los artículos que aparecen aquí fueron recuperados de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno en Buenos Aires, el archivo digital del Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores de las Izquierdas y el archivo digital de Brill, accedido mediante la biblioteca del Ibero-Amerikanisches Institut. Se usó como base inicial para el trabajo de recopilación los aportes de Naboulet, La justicia en Misiones (Barcelona: Jéan Valjean, 1917) y Sarreal, "Trabajadores de la yerba mate o los esclavos blancos en los bosques del nordeste. Argentina al principio del siglo XX", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, (60), 2024.
EN EL ALTO PARANÁ
El latifundio y la esclavitud
HORRORES DEL CAPITALISMO
Cuál es la suerte del peón en los yerbales y obrajes
Obreros asesinados
Un llamado a la civilización y la justicia
Oirán el gobierno y los diarios
Sin comentarios, por hoy, damos a continuación la carta que nos dirige un ciudadano cuya veracidad nos garantiza particularmente nuestro compañero Jacinto Coza.
Las tremendas revelaciones de nuestro comunicante, poco o nada conocidas, sobre todo de la mayoría del pueblo, reclaman la atención de la prensa y de la llamada opinión pública.
LA VANGUARDIA la prestará con todo el interés que merece la suerte de un proletariado esclavo, absolutamente incapaz para defenderse de sus amos, los ricos empresarios voraces y latifundistas todopoderosos que les roban la libertad y la vida.
He aquí la carta en cuestión:
Villa Encarnación, (Paraguay), Abril de 1908. — Ciudadano director de LA VANGUARDIA—Habiéndome entrevistado días pasados vuestro activo y entusiasta compañero de causa Jacinto Coza, de Posadas, convinimos que ya había llegado la hora de revelar al mundo los horrores que tienen por teatro el Alto Paraná, convertido en un cementerio de la civilización.
No dudo, pues, que esas revelaciones tendrán el mérito de conmover la inteligente Buenos Aires y de llamar su atención.
Se llama “Alto Paraná” una extensa zona de cinco mil leguas de superficie cruzada de Norte a Sud por el río Paraná; zona que abarca tres naciones: Argentina, Paraguay y Brasil, y de la cual extraen yerba y madera, sin que los dueños, unos veinte latifundistas, permitan a nadie entregarse a la agricultura, ni al comercio, ni a ninguna industria.
La esclavitud es practicada allí sin apelación posible, y los garitos donde se efectúa esa trata de los blancos están en Posadas (Territorio de Misiones) y Villa Encarnación, (República del Paraguay). Esa esclavitud es consentida por los gobernadores jueces de menores y sub-prefectos marítimos de ambas costas. En la acepción más lata de la palabra: gobernadores jueces y sub-prefectos han traicionado vergonzosamente la dignidad de su empleo y han optado por la calma relativa del espectador, mientras que en su jurisdicción los negreros convierten la bandera argentina en bandera de piratería.
La civilización moderna retrocederá horrorizada al saber que tales infamias se cometen a la sombra de la legalidad y que los esclavistas tienen hasta oficinas antropométricas en Posadas y Villa Encarnación, que funcionan allá con el beneplácito de las más altas autoridades de esos territorios. La humanidad asombrada se preguntará cómo es posible que en la República Argentina, cuya civilización, orgullo de la raza latina, irradia como una aurora boreal sobre las heladas rutinas del pasado, se puede asesinar impunemente a unos peones que fugan huyendo del hambre y de los malos tratos: pero la triste e implacable realidad le mostrará los cadáveres de siete peones fusilados por las espaldas hace más o menos un año, por orden de una empresa yerbatera y entre los esqueletos de esos infelices el de un menor de 14 años de edad!
Las madres argentinas, las madres de los futuros herederos de un nombre que con el tiempo triunfará de las históricas aberraciones internacionales para resplandecer en un campo de paz y de trabajo engrandecido, las madres de otras nacionalidades que crían a sus hijos en un ambiente de amor materno que se desenvuelve a la sombra de una bandera que protege a los niños desvalidos, esas madres sentirán las lágrimas asomar a sus ojos al saber que hay un territorio argentino donde las criaturas mueren de hambre. . . mueren sin socorros, sin testigos en las selvas inmensas, en las selvas que no lloran, en las selvas donde la civilización entra bajo la forma de una cadena y sale bajo la forma de un cadáver.
Las nobles damas bonaerenses que sostienen con su peculio o con la inagotable fuente de recursos que mana sin cesar del gran corazón de la opinión pública, o instituciones filantrópicas, oirán con estupor que al Noroeste, allí donde más hermosas son las selvas, más cariñoso el sol, más acariciador el ambiente y más exuberante la vegetación, gimen miles de infelices uncidos al yugo de la esclavitud, y que entre esos infelices hay centenares de mujeres y de criaturas a quienes sólo alcanzan dos veces al día el repugnante y aburridor “yopará”, mezcla de maíz, porotos y carne salada.
Los corazones sensibles que prodigan a la infancia desvalida todo el apoyo de la caridad; los que se complacen en fundar “Kindergarten” y “Gota de leche”, quedarán asombrados al saber que mientras ellos están luchando para arrancar tiernas existencias al vicio o a la muerte, otros con tal de enriquecerse a “grande vitesse”, sepultan en las selvas umbrías y solitarias a centenas de desgraciadas mujeres con todos sus hijos para así aprovechar todo lo que puede dar el mecanismo humano del hombre que los tiene o del hombre que los engendró.
Los que se figuran que las reivindicaciones sociales han dado un gran paso, quedarán atónitos al saber que hay hombres y menores de edad tratados peor que los animales; hombres y menores de edad que trabajan desde las dos o las tres de la mañana en el bosque, truene o llueva en los yerbales o en los obrajes; y que esos parias explotados de todos lados, todo el año y toda la vida, permanecen a veces años y más años en las selvas sin apercibir jamás un horizonte que tenga más de cuarenta a cincuenta metros de diámetro.
Los que legislaron aboliendo los castigos corporales se sorprenderán al saber que los empresarios yerbateros y obrajeros aplican castigos corporales a sus peones, les hacen azotar o dar cintarazos, colgar de los pies como una res, o los mandan matar si aquellos peones huyen y son encontrados. Con más razón se sorprenderán si supieran que dichas empresas tienen cepos, grillos y otros instrumentos de tortura.
Los que abogan por la reglamentación del trabajo de la mujer y del menor de edad no volverán en sí al saber que el 75 por ciento de esos esclavos lo forman los menores de edad, y que de esa cantidad ni el 20 ni el 10 por ciento tal vez alcanzan después a la edad de 40 años; que los pocos que salvan quedan inútiles; que el “surmenage” los diezma y que, cuando vuelvan (si vuelven!) son viejos a los 25 años, enfermizos, incapaces de toda concepción, sifilíticos, pasados hasta los huesos por la malaria, reducidos a esqueletos ambulantes que aprovechan los quince o veinte días de licencia que les dan cada año o cada dos o tres años, para bajar a las poblaciones ribereñas, emborracharse y engancharse otra vez por dos o tres años más.
Y todo esto sucede al amparo de las banderas argentina, brasileña y paraguaya. En esas selvas ha muerto o ha quedado cretinizada la flor de la juventud paraguaya que se levantaba robusta y sana en las campañas del centro, y ahora, como ya no hay más paraguayos jóvenes para elegirlos, los negreros tienden sus miradas sobre el territorio de Misiones y sobre la provincia de Corrientes porque tienen que renovar sus esclavos, pues un hombre no puede sufrir más de 10 a 15 años de trabajo en el Alto Paraná, cuando mucho. Los más mueren en el yugo. Los que no mueren son jubilados (!!) a la edad de 25 a 30 años, es decir, los devuelven a la sociedad hechos escombros, enfermizos, encorvados, con los pulmones comidos, paralíticos, corrompidos por el alcoholismo y las enfermedades secretas que contraen en sus momentos de borrachera cuando bajan licenciados a Posadas o a Villa Encarnación. Los menores vienen extenuados por el “surmenage”. Se estiran hacia arriba, doblándose. Sus miembros se adelgazan y las venas saltan afuera. Su tez se pone cada día más pálida, se identifica con el color sombrío de la selva, luego con el color de la tierra. Así se mató a casi toda la juventud paraguaya; así se mató a la juventud misionera de Santa Ana, Candelaria, Cerro-Corá, San Ignacio, Corpus y Posadas; así se matará a la de Santo Tomé, Mercedes, Ituzaingó, Concepción, etc., porque ya andan por allí los “raccoleurs” de Núñez y Gibaja y Domingo Barthe, pasando el rastrillo sobre los hombres sanos y atrayéndolos hacia Posadas con el espejismo del anticipo, contrata que empieza con dinero para gastar en caña y prostitutas, y acaba con la muerte o cuando menos con la decrepitud a una edad en que los demás hombres recién hacen su entrada formal en la vida.
¡Qué cuadro! ¡Qué bochornoso para la civilización de la República Argentina y del Paraguay!
La esclavitud consentida!
El “surmenage” de los menores de edad consentido!
La trata de blancos consentida!
¿Queréis mayor vergüenza para la dignidad nacional que esa oficina antropométrica de los negreros instalada con el consentimiento de los gobernadores y de los jueces de menores?
¿Queréis mayor desfachatez en la complicidad manifiesta de las autoridades marítimas que esos embarques de cien a ciento cincuenta peones en un espacio de 40 a 50 metros cuadrados apenas, donde permanecen hacinados tres, cuatro, cinco y hasta seis días, minados por la diarrea negra, el escorbuto, y en contagio constante con todas las enfermedades que azotan generalmente a esos desgraciados?
¿Queréis mayor afrenta para la República Argentina que esa trata de blancos amparada por los jueces. . . esa trata de blancos que arrastra consigo al interior de las selvas desde la criatura de pecho que la infeliz esclava lleva a morir irremisiblemente allí, hasta el niño de 10 a 12 años que va en calidad de cuarteador en los obrajes y de madrinero en los yerbales?
¿Para qué seguir?
Ya llegó la hora de descubrir esos horrores y de abrir ese cementerio de la civilización a todas las iniciativas y a todas las ideas. En esas 5.000 leguas no hay un solo agricultor libre e independiente, y esto es decirlo todo.
La mayor parte de esas propiedades de 50, 100, o 200 leguas convertidas en latifundios son mal habidas, y además puede imponérseles la subdivisión de la propiedad por medio de fuertes impuestos sobre las tierras incultas.
LA VANGUARDIA tiene una hermosa ocasión de defender una causa grande y noble, y de descorrer el velo que hasta hoy—a causa de la concupiscencia de los empleados del gobierno—permanece como un telón de piedra entre la civilización y el cementerio donde se cretiniza o se asesina a las razas que habían producido hombres valientes y aguerridos como los entrerrianos, los correntinos y los paraguayos.
Ya es tiempo de interrumpir esa marcha fúnebre que acompaña a generaciones enteras al cementerio o al alcoholismo, al fusilamiento o al embrutecimiento, a la muerte o a la degeneración. La sociedad moderna tiene el derecho de intervenir y de hacer cesar esa monstruosa explotación de la miseria ajena y de la ignorancia. El gobierno argentino tiene el derecho, más todavía, el deber de impedir que se embarquen menores de edad para esos parajes, porque allí no hay poblaciones, no hay autoridades, no hay escuelas, no hay médicos ni boticas, no hay casas de comercio, en fin, no hay ninguno de los recursos y amparos que la civilización moderna pone al alcance de los desheredados y de los oprimidos. Igualmente se debe prohibir el embarque de peones en las condiciones que actualmente se emplean, es decir, de peones que ya han recibido 200 o 400 pesos a cuenta de su futura esclavitud, disfrazada en esos casos con las pomposas palabras de “cumplimiento del contrato”.
La bandera argentina es usada como bandera de piratería, que los esclavistas enarbolan sobre la carne humana que llevan hacinada en sus vapores, junto con las mercaderías que pasan de contrabando, porque esa costumbre amparada por la impunidad, es en ellos una manía, un “modus vivendi” que les sirve para comprar a las autoridades y sentarse en la mesa de los gobernadores. El sistema implantado por los negreros del Alto Paraná, a más de ser peligroso, es terriblemente funesto para la sociedad, el individuo y la familia. Por eso se nota con tristeza el fenómeno siguiente: los peones, al bajar al año o a los dos o tres años, no piensan en ir a visitar a sus familias, sino que van derechos a sacar un nuevo anticipo, y de allí van al boliche y al toldo de la prostituta. Los paraguayos bajan en Posadas y los argentinos en costa paraguaya, para así escaparse del servicio militar. Luego, los empresarios tienen la viveza de repartir sus peones como novillada en diferentes potreros: a los argentinos los mandan al Paraguay o al Brasil, y a los paraguayos y brasileños a las Misiones Argentinas. Así se escapan de todo compromiso y del cuartel.
Suponer un solo instante que el gobierno argentino deje subsistir tan monstruoso estado de cosas, sería hacerle una injuria. Pero la campaña se debe abrir con mucho tino, rapidez y energía, en combinación con los diarios brasileños y paraguayos, respectivamente. Es lo que ansían todos los hombres altruistas, todos los hombres de sentimientos humanitarios, todos los hombres emprendedores, y todos los que gimen dolorosamente al contemplar ese tráfico de esclavos amparado por tres banderas, por ministros y gobernadores, y que, sin embargo, caerá aplastado por el pequeño tipo de imprenta, eterno castigo de los verdugos de raza, y de los parásitos de la labor ajena.
La opinión pública en el Brasil y en el Paraguay es conocedora de esas infames explotaciones. Desde enero vengo descubriéndolas todas en “A Noticia”, diario de Curityba, y en “Rojo y Azul”, semanario de Asunción. Sólo faltaba que Buenos Aires encamine esas ideas reparadoras hacia el terreno de la realización, y nadie mejor que LA VANGUARDIA puede asumir la defensa de los oprimidos, por tratarse de un tema que forma parte de su gran programa libertario.
Téngase en cuenta que el Alto Paraná está completamente cerrado a la civilización y al comercio. Nadie puede recorrer ese territorio de cinco mil leguas sin permiso de los latifundistas. Nadie puede visitar a los esclavos, ni verlos, en el centro donde sufren todos los horrores de un “surmenage” que diezmaría en dos o tres años a cualquiera otra raza menos fuerte. Baste decir que en los tres mil y pico de peones no hay ni un solo europeo. Ni uno sólo!
Allí no pudo penetrar ni Patroni, ni Pinto, ni ningún socialista. Allí no llega ningún eco de la civilización, ni un diario, ni una carta, ni una proclama, nada! Los esclavos no ven más que el yugo de la deuda a pagar en meses o años, y el rostro ceñudo del mayordomo. Sus únicas conversaciones giran sobre los mismos aburridores temas: el trabajo de yerba o maderas, y alimentan las mismas esperanzas: bajar a Posadas para “farrear” unos días.
El único modo de descubrir los horribles secretos de esas selvas, es conchabarse de dependiente con algún empresario. Así pude yo verlo todo, y completar con datos emanados de testigos insospechables el fondo obscuro del pasado que se escapaba a mis investigaciones. Esa pesquisa me costó siete años de paciente labor. Los doy por bien empleados si puedo con estas publicaciones mejorar la suerte de tantos infelices que gimen ignorados en ese cementerio de la civilización.
Saludo al ciudadano director con la esperanza de su hospitalidad, la fe en el triunfo, y la satisfacción de no encontrarme solo en esta lucha contra los negreros del Alto Paraná, que han llevado el crimen de lesa humanidad a su más alta potencia.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
La trata de blancos
INQUISICIÓN, MONOPOLIO, ESCLAVITUD, PROSTITUCIÓN Y DECADENCIA
Villa Encarnación, abril de 1908.
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
Vamos a abrir las páginas más horrorosas que la tiranía capitalista ha escrito en el corazón de Sud América, y si después de leerlas, los gobiernos argentino, paraguayo y brasileño, respectivamente, no toman medidas enérgicas para aniquilar esas potencias destructoras de razas, que se llaman empresarios yerbateros y obrajeros del Alto Paraná, es preciso renegar entonces del sentimiento humano y de la dignidad de los gobiernos.
Nada se sabe en la opulenta Buenos Aires de lo que pasa en esa región que se llama Alto Paraná. Se ha saqueado el territorio de Misiones, y lo siguen saqueando a la luz del día; se lo han repartido entre ocho propietarios desde Posadas hasta el Iguazú, y mientras que ustedes, allá, consideran ese territorio como una Mesopotamia reservada para el porvenir, aquí, los yerbateros y obrajeros siguen destruyendo noche y día, ensanchando sus explotaciones vandálicas cada vez más, burlándose de cuantas leyes habidas y por haber podrían sujetarlos.
Esos empresarios, que son los terratenientes de Posadas, cuentan con la complicidad manifiesta de los gobernadores, de los jueces letrados, que lo pasan allí como en un hotel; de los subprefectos marítimos y empleados de aduana, y de ciertos turistas, viajeros, escritores o periodistas que han vendido su conciencia por un pasaje a bordo de los vapores negreros, o han pasado por en medio de esos saqueos libres y al lado de las cadenas del esclavo sin apercibirse de nada.
Jamás llegó hasta Buenos Aires una sola palabra de verdad sobre el Alto Paraná. Los Manuel Bernárdez, los Spegazzini y otros no hablaron una sola vez, desfavorablemente, de los saqueadores.
¿Ceguera o mordaza de oro? ¡Vaya uno a saberlo!
Y hace treinta años que dura esta mistificación.
Durante esos treinta años no ha habido un solo argentino que haya lanzado un solo grito de protesta.
Durante esos treinta años se ha conducido al matadero del Alto Paraná a generaciones enteras, que no volvieron sino encorvadas y cretinizadas.
Durante esos treinta años se acabó con casi toda la juventud campesina del Paraguay, y ahora se embrutece y se cretiniza a la juventud campesina de Misiones, de las provincias de Corrientes y Entre Ríos, y se va hasta Río Grande a reclutar juventud brasileña, como quien va a comprar una tropa para el abasto de un pueblo, de a uno, de a dos, de a cinco o de a diez.
Todos esos infelices son menores de edad. Lo que se llama aquí “peón viejo” no es llamado así por la edad, sino porque tiene seis, ocho, diez o doce años de trabajo en el Alto Paraná.
En ese cementerio de la civilización, ningún hombre aguanta más de quince años. Así que si lo han llevado a la edad de 13 a 17 años, a los 30 habrá muerto o volverá hecho sombra de sí mismo.
De esta manera han desaparecido varias generaciones de paraguayos y argentinos. La selva los sepulta por meses o años, y si se les afloja un poco la cadena es para largarlos licenciados por unos días, durante los cuales les dan pequeñas sumas de dinero para que se emborrachen a gusto y retocen con las rameras; y cuando esos anticipos alcanzan a 70, 80 o 100 pesos, los embarcan nuevamente hacinados como un ganado vacuno, y los secuestran en el interior de las selvas, donde los tratan peor que a animales.
Oíd lo que dice un diario brasileño, “A Noticia” de Curityba, del 26 de marzo pasado:
“Esos hombres, perdidos por siempre para el progreso, porque allá se cretinizan y se embrutecen limitando sus aspiraciones a pagar su deuda al negrero para volver a contraer otras más, y así permanecer esclavos toda su vida; esos hombres son arrancados al trabajo manual, a la industria y a la agricultura para ser confinados años y años en las selvas donde no llega más “ni un sólo eco de todo el mundo civilizado” (!), donde no hay ni un solo juez para amparar sus derechos y garantizar su vida y de donde volverán (si vuelven!) hechos cadáveres ambulantes, enfermizos, demacrados, anémicos, inútiles a sí mismos y a la sociedad, embrutecidos por la labor del esclavo y por la esterilidad de sus esperanzas.
“El 70 por ciento de esos infelices es formado por menores de edad, a los cuales han arrancado por medio de ardides a los brazos de sus familias, y, sin embargo, jamás se ha visto que un juez de Posadas o de Villa Encarnación haya prohibido su embarque; ni que un director de la Colonia Foz do Iguazú haya impedido su desembarque en territorio brasileño.”
Y cómo no van a escoger los menores de edad si los peones viejos ya murieron todos!
Sin embargo, los patrones son los mismos. Centenares, miles de hombres mueren a su servicio, o quedan inútiles para todo trabajo y para toda la vida; pero ellos, en cambio, se enriquecen.
Generaciones enteras desaparecen en el Alto Paraná, y sólo ocho o diez hombres apenas resultan favorecidos.
Ahora han empezado con los menores de edad.
Ahora es el crimen audaz, neta y francamente atrevido.
¿Qué les importa a esos negreros que vayan a extinguirse allí ocho o diez generaciones más?
¿Qué les importa, si esas infelices mujeres que siguen a los esclavos van a parir allá criaturas a las que el cretinismo y la miseria han afectado en las propias entrañas de la madre, porque han sido concebidas entre espasmos de borrachera y de prostitución?
Venga yerba! Venga madera!
Y lo demás, los tiene sin cuidado.
Sigamos leyendo “A Noticia”, del 21 de marzo.
Se trata de los menores de edad arrastrados a la esclavitud disfrazada.
Habla el diario brasileño:
“La araña que acecha a la mosca no despliega más astucia que el “conchabador de peones” para conseguir una presa destinada a la esclavitud. Escoge de preferencia a los menores de edad, porque los hombres maduros no se dejan engatusar tan fácilmente.
“Los menores de edad de estos puntos corrompidos por el ejemplo, analfabetos y sin educación en el hogar, son viciosos desde temprano: saben fumar, beber pinga, frecuentar bailes, carreras, riñas de gallos y jugar a la baraja desde los diez, once o doce años. Apegados a todos los vicios de ese medio ambiente que ha convertido a Posadas y Villa Encarnación en una Sodoma y Gomorra sudamericanas, faltándoles recursos para satisfacer, lo que ellos llaman sus necesidades, están inmoralmente preparados para escuchar ofertas de dinero.
El conchabador, aprovechando las sutilezas del idioma guaraní, empieza a ponderarles las ganancias del trabajador que va al Alto Paraná. Lo llama al menor ché rahy . . . (mi hijo), lo palmotea, le convida con una o varias copas, y, finalmente, lo arrastra con engaños hacia la casa de negocios del empresario yerbatero, donde se le anticipa 70 o 150 pesos a cuenta de un año de trabajo en los yerbales.
“Desde aquel momento aquel infeliz ya no se pertenece. Lo llevan a una especie de oficina antropométrica llamada Oficina Informativa, instalada por los mismos empresarios yerbateros, y que, a más de ser inconstitucional e inhumana, es una vergüenza sin nombre para las repúblicas Argentina y del Paraguay, respectivamente.
“En esa oficina apuntan su nombre, edad, profesión, estado, nacionalidad, filiación, señas particulares, y también el nombre y apellido de su futuro dueño.”
Aquí una pequeña digresión:
¿Cómo es que los empresarios yerbateros y obrajeros han podido establecer una oficina antropométrica en las barbas de los gobernadores y jueces letrados?
¿Cómo es?
Ya lo suponemos. Es a cambio de concesiones recíprocas. Y como ya sabemos lo que esto significa, seguiremos adelante:
“Cuando sale de allí, el joven peón es un hombre perdido para la civilización, para el progreso, para la sociedad, para su familia y para su mismo país.
“Lo volveréis a ver durante unos pocos días cada dos, tres, cuatro, cinco o más años. Lo veréis con vistosa ropa de pacotilla, ropa de clown más bien que ropa de hombre trabajador, amarillento el rostro, hundidos los ojos, con el estigma de la malaria en su piel demacrada y su prematura condenación a muerte escrita en la frente. Lo veréis, borracho, tambalear prendido del brazo de una prostituta callejera, gozar una diversión ficticia, sumergirse en un aturdimiento erótico, desquitar en pocos días las privaciones sufridas durante años en selvas, donde no ha tenido más horizonte que la picada, más alegrías que las brutales reminiscencias de sus orgías pasadas, ni más civilización ni roce social que los de sus compañeros de yugo y cretinismo. Lo veréis encaminarse infalible y nuevamente hacia la casa del patrón yerbatero, firmar o renovar su contrata esclavizadora, con tal de volver a tener otros 70 o 150 pesos de anticipo, para gastarlos en pocos días, antes de subir otra vez en el vapor que los llevará para esos cementerios de la civilización que se llaman Este Paraguayo, Misiones Argentinas y Oeste Paranense.
“Y llegarán varios “fin de zafra” en que no bajará más. La prostituta, su marchante, en vano lo esperará. Su familia misma extrañará su prolongada ausencia. Aquel esclavo ya no pertenece al mundo de los vivos. La muerte remató su existencia en algún toldo situado a 20 o 30 leguas, en el interior de las selvas.
“Habrá muerto joven, tumbado por el chucho, la pulmonía, o la tisis galopante. Habrá muerto solo, como un chacal en el desierto, como un buey viejo en un pantano. Habrá muerto abandonado de todos, lejos de los suyos, lejos de sus compañeros de cadena, obligados a ir al trabajo todos los días, aunque sea bajo la lluvia. Habrá muerto sin socorro humano, sin nadie tal vez que cerrara sus ojos, sin el más leve consuelo, revolcándose sobre una tarima de tacuaras, en un toldo azotado por la inclemencia del tiempo, sin una voz compasiva que murmura a su lado siquiera esas dos palabras, elocuentes y desgarradoras en esas circunstancias: “¡Pobre amigo!. . . ”
“Y todavía, dichoso de él si el ojo inquisidor del mayordomo, al verlo febriciente, enfermizo y con algunos soplos de vida suficientes para alimentar días más ese esqueleto ambulante, no lo escoge entre los demás sentenciados al mismo fin, y lo aparta como a un animal inútil para el servicio para embarcarlo en el primer vapor y devolverlo a Posadas o a Villa Encarnación, como diciendo a esas dos ciudades: “Tomad mi obra: dadle de comer!”
“Detalle horrible: ni el 10 por ciento de esos infelices menores de edad, arrastrados así con engaños a la esclavitud, alcanza a cumplir los cuarenta años de edad!
“Mueren jóvenes. Mueren artríticos, o minados por la ictericia, o llevados como hoja seca por la pulmonía contraída sudando bajo las lluvias torrenciales, o anémicos, o de accidentes, o por falta de asistencia médica, de remedios y de sustento.”
Ahora han encontrado un método más expeditivo de diezmar a los pocos menores de edad paraguayos y argentinos, nativos de Misiones y Corrientes, que se han escapado hasta hoy de sus horcas caudinas. Duplicaron el anticipo, y así, duplican el alcoholismo y las prostitutas.
Antes daban 50 pesos adelantados: eso era el precio corriente de un esclavo blanco; ahora dan 100, 150 y aun 200.
Así que hoy, lo que ellos llaman la prosperidad de Posadas, es solo la prosperidad del vicio y de la corrupción. Posadas atrajo la corriente inmigratoria del Sud paraguayo, pero como a esa corriente era preciso darle diversiones fáciles y baratas, multiplicáronse las cantidades del anticipo, los peringundines, los boliches y las rameras.
La fama de Villa Encarnación, caricatura de ciudad paraguaya que está al frente, empalidece en el concepto popular. Los humildes campesinos paraguayos, para quienes 70, 80 o 100 pesos son sumas fabulosas, inalcanzables en su país, porque el paraguayo gasta cuanto gana, y aún antes de ganarlo, acuden a Posadas pasando por Villa Encarnación. A cuantos llegan los embaucan y los mandan al Alto Paraná. Lo mismo hicieron con adolescentes y jóvenes de Misiones: los destruyeron a fuerza de “surmenage”, y ahora, ni el rastro de ellos se encuentra.
JULIÁN S. BOUVIER
(Continuará.)
Los misterios del Alto Paraná
La trata de blancos
INQUISICIÓN, MONOPOLIO, ESCLAVITUD, PROSTITUCIÓN Y DECADENCIA
La familia de un peón que va al Alto Paraná, raras veces lo vuelve a ver. Cuando no recibe más noticias suyas, es inútil que golpee a las puertas de los negreros, ni a las de la oficina antropométrica: allí lo ignoran todo. En la mayoría de los casos lo ignoran realmente. Si un peón muere en las selvas, lo entierran sus compañeros, y se acabó. La familia lo cree vivo y sano, y él está debajo de tierra.
El cuadro de prostitución callejera que ofrece Posadas, es algo que subleva, produciendo sentimientos de asco y de piedad al mismo tiempo. Es una reproducción exacta de lo que era Villa Encarnación hace algunos años. Y se comprende: detrás de los empresarios negreros que se mudaron siguiendo al maestro viejo, Domingo Barthe, el rey de los piratas terrestres y fluviales, fueron las prostitutas de pacotilla que antes vivían en las calles Tacurú y Loma de Clavel de Villa Encarnación. Eso sin contar con las de esa población paraguaya, que vienen de cuando en cuando a dar una manita a sus colegas de Posadas.
Todos esos peligros sociales: el alcoholismo y el peringundín no son nada todavía, comparados con otro: la despoblación.
Concluida o próxima a concluir la juventud paraguaya de armas llevar, los reclutadores extienden su radio de acción destructor hacia las costas del Uruguay y el centro de la provincia de Corrientes.
Una vez enlazadas sus víctimas, a los jóvenes incautos los mandan a los yerbales del Paraguay o del Brasil, porque los principales empresarios, Barthe y Núñez y Gibaja, tienen puertos en las tres naciones. A los de las Misiones argentinas mandan a los paraguayos, que así escapan del servicio militar, y al Brasil, a Santa Elena, Río da Paz, Campo Eré, Boa Vista y Pipirí, mandan a los argentinos, que allá se quedan, o cuando vuelven licenciados, a los meses o años, bajan a Villa Encarnación para no ir a la conscripción.
Así es que para favorecer a dos empresarios y a unos cuantos habilitados suyos, el Paraguay queda sin soldados, Misiones ve reducir el número de los suyos; las familias pierden sus miembros más robustos, que no pueden volver, y que siguen aniquilando su salud; la civilización pierde miles de sus elementos de progreso; la agricultura se consume a sí misma y se muere en los mismos moldes; la sociedad se pervierte y se corrompe; el comercio minorista se atrasa cada día más porque la moneda circulante se intercambia tan solamente entre las casas fuertes y los peringundines, bolicheritos y rameras, y la juventud argentina de esas comarcas se disloca y toma el rumbo de los presidios yerbateros, desde donde sigue para el centro del Paraguay o al centro del Brasil.
Y en un medio ambiente tan corruptor, en un centro social tan degrado, ¿quién va a alzar una voz de protesta?
¿Los gobernadores? Pero si están vendidos a los negreros! Si han sido los primeros saqueadores de tierras y arcas fiscales!
¿Los periodistas? Los harían asesinar antes de quince días.
¿Los comisionados socialistas? No los dejan penetrar en ese cementerio de la civilización que abarca tres naciones y cinco mil leguas de superficie.
¿Los empleados nacionales? Si son los primeros encubridores de contrabandos!
¿Los comisionados del gobierno? Los compran con un banquete y los aíslan o los sobornan.
¿Los jueces letrados? Si son un puñado de chismosos e intrigantes que llegan aquí a recostarse a la sombra de los gobernadores o la sombra de los negreros.
¿Los turistas? Si éstos no ven nada de esas cosas, y cuando las ven o se dan cuenta de ellas, exclaman: “Y a mí ¿qué? Yo no soy de aquí”.
Así, pues, no hay nadie que chiste, que diga ni una palabra, y bien se pueden extinguir cuatro o cinco generaciones más todavía en los yerbales y obrajes: nadie dirá nada.
¡Qué vergüenza para la civilización!
¡Qué bochorno para la República Argentina!
Sigamos con la vida del paria. “A Noticia”, del 25 de marzo, continúa sus denuncias:
“Algunos mueren de hambre! Mueren de hambre, sí!!!
“Los entierran, es cierto; pero no los entierran por humanidad, sino para que sus cadáveres no apesten cerca del noque como el de la mula a mitad comida por el tigre.
“Ni siquiera dan aviso a los parientes. Ni siquiera dan aviso a la famosa oficina antropométrica. El mayordomo los raya de la lista, y en el escritorio en Posadas, el nombre pasa a la partida de “Pérdidas y ganancias”.
“La tumba queda casi a flor de suelo, a orillas de la picada. La picada con el tiempo se abandona porque no se saca más yerba en ese lugar. La crucecita se pudre, o desaparece entre los tacuapíes. La civilización salvaje de los patrones ignora hasta los nombres de sus víctimas.
“Y la tumba queda perdida por siempre en la inmensidad de las selvas, que vuelven a estrechar sus lianas e icipós sobre el lugar que sepultó los despojos de un ser humano destinado a mejor suerte, a gozar de más garantías y más protección, si esas cosas se hubieran sabido antes en el mundo civilizado.
“Los que han asistido al embarque de los esclavos blancos destinados al Alto Paraná, han presenciado muchas veces escenas tan bochornosos para la civilización, que nunca las pueden olvidar.
“El 80 por ciento de los peones son llevados borrachos a bordo, y allá los hacinan como animales en un espacio reducido, donde permanecen sentados, en cuclillas o encogidos como una masa informe, durante dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis días, según el puerto de su destino.
“Hombres, mujeres y criaturas de ambos sexos van así prensados como sardinas en una promiscuidad repugnante.
“Baste decir que el “Araguayo”, que llega a Río Janeiro y Buenos Aires, tiene camarotes para familias, de más superficie que el espacio concedido por los empresarios yerbateros para la conducción de cien y más peones destinados al Alto Paraná.
“El día de la salida de los vapores, los conchabadores y los dependientes de los empresarios establecidos en Posadas y Villa Encarnación, recorren los boliches, los tugurios de las rameras, los ranchitos de las orillas: en fin, todos los lugares donde alzó sus tiendas toda aquella población cosmopolita y sin característica definible que vive a expensas de los esclavos del Alto Paraná.
“De allí arrancan hacia el puerto, haciendo numerosas estaciones en el camino, emborrachándose con una precipitación loca, pues aquella es la despedida, el último adiós al centro civilizado, a la Meca en la cual soñarán sin cesar allá en las selvas umbrías, recordando las orgías callejeras y las mesalinadas de los peringundines.
“Jamás tampoco un sólo subprefecto marítimo ha impedido la salida de un vapor negrero por llevar de 100 a 150 desgraciados en un espacio de treinta metros cuadrados, que es a lo sumo lo que pueden llevar disponible los barcos aquellos del tipo del “Feliz Esperanza”, de Domingo Barthe. Se han arreado peones por medio de la policía hacia el puerto de embarque, se les ha encepado o castigado a cintarazos a bordo, pero jamás una sola autoridad marítima ha sabido cumplir con su deber, castigando a los verdugos como lo merecían.
“Es que en Posadas y en Villa Encarnación, cuales, más, cuales menos, viven subordinados a los grandes empresarios, o explotando a la carne humana del Alto Paraná.
“Desde la peringundinera hasta los gobernadores de Misiones, todos aprovechan una parte del dinero que el esclavo irá a pagar allá en las selvas con sudor y sangre.
“La opulenta Buenos Aires misma alcanza a ser salpicada por el lodo de esa corrupción. Las familias de los esclavistas ostentan en sus cabelleras “riviéres” de diamantes que representan años de esclavitud de centenares de hombres que desde las 2 de la mañana o bajo lluvia trabajan sin descanso, comiendo peor que los perros y los chanchos de los colonos libres, viviendo en toldos durante toda su vida, casi desnudos, y siempre enfermizos y desalentados.
“Ya he dicho que el peón del Alto Paraná, una vez a bordo, es un hombre perdido por siempre para el progreso y la civilización.
“Vuelva o no vuelva, es lo mismo. En el cementerio de vivos adonde lo llevan no hay escuelas, no llegan diarios, no se sabe nada del mundo externo. Para él, la selva es peor que una cárcel: es una tumba.”
JULIÁN S. BOUVIER
(Continuará.)
Los misterios del Alto Paraná
Peones asesinados a mansalva
La justicia vendida a los capitalistas
MATAR A UN PEÓN NO ES DELITO
LAS EMPRESAS YERBATERAS FORMAN UN ESTADO DENTRO DEL ESTADO
Nuestro comunicante promete continuar sus revelaciones
Desde que llega al puerto de desembarque, el peón ya pertenece a esa esclavitud que sólo terminará con la muerte. Allá ya no hay más carne fresca, sino charque podrido o lleno de tierra; ya no hay leyes que lo amparen, ya no hay cartas que le lleguen, ni progreso que le alcance; no hay más que el trabajo penoso, inexorable y mal retribuido, los mbarigitres, el chucho, el revólver del mayordomo, el machete del capataz y la selva para sepultura.
Lo hacen llevar cargas de 8, 10 y 12 arrobas o subir con ellas barrancas de 70 a 100 metros de altura sobre un plano inclinado de 45 o más grados. No le preguntan cuántos años tiene, ni si las fuerzas le permiten realizar esa tarea, ni si llueve o si el sol raja la tierra, ni si es domingo, fiesta o día de semana.
Nada más que trabajo y se acabó.
Si fuga le meten balas dondequiera que lo encuentran, porque fugó debiendo al patrón (!!!).
Y muchas veces fugan de hambre o a causa de malos tratamientos. En el Oeste Paranense, un tal Alegrini y otros mayordomos de Domingo Barthe asesinaron a varios peones. Luego, como Barthe tiene empresas en la Argentina y en el Paraguay, los asesinos pasan allí con goce de sueldo y la estimación del patrón. Y se acabó.
Como yo hablo con pruebas en la mano, voy a citar un hecho en el que está comprometido el cónsul brasileño en Posadas. En abril del año pasado, en las Misiones argentinas fueron asesinados así siete peones en un solo día: entre ellos, dos brasileros y uno menor de edad. Los fusilaron, ni más ni menos.
El crimen quedó impune.
El juez era empleado de una empresa yerbatera, y se comprende lo demás.
El cónsul brasileño en Posadas no dio ni un solo paso, por no quedar mal con sus amigos y compinches los negreros del Alto Paraná.
Esos asesinatos no eran raros en otros tiempos. Eran moneda corriente. En cuanto a las encepadas, machetazos, rebencazos y golpes de garrote eran el “plat du jour”.
En Yaguátirica, cerca de San Pedro de Misiones, existe todavía el cepo de la empresa yerbatera que fue de Alfonso Guardile, y que hoy figura con los nombres de Manuel Silva y Cía. o Deagustini y Cía.
Ese Guardile es el mismo que escribía a un tal Berlamino da Mendouca, comisario de Campiña (Misiones):
“Anoche se me fugaron dos peones. Si salen por esos rumbos, métanles bala”.
Conviene decir aquí, para vergüenza de nuestra civilización europea, que son extranjeros protegidos servilmente por las autoridades argentinas, los más salvajes que imperan o imperaron allí.
En la costa argentina, como en las costas paraguaya y brasilera, han sido los extranjeros los más crueles y los más tiranos, y aun ahora mismo son ellos los que siguen embruteciendo a las generaciones que se levantan.
En Tacurú-pucú los encargados de la Industrial Paraguaya han sido unos verdaderos monstruos.
Veinte veces a lo menos despoblaron ese punto, sembrando la ruina y la deshonra; y siempre sucedía eso cuando esos encargados eran extranjeros.
En el Paraguay, los patrones hacían asesinar a sus peones argentinos. En las Misiones se asesina a los paraguayos y a los brasileros. En el Brasil se les asesina a todos.
En Sol de Mayo (Brasil), un tal Cándido Pintos iba con unos dos peones por una picada, cerca de su puerto. “Patrón”—dice uno de ellos—“quisiera que usted me arreglara la cuenta al llegar”.
El tal Cándido Pintos sacó el revólver y por toda contestación le pegó un tiro y lo mató.
Ni un solo día estuvo preso. Matar un peón, allí no es un delito.
Los dos únicos jueces que hay en el Alto Paraná, es decir, en tres naciones y cinco mil leguas de superficie, son el de Tacurú (Paraguay) y el de San Pedro (Misiones). Los dos son hechos nombrar por las empresas, comen y viven en las casas de los empresarios y tienen sueldos de manos de los yerbateros.
Bonita justicia! y ¡qué hermosa carrera paralela corren la República Argentina y el Paraguay en el Alto Paraná!
Jamás un peón consiguió justicia en sus reclamos.
Si quiere acusar al patrón, tiene que presentar una garantía de miles de pesos, y claro es que nadie le da tal garantía, porque en Posadas, salvo las honrosas excepciones socialistas, no hay un solo hombre de honor y de dignidad que se coloque al lado del esclavo blanco para defenderlo.
En el Brasil tiene que recorrer 490 kilómetros para llegar a Guarapuava, donde hay un juez.
En el Paraguay tiene que recorrer más de cien leguas para ir adonde hay un defensor de pobres.
Y en las Misiones Argentinas tiene que hacer 70 leguas para volver a Posadas, donde luego no hay un solo juez que lo defienda. De esas setenta leguas, en 30 o 40 tiene que ir abriéndose camino con el machete en el monte, y necesita veinte días o un mes para hacerlo. Antes de eso, habrá muerto de hambre, o lo habrán comido los tigres.
Sobre las 150 leguas que miden desde Posadas hasta el Salto Guairá, ni un solo vapor alzará un peón fugado. Los empresarios entre ellos no se muerden. Si un peón fuga de un yerbal al de otro dueño, su deuda es transferida al nuevo patrón.
Así como éstos tienen una Oficina Antropométrica por su cuenta y riesgos para vergüenza de los gobernadores, si es que esta gente puede tenerla, tienen también un tratado de extradición convencional. Hay canjes de peones fugados entre la Argentina y el Paraguay, y entre el Paraguay y el Brasil.
Aquellas cinco mil leguas parecen ser propiedad de un solo dueño. Dondequiera rige el mismo sistema de explotación del peón infeliz. Lo estafan, lo saquean vivo, le roban en el peso de la yerba, le tienen muerto de hambre, lo maltratan, le dan alimentos inmundos, lo hacen trabajar desde antes de amanecer el día, le asignan sueldos irrisorios, inferiores al de un mucamo, y como le venden las mercaderías a cinco veces su valor, le cierran así todo camino para prosperar, matan en él todo espíritu de rebeldía, lo cretinizan, lo tienen suspendido eternamente a las promesas del patrón; y eso, lo mismo sucede en el Paraguay que en la República Argentina, o que en el Brasil.
El Alto Paraná pertenece al crimen; y Posadas es un mercado de esclavos blancos.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Inquisición, contrabandos, monopolios, esclavitud, prostitución y decadencia
CAZANDO GENTE
La libreta de los esclavos blancos
EL REY DE LOS NEGREROS
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
Para reclutar los esclavos sin que la civilización se dé por ofendida, los grandes empresarios yerbateros Núñez Gibaja y Domingo Barthe se valen del anticipo permanente y de “raccoleurs” que salen a reclutarles gente, extendiendo cada vez más su radio de acción.
Téngase en cuenta que esos troperos “sui generis” operan en territorios argentinos, donde el analfabetismo presenta cifras aterradoras.
Un esclavo vale allí de 75 a 200 pesos. No compran al esclavo, es claro, pero compran su ignorancia, y lo contratan asegurándolo con un anticipo de 75 a 200 pesos, mitad en efectivo, mitad en mercaderías.
Desde que recibió dinero, la víctima ya no se pertenece, y puede despedirse para siempre del hogar, de la familia y del rincón de tierra que lo vio nacer. El Alto Paraná podrá devolverlo con un capital de reumatismos que lo dejarán vivir como los demás, o lo devolverá triturado como “bagaso” que sale del trapiche, pero, en todos los casos, lo devolverá vicioso o cretinizado.
Todo el sistema de esclavitud del Alto Paraná reposa sobre el alcoholismo y la prostitución. Se le da dinero adelantado al peón para que se divierta a rajacincha antes de subir al vapor, ni más ni menos que se suelta a un reproductor para que vaya a retozar entre las yeguas.
Para que no intente escaparse con el anticipo, se lo dan de a poco: cinco, diez o veinte pesos, a lo mucho. Ese dinero sólo le alcanza para “farrear”, y a “farrear” se va.
Pero antes de esto, o antes de darle todo, lo hacen pasar por la oficina antropométrica llamada allí Oficina Informativa.
Esa oficina antropométrica, a más de ser inconstitucional, es tácitamente reconocida como gozando de personería jurídica por los gobernadores, jueces, subprefectos, etc., y como esa oficina es la antecámara de los presidios del Alto Paraná, donde gimen sin apelación posible miles de esclavos, resulta que los gobernadores, jueces, letrados y subprefectos son cómplices de los negreros, o a lo menos son sus instrumentos inconscientes.
Si por el asesinato alevoso del malogrado Alcorta os habréis dado cuenta de lo que son los capitalistas de aquí, por la oficina antropométrica de los negreros podréis juzgar lo que son los padrinos: es decir, los gobernadores, jueces letrados, etc.
El territorio de Misiones no tiene de argentino más que el nombre: lo demás depende de la gavilla de acaparadores que lo monopoliza. Es un Creso secuestrado detrás de una muralla china. Un paraíso en una tumba.
He aquí la copia de las libretas de la oficina:
(1ª página):
Registro de peones del Alto Paraná
Libreta de . . . . . . . . . . . . . . . .
Oficina de . . . . . . . . . . . . . . . .
Número . . . . . . . . . . . . . . . . . .
OFICINA INFORMATIVA
POSADAS (Misiones)
—
(2ª página) (ojo!):
Inscripción Núm. . . . . . . . . . .
Fecha. . . . . . . . . . .
Nombre. . . . . . . . . . .
Nacionalidad. . . . . . . . . . .
Edad. . . . . . . . . . .
Profesión. . . . . . . . . . .
Estatura. . . . . . . . . . .
Color. . . . . . . . . . .
Pelo. . . . . . . . . . .
Bigote. . . . . . . . . . .
Barba. . . . . . . . . . .
Nariz. . . . . . . . . . .
Ojos. . . . . . . . . . .
Facciones. . . . . . . . . . .
Señas particulares. . . . . . . . . . .
Firma del inscripto. . . . . . . . . . .
(4ª página):
1º conchabo
Fecha. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Por. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Despacho
Consta que . . . N. N. no ha cumplido su compromiso como . . . . . . . . . habiendo observado conducta . . . . . . . y se le despecha de este trabajo . . . . . . . adeudando . . . . . . . . . . .
Puerto . . . . . . de 190 . .
Anotado en . . . . . . . de 190 . .
Por la Oficina de . . . . . . . . . . .
Ahora bien, dejemos la superficialidad de las cosas, y vamos al fondo.
“Registro de peones del Alto Paraná”, dice la primera página.
Si la esclavitud no estuviera probada por miles de testimonios, éste la probaría.
Efectivamente. En el Alto Paraná no hay más que dos clases de explotaciones forestales: yerba y maderas; pero hay más de veinte empresarios.
¿Qué motivo imperioso los cobija al amparo de una unión indiscutible?
¿Por qué no hay competencia entre ellos cuando se trata del peón, y la hay cuando se trata del producto?
Es que la esclavitud de los ignorantes que no conocen sus derechos ni el precio de su trabajo le conviene a todos, mientras que una diferencia de diez o quince centavos por arroba de yerba, o por metro cúbico de madera no afecta a ninguno. Si bajan los precios, ellos rebajan la remuneración, y siguen ganando el 300 o 400 por ciento, como de costumbre: en cambio, si uno solo se apartara del sistema esclavizador, el organismo entero se resentiría. Por eso el importe de una tarea y el precio de las mercaderías son los mismos en todos los yerbales y obrajes.
Existe, pues, la solidaridad en encubrir la esclavitud, y la solidaridad en adoptar los mismos precios.
Luego, leyes especiales rigen a los parias del Alto Paraná. Mercaderías especiales constituyen un “rayón” aparte en las tiendas. Para ellos es también el charque averiado o podrido. El charque elaborado en el Sud paraguayo contiene tierra, jereces y hasta gusanos averiados: el de Posadas a veces es pura tripa. “De todos modos es para los peones del Alto Paraná”. Dicen todos, y todos explotan a esa infeliz estructura humana.
Pasemos a la segunda página.
Si se exceptúan las impresiones digitales todo lo demás está en esa página para reconocer a un peón que fuga y cobrarle la cuenta dondequiera que lo encuentran. Y como si estas previsiones no fueran suficientes, las completan con la tercera página, donde figura la deuda, la eterna deuda.
Así, pues, si el peón fuga a un territorio extranjero, no escapa por eso a la esclavitud, pues tiene que caer en la oficina antropométrica, donde su cuenta está anotada también. Si muda de nombre, de poco le sirve, porque por la filiación lo reconocen, y además no falta algún compañero de cadena que lo descubre.
¿Dónde irá el buey que no are?
Si muere, y sus deudos tienen algo, les pasan la cuenta. Ni la muerte desata completamente esa esclavitud consentida.
Posadas y Villa Encarnación pertenecen al crimen.
El más cruel, el más tirano y el más implacable de los negreros es un tal Domingo Barthe, que tiene en Buenos Aires y Rosario molinos de yerba. Maneja millones de pesos que representan la infelicidad o el luto de centenares de hogares; pero no perdona ni a los muertos. No hay palabra humana capaz de pintar la dureza de corazón de ese hombre.
Es, además, un incorregible contrabandista. Si no hace contrabandos, está enfermo. Ahí en Buenos Aires andará como un santito, pero aquí y en Posadas, donde todos lo conocemos, su nombre sólo levanta un coro de maldiciones.
En Posadas, en Villa Encarnación, en Curityba, en fin, en una zona de más de diez mil leguas cuadradas, es harto conocido. Dejó al Este y Sudeste del Paraguay tísicos, devastados, despoblados de juventud. Conquistó a fuerza de dinero mal habido trescientas leguas en el Paraguay, y les echó llave para que ni la civilización ni el progreso penetraran allí a desilusionar a sus esclavos, que son, entre todos los esclavos del Alto Paraná, los más desgraciados, los más hambrientos y los más desnudos.
Oh! ese hombre. . . ese desdichado. . . ¡cuánto debe a la humanidad! Ni entregando cien veces su alma al diablo pagaría sus culpas. ¿Sabéis cuántas criaturas menores de cinco años murieron en sus presidios? Más de cien. ¿Sabéis cuántas infelices mujeres perecieron allí? Más de cien; sin contar las que se ahogaron huyendo de hambre. ¿Sabéis cuántos esclavos suyos están sepultados en las selvas? Cientos! Cientos! ¿Sabéis cuántos peones suyos quedaron inútiles para todo trabajo, inútiles, cretinizados, sobrecarga de una sociedad a quien él los abandona para que ella los cure, si quiere? Miles.
Y ¿para qué tantas víctimas?
Ni él mismo lo sabe. Es un loco, un maniático, un neurótico peligroso, un azote que el cielo mandó por equivocación a estos lugares, donde la naturaleza es la más alta expresión de la grandiosidad, y parece renovada sin cesar por una misteriosa divinidad.
Mientras haya un solo ser humano que sufre en el Alto Paraná, el nombre de Barthe será execrado y maldecido, porque él ha sido el primero que estableció ese sistema de esclavitud que destruyó varias generaciones paraguayas y argentinas, que han desaparecido como en una catacumba en ese inmenso cementerio de la civilización.
Su primer ensayo como esclavista lo descubrimos en su pasado, en el año 84 u 85, por Arroyo Verde, en la costa paraguaya, donde hace explotar clandestinamente los bosques del gobierno, con esa audacia que nadie le negará nunca más.
Sus peones ganaban 6 pesos mensualmente. Trabajaban “por gastos”, como los indios del Chaco. Comen sin grasa. Para su racionamiento daba una boliviana diariamente, para diez hombres.
En 1889 lo encontramos en Yhacanguazú, costa argentina. Pagaba 75 centavos el metro cúbico de madera, y lo vendía, sin más gastos, a 2,50 en barranca, ganando el 230 por ciento sobre el precio de costo. Ni uno solo de sus labradores de madera pudo alcanzar desde entonces a comprar ni siquiera una cuadra de tierra para acabar allí sus días. Todos los que murieron, murieron miserablemente, desamparados y en la última necesidad.
Oíd lo que de él dice “A Noticia”, del 4 de febrero pasado:
“Barthe es el rey de la miseria humana. Sus trabajos todos, llevan el sello de su tacañería harpagonesca. Todo es provisorio en sus establecimientos, de modo que al acabar de sacar la última pieza de madera o la última hoja de yerba, sólo quedan allí una tapera inservible, unos puentes caídos y una hecatombe de troncos muertos, de árboles desgajados y de rosales quemados y estériles. Cuando retira su gente, todo queda sumergido en un silencio de muerte; y en esas florestas convertidas en laberintos por los piques y picadas por donde extrajo la yerba, una soledad aplastadora persigue al viajero días y noches consecutivos, sin enseñarle más vestigios humanos que unas cruces y unos noques desvencijados, sin más vecinos que los tigres, el cielo empequeñecido, la noche espantosa y larga; los latidos del corazón y el temblor de la sangre como única manifestación de una vida que en esos momentos vale bien poca cosa.”
Oíd al mismo diario, en su número anterior:
“Barthe debe a la humanidad centenares de vidas. Para él una existencia humana es un guarismo. Una pieza de madera escapada de una jangada. Una línea más en la partida de “Ganancias y pérdidas”.
“Un espíritu de dominación emana de su cerebro, y lo convierte en un loco poderoso. En Roma habría sido un Calígula; en el Alto Paraná es un Silock. Los extraños lo llaman “bubónica permanente”. Merece otro nombre: criminal irresponsable.
“Sus peones pasan una vida miserable y rastrera. Si fugan, les meten balas. En Tormenta, sus empleados mataron a un brasileño, y después se echó tierra al asunto. . . y al brasileño también.
“Hombres, mujeres y criaturas, que huyeron de hambre sobre una jangada de tacuaras, se ahogaron cerca del Foz do Iguazú. En sus yerbales y obrajes se cuentan las cruces de las sepulturas a cada paso. Sobre cada una de ellas se podría poner la siguiente inscripción: “Aquí yace una víctima del implacable capitalista. Murió en el yugo”.
“Barthe confirma diariamente las palabras de Roosevelt: “El mundo pertenece a los rebeldes”. Y Barthe es un rebelde. Si su rebeldía hubiera sido empleada para el bien de la humanidad, ese hombre dotado de facultades experimentales sobresalientes ocuparía un lugar insuperable en el corazón de Sud América. Pero Barthe no desea el bien a nadie: ni a sí mismo. El goza en tiranizar como otros gozan en redimir. Su conciencia es una cueva sin luz y sin salida. Sólo un castigo del cielo podría iluminar las tinieblas de su alma sin vibraciones. Sólo tocando el borde del sepulcro, mirándose en el espejo de la tumba, llegará a desilusionarse y reculará horrorizado ante el espectro de su propia vida. La burla de Barthe no es la burla de Voltaire; es la burla de un Diógenes millonario: la burla del cinismo. Ese hombre aborrece la ley y a las autoridades; la honradez y a quien la practica; la compasividad y a quien la profesa. Cuando burla la vigilancia de una autoridad aduanera, o cuando trampea el sueldo a un empleado suyo, su placer es indefinible. Como César, exclama: “Vini, vidi, vinci”. No lo dice en latín, es claro, pero dice: “solo yo puedo burlarme y dominar a esa gentuza”. Y eso es su mayor triunfo.”
El día 6 siguen el mismo diario brasileño las acusaciones a Barthe, todas ellas en idioma castellano, para que Barthe pueda acusar al diario; pero no hay peligro: Barthe se hace el muerto.
“Que Barthe llame “macacos” a los brasileños, no debe ofenderlos, pues a los paraguayos, tan sencillos y tan nobles en su desgracia, los llama “brutos, salvajes”; y puede permitirse esa desfachatez, pues a esos “brutos y salvajes” debe su fortuna; sus millones representan lágrimas, sudores, esclavitudes y sepulturas paraguayas: su casa en Posadas (R. A.) está amasada con miserias paraguayas, con gritos, con llantos, con agonías, con estertores, con lamentos de miles de paraguayos, hoy sin hogar en el mundo por causa de ese inconmovible latifundista, que ha conseguido comprar “morganáticamente” más de doscientas leguas paraguayas.
“Hoy, el Paraguay, exprimido como en una prensa hidráulica y alambicado por cuatro judíos de la calaña de ese tirano capitalista, personificación insuperable del egoísmo humano, no ofrece más a Barthe que pobres despojos inútiles “rari nantes in gurgite vasto”: las Misiones argentinas han sido descuartizadas por los Roca, Recaborde, Ambroseti y otros traficantes de igual cuantía; así es que Barthe dirigió sus puntos sobre el Estado do Paraná, donde la ola negra de sus ambiciones locas avanza en las tinieblas.”
Ninguna de esas publicaciones de las cuales recorto solo lo que interesa a la República Argentina; ninguna de esas publicaciones ha sido acusado. Su abogado, el doctor Alfonso de Camargo, se hace el desentendido, y lo pasa todo por alto.
Es que a los grandes saqueadores no les conviene levantar polvareda alrededor de sus fechorías.
Helo aquí, en otro número pintado de cuerpo entero:
“Domingo Barthe, el incansable acaparador de yerbales y de maderas; Barthe, el devastador del Alto Paraná; Barthe que, como Atila, puede exclamar: “La hierba no brota más donde mi caballo asienta su casco”; Barthe, que sueña con la conquista del occidente paranaense, desde el Iguazú hasta el Pikiry y del Paraná hasta los campos del Guarapuava; Barthe, el gran desagradecido que convirtió la mayor parte del oriente paraguayo en un latifundio sin vida humana, desierto de hombres libres, huérfano de industrias, de escuelas, de comercio y de vida social; Barthe extendió sus tentáculos sobre la hermosa patria de los altivos “pinheiros” y de las cataratas sin rivales en el mundo; Barthe avanza como una ola en las tinieblas, se apodera insensiblemente de los yerbales del Estado do Paraná, y sólo deja en pos de su fatídico paso la soledad, la ruina, el destrozo, la desolación y el silencio de los cementerios.
“Barthe quiere dinero y poder, y yerbales, maderas, inmensas zonas de tierra, ríos y esclavos blancos. Barthe es la negación absoluta de todo progreso, de todo sentimiento humanitario, de toda expansión social, de toda iniciativa. Barthe es un neurótico, poderoso, rico en millones, que transforma la vida en letargo, la alegría en llanto, el ruido en silencio, la libertad en esclavitud, el movimiento en inercia, la existencia en castigo, y la realidad en una visión lúgubre.
“Por donde pasa ese hombre con sus capitales, los montes quedan talados y los yerbales sentenciados a muerte.
“Odiado en Curityba, odiado en Posadas, odiado en Villa Encarnación por todos los que conocen sus mañas, hoy trabaja en la sombra, desarrolla paulatinamente un plan de saqueo lento, pero continuo, y, valiéndose de engaños y de zalamerías consiguió llegar hasta el Río Adelaida, a dos leguas al Este de Katanduvas, y 10 leguas más allá, hasta el Guaraní.”
Sin embargo, los argentinos no resultan muy perjudicados por ese hombre desde el punto de vista de los yerbales y obrajes.
Es que Barthe, como las aves de rapiña que esconden su nido lejos del teatro de sus hazañas, reservó a Posadas para el escenario donde se presenta como un hombre progresista.
Hizo asesinar a tres argentinos en costa paraguaya por medio de sus órdenes cesáreas; causó la muerte y la invalidez de un buen centenar, y cretinizó a fuerza de “surmenage” a unos cuantos cientos, entre ellos muchos menores de edad. Fuera de esto, no causó el mayor daño (!) a la República Argentina.
Dejemos a ese hombre por el momento; dejemos a esa piedra movediza girar lentamente sobre su estercolero moral: tiempo nos sobra para encontrarlo a cada paso. Es su obra malvada la que acabó con varias generaciones, y la que tenemos que destruir. La lucha será larga. No nos hagamos ilusiones. Son millones de pesos los que tenemos armados en guerra contra nosotros. Y esos millones de pesos los tienen unos cuantos individuos, que, ante el peligro común, se miran como fuerte argamasa para resistir el empuje de nuestra propaganda libertadora.
Pero no estamos solos. En Asunción y en Curityba ya se dio la voz de alarma, y acudirán a nuestro lado todos los hombres generosos y nobles que se compadecen de la situación de esos tres mil esclavos blancos que sufren ignorados en las impenetrables selvas cerradas a los extraños.
El escritor Rafael Barret, paraguayo, ha prometido su valioso concurso. Cuando sus palabras atronadoras, desplegándose en alas de la fama, vayan, por conductos que nunca faltan, a herir los aletargados oídos del esclavo que ni siquiera se da cuenta de la triste inferioridad de su condición social, entonces las humanas aves de rapiña, con todos sus millones, temblarán ante los clamores de las sociedades horrorizadas, y todo su mezquino edificio se derrumbará a un solo golpe.
Y entonces será en vano que Jorge Barthe, el hijo del gran negrero, escriba lo que escribía a su mayordomo Marcenaro el 10 de octubre ppdo.: “Registre los peones que van de aquí, por si acaso llevan proclamas de un socialista que anda en Posadas”.
JULIÁN S. BOUVIER
(Continuará).
Los misterios del Alto Paraná
LOS PARIAS SUD AMERICANOS
Todos los gobernadores de Misiones han pasado por allí como por un país conquistado, afrentando la civilización, tolerando el saqueo o saqueando también, rodeándose de los elementos más desconceptuados para sostenerse como buenos capitanes de gavillas en el medio del pillaje, y salir con latifundios suyos propios, o con dinero o con crédito político.
Ojead la lista de esos gobernadores, desde el primero hasta el último; buscad después el rastro de sus obras a favor del territorio y os encontraréis con las más grandes desvergüenzas que la República Argentina ha tenido que soportar, y que, desgraciadamente, soportará todavía.
Todas las tierras, los hermosos bosques y los millones de araucarias han sido vendidos a siete dueños, entre los cuales se distinguen un tal Errecaborde, con doscientas y pico de leguas; un tal Pedro Vila, un Abrosetti, un Durañona y un Rudecindo Roca, ex gobernador (!).
Sus empresas coloniales han sido negocios sucios; y negocios sucios, o algo parecido, han sido los contratos con los colonos o pobladores de las pocas tierras escapadas a la rapiña de los cortesanos de los Balestra, Moritán, Roca, Lanusse y Cía.
La frontera, la defensa nacional, está entregada al primer borracho que la quiere violar o envilecer. Barracón, está situado en una propiedad particular. San Pedro, idem. No hay un solo camino que conduce de la capital a la frontera. Es tan imposible llevar un cañón a Barracón, o a Pipirí, o a San Antonio, como llevarlo a la Luna.
No hay una sola red telegráfica. No hay ni siquiera un sólo gobernador que se haya atrevido a pelarse las nalgas para visitar el territorio.
Posadas mismo no tiene muelle, ni rambla, ni tinglado, ni depósitos.
Todos los gobernadores han aceptado la herencia del predecesor, y han exclamado sentenciosamente “Aprés moi le déluge.”
Todos los libros o informes que se publicaron sobre Misiones, desde la obra de Bernárdez hasta el informe de Spegazzini, mienten descaradamente, o se escapan por la tangente, por no hablar verdades que podrían ofender a encumbrados personajes, como si el ser encumbrado constituyera privilegio, o impidiera ser tanto o más canalla que un salteador.
Los yerbales han sido destrozados, completamente destrozados, y están condenados a un fin prematuro y no lejano. Los bosques, hasta cuatro o cinco leguas de los ríos, sufrieron la misma suerte. En cuanto a los millones de araucarias, se salvaron tan solamente porque la distancia y la configuración del terreno impedían a los carros “alzaprimas” llegar hasta donde reinan soberanamente protegidos contra el vandalismo de los negreros, por la topografía del terreno.
La República Argentina no tiene nada allí que sea suyo, en la propia acepción de la palabra. La han robado a mansalva, la han saqueado a gusto, y ahora ¡vayan a reconquistar esos latifundios de entre las garras de las aves de rapiña que los acapararon!
Cualquier día!
La rutina, que caracteriza a todas las sociedades corrompidas por la prostitución, o entorpecidas en su marcha por la degeneración de los proletarios, impera allí en absoluto.
En treinta o más años de explotación forestal, los obrajeros no han podido ni siquiera reformar el sistema de sus planchadas para embalsar sus piezas de maderas. En todo el literal hay sólo tres casas regulares: En Paranaí, Piraí y Esperanza. Sin embargo, por esos tres puertos han pasado miles, centenares de miles de arrobas de yerba, o, mejor dicho, millones.
Desde Posadas hasta el Iguazú no se ve un solo establecimiento agrícola, un sólo poblador atenido a su trabajo personal para vivir. La gente lo pasa pescando, o haciendo leña, o persiguiendo las vigas que se escapan de alguna jangada. No es la desolación completa, pero es algo parecido.
Los contrabandos son casos normales: lo anormal es pagar los derechos. Los más ricos entre los negreros son los más contrabandistas. Una vez fueron descubiertos por un empleado llamado Alcorta, enviado desde Buenos Aires, y Alcorta fue asesinado a balazos, desde afuera, mientras estaba cenando.
Ya os podéis figurar qué clase de gente gobierna la plaza de Posadas.
Todas esas cosas se ignoran en Buenos Aires. Los corresponsables de “La Prensa” y de “La Nación” nunca se ocuparon de esos hechos, y hacen “pendant” con sus colegas de Asunción, que han causado más daño al Paraguay que la guerra de la Triple Alianza.
Y todo se ignora en Buenos Aires, porque a la República Argentina le pasa lo que a los maridos engañados por sus caras mitades: son los últimos en conocerlo.
Los informes de los gobernadores mienten de cabo a rabo, y son un tejido de mistificaciones.
Por aquí los aceptamos como los tarasconeses aceptarían las tartarinadas de su héroe, si éste hubiera existido en carne y hueso.
Nos reímos de ellos, y palmoteamos la reputación del gobernador como la grupa de nuestro caballo. Y no puede ser de otra manera: tanto aquí, en costa paraguaya, como en Posadas, nos conocemos de pe a pa, y no podemos esconder nuestra cola de paja.
Apreciábamos tan poco la honradez en los procedimientos, que a los que no robaban se les llamaba “zonzos”.
Posadas y Villa Encarnación son poblaciones rutinarias, mercados de esclavos blancos que presentan la fachada de la civilización para engañar al extraño; pero detrás de esa fachada está el lupanar invencible y triunfante ostentando un glorioso pasado de inmoralidades legalizadas nada menos que por señores gobernadores de la República Argentina, y ministros de la República del Paraguay.
¿Cuál es, si no, el gobernador de Misiones que ha protestado cuando se entregó a un solo individuo latifundios de doscientas leguas? ¿Dónde está su protesta? ¿Qué diario la publicó?
Y díganme todos los hombres de honor y de criterio sano: si en la acepción moral de la palabra un latifundista es un miserable que detiene la marcha del progreso de la civilización y del bienestar común, ¿no es más culpable todavía el gobernador que pone su firma a esos documentos?
Pues registrad esos documentos, y veréis que todos ellos, no solamente han sido otorgados con el beneplácito de los gobernadores, sino que hasta aparecen los herederos de un ex gobernador dueños de un latifundio que pesa sobre la misma ciudad de Posadas.
Entre siete u ocho dueños tienen casi todo el territorio de Misiones. La famosa Mesopotamia está en manos de Silock.
“Risum teneatis!”
La República Argentina creía tener allí una hermosa joya de oro reservada para cuando hubiera constituido su nacionalidad definitiva, y ahora se encuentra con que la corona es de hojalata.
¡Qué desengaño!
¡Qué mistificación!
Y ¿quiénes son los mistificadores? Gobernadores argentinos. Empleados argentinos. Escritores argentinos. Turistas argentinos. Periodistas argentinos. Autoridades argentinas.
Esas cosas duelen, lo comprendo; pero mejor es saberlas de una vez.
Lo más gracioso es que ahora se tendrá que comprar en cien pesos lo que fue vendido en cuatro reales.
Los yerbales han sido destrozados. Antes daban más de 400 mil arrobas: hoy no dan ni treinta mil, por más que “La Nación”, mintiendo sin gracejo, hace subir a doscientas mil arrobas la producción de yerba mate en el año pasado.
¡Están frescos!
Doscientas mil, sí!; con la brasileña y la paraguaya que se hace pasar de contrabando.
La verdad es que el territorio de Misiones ha sido saqueado, como fue saqueado el Este del Paraguay y el Oeste paranense brasileño, y todos los saqueadores forman una sola gavilla unida que apenas llega a sumar veinte personas.
En Posadas se acaban los últimos vestigios de civilización libre, que van a morir del todo a trece leguas más arriba de Corpus.
Pasando Corpus, se penetra en los inmensos latifundios hasta el Iguazú. Para recorrerlos, se necesita vaqueanos (montaraces), peones, provistas, armas, hachas y machetes. Y ni aun así mismo se puede cruzar sin riesgos cada día.
JULIÁN S. BOUVIER
(Continuará.)
Los misterios del Alto Paraná
UN TERRITORIO DESOLADO
El latifundio y la incuria de los gobernadores
Dejemos la palabra a un diario paraguayo, “Rojo y Azul”, de fecha 7 de abril de 1907; y dígase después para qué sirven al pueblo argentino esos grandes colosos del periodismo que se llaman “La Prensa” y “La Nación”, los que ni saben lo que pasa en su país, o si lo saben, lo encubren, lo que es mil veces peor.
Los párrafos que siguen son una comparación entre el Paraguay y el territorio de Misiones, y quien los suscribe una persona que nunca supo mentir, y luego, ni siquiera tenía vela en el entierro.
Empieza hablando de la viabilidad.
“El territorio aludido tiene un solo camino real que puede llamarse tal: el de Posadas a Santo Tomé, que es allá lo que el camino de Carapeguá a San Ignacio en el Paraguay. Al norte de ese camino, a diez o quince leguas, ya no transitan más las carretas. De Posadas a San Pedro y a Barracón, punto fronterizo con el Brasil no hay camino. Se tiene que remontar el río Alto Paraná unas cuarenta leguas, y de allí, sea de Paranaí, de Piraí, de Puerto Delicias o de Puerto Esperanza, seguir entre piques y llevar las mercaderías a lomo de mulas y en bruacas.
“¡Señas de progreso!
“En cambio, en el Paraguay no hay un solo punto donde no se pueda trasladar en carreta o en carro de a caballos a cualquier otro. En el Norte, hasta en los cerros transitan las carretas de la Industrial Paraguaya y de la Matte Larangheira. En el Paraguay la palabra “bruaca”, tomada de los brasileños, se aplica a una mujer loca o destornillada; mientras que en el territorio de Misiones, sin la bruaca, se mueren de hambre y de necesidad las tres cuartas partes de la población.
“Y ¡qué contraste!
“Aquí, la República Argentina, pletórica de dinero; allá, el Paraguay, pobre como ratón de iglesia.”
Y sigue tocando otra tecla:
“En las Misiones argentinas, los criollos no plantan. Todos los sembrados que se ven en Candelaria, Santa Ana, San Ignacio, Bompland, San Javier, Corpus y Cerro-Corá pertenecen a extranjeros con peones paraguayos emigrados de nuestra hermosa tierra. En San Pedro y en Barracón las únicas chacras son de brasileños importados, y por no haber terrenos fiscales a discreción, no hay agricultura en la propia acepción de la palabra.
“Los pobladores de las Misiones argentinas con cien veces más garantías de las que se gozan en el Paraguay, podrían cultivar uvas, bananas, piñas, tomates y toda fruta que por lo temprana desalojaría del mercado bonaerense sus similares del Brasil, pero nadie se ocupa de esas cosas. Maderas y rajas, he aquí la única industria que da vida a esas poblaciones condenadas a una decrepitud prematura en el día no lejano en que habrán volteado el último árbol de explotación actual. Son embriones de tapera y nada más.
“Si vamos a la Colonia Apóstoles, encontraremos a unos polacos mugrientos, roñosos y llenos de piques. Algodón, café, índigo, ramio, sansevera, etc., ni para remedio.
“En el Paraguay tenemos la Colonia González, hoy Yegros, y la Colonia Elisa, que nada tienen que envidiar a las mejores y más florecientes de Santa Fe, y eso, sin contar otras que le van en zaga.
“Si queréis ir un poquito más lejos, para convenceros de que tal haraganería de los paraguayos es una calumnia tan estúpida como los que la propalan, pasad el Pipirí por sus cabeceras y llegaréis a Campo Eré (Brasil). Allí encontraréis una población que vive esperanzada en el toro, en el marrano, y en el gallo, para prosperar.
“De cada cinco a seis peones argentinos, uno solo sabe leer y escribir, mientras que aquí los paraguayos con ser educados en la escuela de Mari-Castaña y con programas de enseñanza que parecen obras de dementes, saben leer y escribir, o por lo menos, hacer su firma.
“Cualquier empleado de obraje y yerbal del Alto Paraná dirá lo mismo.
“En el territorio de Misiones, hay departamentos sin escuelas, pero los gobernadores dicen: “Y a mí ¿qué?”
“Y van tres censuras al bombo.
“Vamos a la cuarta.
“En el Paraguay no hay ejército!
“Eso lo dicen por decir que el ejército es una guardia pretoriana. Sea. Pero no es todo el ejército, sino una parte que está en la capital.
“Ahora, veamos la casa del frente. En las Misiones argentinas, con ser fronterizas con el Brasil, no hay ni un solo cuerpo destacado, mientras que al pie de los Andes, los hay de sobra. En Barracón, frente a una población brasileña, en comunicación constante con Curityba, el gobierno argentino tiene dos soldados, dos carabinas remington, cinco balas (!) y una sola mula “patria” (!!!). No hay ni correo siquiera. No hay una sola oficina pública. El juzgado anda entre el sol y la luna, mudándose de una casa particular a otra. En caso de guerra, lo que no es probable, pero no es imposible, el gobierno argentino no tiene un solo camino, ni siquiera para llevar las pequeñas piezas de montaña, pues el sendero a veces no da para pasar dos hombres de frente. No tendría agua tampoco, pues esa famosa Mesopotamia es una Arabia Pétrea escondida entre las selvas. No podría abastecer a sus tropas por falta de caminos o sea vías de comunicaciones. No tiene telégrafo, ni podría instalarlo so pena de hacer una picada de treinta leguas de largo por cincuenta metros de ancho. En fin, Barracón, por ser un punto fronterizo, importante por su posición geográfica en las cabeceras del Pipirí, está abandonado por el gobierno argentino como si se tratara de un punto situado en la luna.
“En el Paraguay, Fuerte Olimpo, Bahía Negra, Bell Vista, etc., tienen vías de comunicación directa con la capital, telégrafo, fuerzas militares y oficiales competentes.
“Pero al pobre Paraguay lo consideran “atrasado”, y atrasado debe ser porque así lo dicen los vecinos.
“Todos los gobernantes paraguayos han sido despóticos y rastreros en política, pero desde Carlos Antonio López hasta el general Ferreira, todos han viajado en el interior y conocen su país. En las Misiones argentinas hasta hoy ni un solo gobernador se atrevió a venir a San Pedro y a Barracón por no pelarse las nalgas sobre el lomo de una mula; así necesidades tan imperiosas como la seguridad de una frontera y el decoro nacional las han pasado por alto. El sibaritismo posadeño atrofió su patriotismo.
“El Paraguay está lleno de latifundios! Es la verdad, la bien triste verdad. Gill, Escobar y Caballero no supieron refrenar la voracidad de sus compinches; sin embargo en la casa del frente, hasta el mostrador no pertenece al dueño de casa, pues entre la sucesión Roca, un tal Recaborde y otros más, agarran las dos terceras partes de las Misiones argentinas.
“El Paraguay no tiene porvenir! Las Misiones argentinas lo tienen mucho menos. Su empobrecido sistema hidrográfico las condena a una esterilidad perpetua si la ciencia no interviene a tiempo. Y sin embargo, al frente, con tan solamente un río de dos cuadras de ancho entre ambos territorios, la costa paraguaya ostenta saltos y cascadas como las del Ituty, Ñacunday, Monday, Acaray y otros muchos. Allí no caen las heladas; allí brota la vida exuberante y pletórica; allí la tierra fecunda revienta por todos los poros y lanza al aire sus atrevidos gérmenes convertidos en cedros o en lapachos o en otras maderas preciosas; allí no se hace dos kilómetros sin encontrar algún arroyuelo que al acercarse al río majestuoso y soberbio se desploma desde muchos metros de altura despilfarrando desde cien millones de siglos la fuerza eléctrica que podría producir.
“Analizados en forma comparativa ambos territorios, ¿qué resta, pues, de la famosa Mesopotamia Argentina, llamada así por turistas que la vieron desde las barandillas del “España”, del “Ibera” o de “La Edelira”; por turistas que no saben lo que es un pique, un rumbo, un tapyi, un pozo de tropero, un ñudo de “pinheiro”, una cangalla, un reviro, o un cagafogo?
“Poca cosa. Tres o cuatro latifundios inmensos sin aguadas suficientes; pobladores separados por leguas y días de camino, y que ni siquiera tienen idioma propio; desiertos que se convertirán en eriales el día que la humana codicia acabe por destrozar las selvas; yerbales saqueados a lo bárbaro, a lo caribe, a lo bruto, sin resuello y si conciencia; pueblos raquíticos, sin porvenir, sin estímulo y sin iniciativas; analfabetos que se crían como bestias del campo, sin roce, sin escuela, sin historia, ni tradición; una línea de frontera abierta al invasor y a los contrabandos; departamentos sin oficinas públicas, sin correo, sin telégrafo y sin vías de comunicaciones.
“Y para encubrir esa desidia y esa desvergüenza de los gobernadores, tres o cuatro libros “pour la galerie”, y que le sientan a ese cuadro desolador para la gran República Argentina, como una pistola a Jesucristo, como un peinado Pompadour a una callejera.”
Ahora, comparad el diario paraguayo, con un diario brasileño “A República” del 22 de abril que ve la luz en Curityba; y decidme si no tengo razón en sostener que a la República Argentina le pasa lo que a los maridos engañados, y que es la última en saber que sus Misiones, sus famosas Misiones, son una tierra conquistada, un botín de guerra, unos despojos en poder de unas cuantas aves de rapiña.
Pase todavía que el Territorio de Misiones esté entregado al analfabetismo y pase también que desde San Ignacio a Barracón, es decir en un trayecto de sesenta leguas, no tenga ni una miserable escuelita de campaña, a no ser en San Pedro.
Pero que no tenga caminos para ir a su frontera; que sus autoridades allí carezcan de oficina pública y estén establecidas en una propiedad ajena, en un latifundio mal habido, como todos los latifundios; que su comisaría sin comisario no posea ni papel, ni tinta, ni farol, ni siquiera un triste sello; que toda su caballada se reduzca a una mula—¡Una sola mula!—y todas sus municiones a cinco balas—¡Cinco balas!—eso, es lo que no puede pasar y hace enrojecer de vergüenza a los que son argentinos. ¿No se me quiere creer? Pregúntesele entonces al doctor Carlos Spegazzini. Calle Florida 625—División de Agricultura—Buenos Aires. Llegó aquí lleno de barro desde los talones a la cabeza. Si es franco y si es noble, si es caballero y si es imparcial, podrá decir que no hay pluma capaz de pintar la desolación que reina en ese territorio despoblado de hombres libres, huérfano de escuelas, con sus bosques destrozados hasta cinco o seis leguas del río Paraná, con sus yerbales reducidos a esqueletos, hechos “curubicas” por los empresarios vandálicos y sin conciencia, con sus latifundios yertos, silenciosos, desiertos de toda vida hasta de la vida yerbatera que destruye el oro en polvo, ese famoso oro en polvo que la soberbia de los gobernadores engreídos y sin temor al castigo entregó a cuatro judíos desgraciados: Pedro Vila, Durañona, Roca y Recaborde. Y podrá decir, sí, que la República Argentina no tiene allí nada: que los yerbales saqueados apenas darán 50 mil arrobas este año en lugar de 500 mil que daban antes. Pero no hablará; como el gallego del cuento contestará: “Yo no lloro porque no estoy en mi parroquia”. Y los Silocks le darán bailes!
Lo más gracioso es que un diario brasileño acogió esas publicaciones donde se aconsejaba a la República Argentina que cuidara un poco más sus fronteras. No se puede exigir más cortesía.
De todo esto se desprende un hecho real e indiscutible, pero bien triste: el territorio de Misiones ha sido vendido como una carne blanca al primero o a los primeros que manosearon al “proxenete”.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
El campo de acción de los reclutadores de esclavos blancos ha sido Villa Encarnación en el Paraguay hasta el año 1904.
A raíz de la contienda civil que se desarrolló en agosto de aquel año, emigraron muchos jóvenes “de armas llevar”, y haciéndose rara la mercadería humana, la capital de los negreros se trasladó a Posadas.
En el Paraguay ya no había más gente para esas clases de trabajos. El Alto Paraná es un monstruo delicado que solo se alimenta de juventud sana, robusta e ignorante al mismo tiempo.
No había más por donde pasar el rastrillo para traer incautos a los presidios, y paulatinamente, por gravedad, la balanza se inclinó hacia Posadas, recogiendo esta ciudad la herencia de la población paraguaya.
¡Bonita herencia!
Un mundo parasitario que es la innoble e inmoral estela del vicio: mujeres ajadas por miles de besos impuros o cantineras del ejército de esclavos altoparanenses, bolicheras, cigarreras, peringundineras, etc.; hombres-sanguijuelas que con la venta por copas de cuatro botellas de veneno alcoholizado pasan la vida en un eterno “dolce far niente”; músicos, fígaros, escrofulosos, gente—en fin—que por lo sucia, lo despeinada, lo corrompida sería la hez de la sociedad en cualquier nación y bajo cualquier latitud.
Toda esa cuadrilla de zánganos vive del esclavo blanco. Ellos son los que pasan por segunda vez la tijera para esquilar al infeliz peón del Alto Paraná, porque la primera trasquilada ya se la dieron en la casa de negocio del empresario haciéndole pasar gato por liebre.
Por eso, los que ven superficialmente las cosas creen que Posadas adelanta, mientras que, al contrario, sólo lleva en su marcha el lodo de la calle, la corrupción popular nacida en la abundancia del medio circulante y la facilidad para conseguirlo.
Posadas es la Meca adonde acuden desde el centro del Paraguay los desahuciados, los ingenuos o los que tienen miedo al cuartel. Allí también acuden de las campiñas de Misiones y Corrientes jóvenes incautos, inexpertas mariposas que vienen a quemar las alas de su existencia al primer fuego del “anticipo”.
Luego, tanto en la ciudad como en el campo, los reclutadores pomposamente llamados conchabadores, los conocen, los distinguen a la legua.
Si las futuras víctimas son paraguayos o correntinos, el conchabador emplea las sutilezas del idioma guaraní para engañarlos fácilmente; porque el guaraní, compuesto de imágenes comparativas, se presta admirablemente para embaucar a los ignorantes y a los muchachos que conocen el mundo al revés.
El reclutador palmotea a su futura presa y le convida a beber. Cuando está a punto, le hace una entradita (“ballon d’essai”), y van siguiendo las convidadas.
—Iporá co anga el Alto Paraná, ché ray.
—Iporá la caaty mbiapó.
—Co anga dae veima yma guaré tiempo cuera.
—Eyaá ndié.
—Ybebuy co anga los trabajos amó cotype.
(Ahora está lindo el Alto Paraná, mi hijo. Los trabajos de yerbales son lindos. Ahora ya no es más como antes. Vamos conmigo. Ahora los trabajos son livianos por allá.)
El infeliz joven traga el anzuelo, y sigue a su palmoteador, quien lo lleva a la tienda, donde le dan un pequeño anticipo en dinero y donde le ensartan a un precio bastante “salado”, mercaderías de pacotilla, muy charras, muy vistosas, pero muy guarangas e inservibles.
El enlazado se viste en seguida con esos para él lujosos y flamantes trajes, y rumbea hacia cualquiera de los ranchos donde lo esperan Venus callejeras que acaban de embriagarlo y hasta llegan a darle lo que no tienen. Al otro día, amanece sin un real, triste, cabizbajo, arrepentido, pero la casa fatal del empresario lo atrae nuevamente, y allá vuelve en demanda de más dinero, porque para seguir farreando sería capaz de vender su alma en esos momentos. Tened en cuenta que casi siempre esas víctimas son menores de edad, y sabréis disculparlas. La ignorancia, el fatalismo, la miseria, la falta de escuela, la carencia de buenos consejos, el alcohol y la vuelta al colchón de la ramera lo arrastran nuevamente a todas las bajezas y a todas las concesiones. No son ya seis meses de su existencia los que empeña en un año, dos tres o más algunas veces. No reflexiona: no calcula. Vengan 10 pesos, 20, la tienda entera si es preciso!
¡Pobre infeliz! ¡Cuán caro pagará todas esas orgías y todos esos trapos inservibles!
Asistiremos ahora el embarque para el Alto Paraná. La casa no da más dinero. El esclavo ya recibió 75, 100 o 150 pesos, a veces 200 o 300 si es peón “acreditado”, es decir, peón que ha probado la resistencia de sus huesos durante tres o cuatro zafras. Es bueno que se vaya. Ya farreó bastante. Los últimos diez o veinte pesos se los dan el día de la salida del vapor, siempre de tarde, para tener la seguridad de verlo llegar sin falta cerca del yugo ese día. Así no hay que buscarlo. Cuestión de economía.
Pero no hay cuidado: si no se presenta, pronto lo encuentran. Entre esos desgraciados ignorantes, el espíritu de delación es moneda corriente. Luego, Posadas y Villa Encarnación son poblaciones pequeñas, donde todos nos conocemos, y los conocemos a todos. Si Fulano no está en su cama, sabemos con precisión dónde está. Lo saben los gatos, los perros, las criaturas de pecho, y hasta las vacas lecheras que duermen en el medio de la calle. ¿Dónde se esconderá entonces un peón para que no lo encuentren? En el sepulcro, sólo en el sepulcro!
Ese hombre ya perdió su libertad desde el momento en que recibió el anticipo. Ya no es más Juan o Pedro o Diego: es el número tanto que figura en su libreta de Oficina.
Los conchabadores y otros empleados de los yerbateros recorren todos los tugurios, todos los chiribitiles, todos los ranchitos de mala muerte, hasta encontrar al refractario.
Por las dos calles que conducen al puerto, bajan los peones, la mayor parte de las veces en estado de ebriedad, y una vez allí los embarcan como rebaño de animales. Y para que la comparación no resulte favorable al humano, embarcan animales también: mulas para cargueros y vacas para el abastecimiento del vapor.
Allí, fácilmente apiñan más de cien personas en un espacio que no tiene ni 40 metros cuadrados, v.g., en el del vapor “Feliz Esperanza”. Esos infelices van amontonados, sentados unos encima de otros, hombres, mujeres, criaturas, todos confundidos en una lastimosa promiscuidad; y eso durante dos, tres, cuatro o cinco días con sus noches, según el puerto adonde los llevan.
Esos titulados puertos no son más que pequeñas ensenadas formadas por el río. A sesenta metros de altura sobre la barranca hay un miserable rancho llamado “Comisaría”, y un galpón si es puerto yerbatero.
Llegado allí, el peón pertenece al mayordomo.
Antes de seguir, séame permitido volver atrás.
En Posadas hay un diario que pretende defender a los negreros. Se llama el “Eco de Misiones”. Yo podría taparle la boca mil y una vez, si preciso fuera; pero no tengo tiempo para polémicas.
Sólo se la voy a tapar tres a cuatro veces, y después pasaré de largo.
1º Que se mida el lugar para los peones en el “Feliz Esperanza”, y después que se registre en los roles de la Capitanía la cantidad de seres humanos amontonados allí en los viajes de principio o fin de zafra; y yo juego todo lo que se quiera a que no alcanza a medio metro cuadrado para cada uno. Y sin embargo, allí tienen que estar más de 60, 80, 100 o 120 horas sin poder moverse. Oh! no hay cuidado! Cuando el gobierno argentino mande una comisión formal, yo presentaré todas esas pruebas. Todo lo que digo lo probaré, y a mí no me van a engañar como engañaron al ciudadano Adrián Patroni, que no debía saber con qué clase de gentes trataba.
2º Dice el “Eco de Misiones” que los peones son tratados a cuerpo de rey. No tiene vergüenza del “Eco de Misiones” de decir esto aquí, donde todos sabemos que a los peones no se les da otra cosa que el inmundo yopará todo el año!
Y los tres argentinos asesinados en Yacui por una comisión mandada por el mayordomo Manduco Alves porque habían fugado de hambre, ¿fueron tratados también a cuerpo de rey? Ni siquiera los enterraron. Los tigres u otras fieras comieron, destrozaron sus cadáveres.
Cuerpos de reyes!
3º El año pasado, en abril, en las dependencias de Frakrán, de los señores Escalada, un tal José Alves, en compañía de otros peones cretinizados en el yugo, salió a perseguir unos peones fugados, y alcanzándolos, fusiló a siete por las espaldas.
Así se trata a los trabajadores en Misiones! Y a esto llama “El Eco de Misiones” ser tratado a cuerpo de rey?
4º El “Eco de Misiones”, al pretender defender una causa perdida, intenta hacer creer que yo estuve siete años con el gran traficante contrabandista Domingo Barthe, cuando sólo estuve seis meses con él en Iñaró y en Itá-Ipyté, lo estrictamente necesario para darme cuenta de las ignominias que allí se cometían con los pobres peones a quienes se pagaba de 8 a 12 pesos mensuales cuando mucho, en junio y julio, para embalsar, cuando hacía un frío terrible y tenían que trabajar en el agua todo el día.
Cuando un diario traiciona así la noble misión del periodismo es mejor dejarle con su delito a las espaldas “paede paena claudio” y seguir caminando.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Quedamos en el momento en que el peón llega al puerto, tan pomposamente puerto que no hay allí nada, a no ser piedras, arena y tacuaras.
Si es un obraje, menos mal, por un lado, porque a lo sumo se hunden sus picadas a cuatro leguas del río; pero si es un yerbal ¡pobres peones! tienen que hacer 25, 30 y hasta 40 leguas hacia el centro, a pie, llevando su mochila al hombro, subiendo y bajando cerros o cruzando arroyos sin puentes las más de las veces. Las infelices mujeres a quienes su desdicha arrastra allí, no son mucho mejor tratadas que una mula carguera, porque llevan todo el peso de los cachivaches. Van a pie también, por pinos y tacuapizales. De noche duermen a la intemperie, mientras que otros hacen fuego para ahuyentar a los tigres. Esa “vía crucis” dura días y días, y a veces se les acaba su provisión y entonces se mantienen con cogollos de pindós o dátiles, comida que sea dicho de paso es mucho más sana que la que les da el patrón.
A veces los indios caynghuaes voltean con anticipación esos pindós, que se pudren cerca del cogollo y crían entre sus fibras interiores un gusano grueso de un centímetro llamado “tambú”. Si los peones del Alto Paraná no tienen qué comer o les escasa la comida, agarran a ese gusano, lo ensartan en un palito, lo asan y lo comen, del mismo modo que hacen los indios.
Esas 25, 30 o 40 leguas las ha hecho el peón sin encontrar casas, y cuando las hay, son del patrón empresario, toldos sin comodidad, donde viven los “rozadores” que plantan maíz para las mulas.
Los trechos de 10 o 15 leguas sin población no son raros. Los hay también de 4 a 5 leguas sin agua. Cruzarlos en el verano es un castigo. Cinco leguas allí, es un día a día y medio de camino.
El término de la primera etapa es el depósito central donde se estaciona la yerba. Allí se aprovisiona al peón (por su cuenta, es claro), y lo mandan a los campamentos donde están los barbacuaes. Otras cinco, seis u ocho leguas.
Y llegando allí, sí empieza su verdadera “vía crucis”.
El peón está, entonces, completamente secuestrado para la civilización. No tiene casi adonde fugar. La selva virgen con sus espesuras infranqueables lo rodea por doquiera. En esos cien piques diferentes hay una senda sola, ¡una no más! que lo puede devolver al mundo civilizado. Es la senda por donde vino. Pero ¿cómo volver por allí, a pie, si el mayordomo, que tiene buenas mulas, pronto lo alcanzará.
Además, en el puerto lo apresaría el otro mayordomo o encargado de la misma casa empresaria. No tiene más que agachar la cabeza al yugo y tratar de librarse sufriéndolo todo.
Tiene que hacer picadas, campamento, barbacuá y su toldo habitación, todo gratis. En esto y en el viaje se le va de un mes a mes y medio, sin ganar nada.
Y la cuenta va subiendo. Ella consta invariablemente de lo siguiente:
1º El anticipo en Posadas.
2º El pasaje en el vapor.
3º La provisión para venir del puerto al depósito central.
4º La provisión para venir del depósito al campamento.
5º La provisión adelantada para unos días.
Ya perdió tres meses del año, entre bajar, estar farreando en Posadas, subir otra vez, llegar al campamento, hacer picadas, barbacuá, campamento, etc.
Sólo le quedan nueve meses.
De esos nueve meses pierde los días de grandes lluvias, y los días en que el “surmenage” le postra los miembros y se hace el “guaraipe” para “tunguear”. Es decir, se hace el mañero para tumbarse de costado o de espaldas fuera del yugo unos días y otros días más.
Total, le sobran siete meses apenas. Registrad sus libretas de conchabo, y veréis cuántos meses trabaja ese hombre. Siete a lo sumo. Quiere decir que con la ganancia de siete meses tiene que sostenerse doce.
Ahora bien, como le dan anticipos de 150 a 200 pesos necesita a lo menos de siete a ocho meses para pagarlos. Pero allí le espera la Comisaría.
Se llaman comisarías los depósitos de mala muerte donde tienen los patrones amontonados las provisiones y las mercaderías que se les vende a los peones con un 800 por ciento de recargo.
“C’es a prendre ou a laisser”. Es decir, si quiere, bien, y si no, déjanlas no más; pero como no puede dejarlas, por muy económico que sea, llega el fin del año y todavía está debiendo.
En esos trabajos un par de zapatos no dura dos meses, una camisa menos, y así por el estilo.
La ropa que el peón trae de Posadas no le dura nada porque es pura pacotilla, es ingenuo, y en virtud del caso de fuerza mayor, acepta todo lo que le dan.
“Es para los peones del Alto Paraná”, y basta.
En Posadas y en Villa Encarnación ya se sabe lo que esto quiere decir.
He aquí algunos de los precios:
Azúcar, inferior, 1.50 el kilo.
Porotos, 0.60 el kilo.
Una camiseta de punto, 3.50.
Un pantalón ordinario, 4.00.
Café, 3.50 el kilo.
Charque, de 0.70 a 1 peso el kilo.
Harina, de 0.60 a 0.80.
Fariña, de 0.60 a 0.80.
Tabaco, negro, 3 pesos el metro.
Todas esas materias alimenticias o mercaderías son de las más inferiores que se encuentran en plaza. El café es maíz o porotos tostados. El charque, causa de tantas enfermedades, es de lo más inferior que se puede ver. A veces va tasajo lindo, no lo niego, pero esa “vida gorda” no dura mucho.
El charque elaborado en el Paraguay da asco, a lo menos el que se elaboraba hasta un año o dos antes de ahora. Lo tienden a secar sobre unas varillas al sol y a dos metros apenas de altura. El viento lo llena de tierra. Las moscas, llamadas aquí en guaraní “mberú oby”, depositan en él sus huevos. La totalidad lleva más huesos que carne, y un hueso de charque no suelta más grasa, aunque lo hagan hervir un año. Los mondongos y las tripas casi sin lavar van con excrementos. La cabeza es incluida también, y se paga de 70 centavos a 1 peso el kilo también.
Téngase en cuenta que todos los precios indicados no son muy subidos para esos lugares; pero hay otros que lo son enormemente.
Un par de zapatos gruesos, que vale 1.80 en Posadas, allá es vendido en 4 pesos. Esos zapatos a veces duran quince días tan sólo.
Un peón mensual gana de 18 a 25 pesos, y como sólo trabaja nueve meses o diez, cuando mucho, si recibió 150 pesos de anticipo le quedan para todos los gastos del año: tabaco, jabón, galletas, azúcar, ropa, zapatos, etc., 30 pesos a lo sumo; y si recibió 200, sale debiendo.
Salir debiendo, no es “salir”, como lo significa el sentido exacto de la palabra; es, al contrario, quedar esclavizado para acabar de pagar. En el Paraguay, en Tucurú Pucú con los monstruos de la Industrial Paraguaya, hubo peones que quedaron siete, ocho, nueve, diez, y hasta doce años en las selvas. Doce años sin ver una población! Doce años sin penetrar en un lugar donde reine la civilización. Doce años secuestrados.
Esos peones a quienes se paga de 18 a 25 pesos mensuales, que vienen a ser 6 a 10 pesos cuando mucho, son destinados a toda clase de trabajos.
Antes de aclarar el día, tienen que levantarse, tomar mate y almorzar el reviro, mezcla de harina y charque. Si trabajan lejos tienen que ir de noche o a lo más tardar al aclarar el día. A veces cruzan pantanos o arroyos donde tienen que descalzarse. Cuando llegan al trabajo, están todos mojados del rocío que cae de las hojas de los árboles que sus pasos hacen mover. Si no llueve a cántaro, el trabajo sigue lo mismo.
A las 9, cuando calienta el sol, o por mejor decir, todos los días, salen los mbariguies y polvorines, o sean lo jejenes, cuyas mordeduras vuelven loco a cualquiera. Las manos o las piernas que van desnudas son acribilladas por esos insectos, hasta entrar el sol. Es imposible descansar ni sentarse. A veces no dan lugar esos insectos ni para hacer un cigarrillo. Acosan el rostro, las orejas, la boca, los ojos y la nariz.
Muchos días despúes de volver a Posadas, los que han ido al Alto Paraná conservan en las manos y en las piernas la sangre coagulada bajo la epidermis adonde los mbariguies elevaron su trompa.
El chucho o malaria reina en un estado permanente, y cuando se complica con pulmonías que se contraen tan fácilmente allí, es la muerte, segura, infalible.
Morir allí es morir dos veces, diez veces, cien veces.
Cuando un peón se enferma, lo relegan en un rincón o lo dejan no más adonde está; pero no se olvidan de apuntarle la falta cada día, por si acaso no muere descontárselas del sueldo, del miserable sueldo.
Algunos patrones los cuidan por espontaneidad de corazón, pudiéndose citar entre esos pocos el señor Juan Cafferata, que es el más humano de todos los empresarios. Pero los otros, ni se ocupan de esas cosas.
Si muere un peón ni siquiera dan aviso a la familia. Avisan en Posadas a la casa matriz, y se acabó. Fulano de Tal pasó a la partida de pérdidas y ganancias. ¡Qué oración fúnebre!
El peón enfermo pasa así varios días, todos los días, sin asistencia médica.
El Alto Paraná produce diez millones de pesos en yerba, y otros diez o quince en maderas, pero los empresarios no tienen allí ni un solo médico.
Como las empresas ocupan para mayordomos a peones viejos que se acreditaron pasando ocho o diez años sin morir (!), sucede que esas personas entienden de remedios como yo de hablar el chino, y ni con drogas a mano pueden curar o aliviar al enfermo.
El peón enfermo queda solo durante todo el día. Los ranchitos de los peones son hechos entre el monte o el bosque, y no tienen ni donde caminar cuatro pasos, ni andar parados sin tocar el techo.
Allí permanece el paciente sin tener quien lo acompañe, o cuando mucho con la compañía del cocinero, que por lo general es algún “guaraipe” o algún inválido.
Muere muchas veces, así, solo, sin nadie que cierre sus ojos, sin nadie que le consuele o recoja sus últimos acentos, que casi siempre se refieren a Dios y a la madre.
—¡Ay, mi Dios! ¡Ay, ché mamita!
(“¡Ay Neyára! ay, ché sy!”)
Sobre todo, cuando muere de alguna herida o lastimadura.
Murió, y el silencio vuelve a reinar. Llegan los compañeros y lo entierran. Si no lo entierran ese mismo día, lo entierran al siguiente. Nadie levanta un acta civil. Nadie reconoce el cadáver. Allí cerca lo entierran sin más formalidad. Así no más sin cajón, sin nada, en un pozo poco profundo y donde fácilmente lo desenterrarían las hienas si las hubiese.
Cuando se abandona la “tendida” si es obraje, o el “campamento” si es yerbal, los árboles obstruyen la picada, los “tacuapíes” la cierran y allí queda ignorada para siempre la sepultura del obrero muerto en el yugo.
Antes, los tiraban al río por no hacer el pozo de la sepultura. Hoy los mayordomos son más humanos (!) distraen unos cuantos peones del trabajo y hacen cavar una fosa.
JULIÁN S. BOUVIER
(Continuará).
Los misterios del Alto Paraná
INFIERNO DE LOS TRABAJADORES
Un territorio desolado
Necesidad de una comisión investigadora
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
La ambición desenfrenada de unos cuantos individuos y la tacañería primitiva del sistema han convertido el Alto Paraná en un cementerio donde en vano se buscaría una sola obra de progreso, un solo vestigio humano de civilización.
El Alto Paraná ha sido un verdadero matadero adonde fueron conducidos varias generaciones, una tras otra, sin que jamás quedara en la huella de sus pasos una sola obra útil a la sociedad.
Nada, absolutamente nada. Ni siquiera un pueblo! Ni siquiera una casa de material! Ni siquiera un camino. Ni siquiera un agricultor libre.
Son bosques solitarios hoy como treinta años atrás.
Faltan árboles de yerba, faltan cedros y lapachos, faltan existencias humanas; pero los bosques siguen siendo las mismas criptas despobladas donde no hay más vida que la de las plantas, la de las bestias y la de los esclavos blancos.
Allí se mató gente a placer, se sepultó a quince o veinte generaciones de jóvenes robustos, primero en el vicio y luego en la selva.
Y sin embargo de tantos sacrificios, no hay una sola piedra—ni una sola!—removida a favor del progreso humano.
En esas cinco mil leguas que pertenecen en conjunto a tres naciones no hay un solo vestigio de civilización. Doquiera aparece el hombre esclavo, cretinizado, sin esperanzas; el hombre muerto para todos: para la patria y para la sociedad.
Las banderas que flotan allí no representan ni al Brasil, ni a la República Argentina, ni al Paraguay: representan la piratería y el bandolerismo, el triunfo del dinero sobre la ignorancia, la victoria del sobornador sobre el sobornado, y la degradación humana flotando moralmente por encima de multitudes analfabetas encadenas a un yugo de miseria, de atavismo y de regresión.
Y ¡qué regresión! El paraguayo y el brasilero prolíficos por naturaleza; el paraguayo y el brasilero que en su hogar tienen ocho, diez y hasta doce hijos, en el Alto Paraná no llegan a tener ni tres! ¡Y qué criaturas! Eternos candidatos a la fosa ignorada al lado de un tronco podrido o de una osamenta de tatú!
Oh! si el Alto Paraná no pertenece al crimen, pertenece entonces al infierno.
Que se nos presente un solo agricultor libre en todas esas cinco mil doscientas leguas, una sola obra que sea hija de un hombre sin cadenas!
Que se nos enseñe un solo camino donde pueda transitar, no diré un carro, sino la más rutinaria carreta.
Que se nos enseñe un solo pueblo, un solo centro social, una sola agrupación humana donde rijan leyes civilizadoras y donde el juez o el comisario no sean instrumentos de las empresas.
Preguntad en qué registro civil se inscribe a los que mueren, y qué médicos o peritos reconocen los cadáveres para saber si tienen o no tienen los rastros de una pulmonía. . . de Winchester.
Rogad que se os muestre un solo fallo en que un juez haya condenado a un empresario o a un mayordomo cuando sus peones han ido ante ese juez en demanda de justicia.
Averiguad en qué vapor llevaron esos comestibles o esos remedios y esos “petits riens” que uno necesita para pasar con menos mortificaciones los meses y meses que se vive en las selvas.
Inquirid cómo se llama y dónde vive el peón que después de ocho o diez años de labor en el Alto Paraná ha tenido con qué comprar una hectárea de tierra, “una sola” con la ganancia de su trabajo.
Es en vano. No se tapa el cielo con un arnero.
Han cometido allí un crimen monstruoso contra la civilización y ese crimen ha sido ejecutado con la complicidad de los gobernadores, de los jueces letrados, de los otros jueces, de los comisarios, de los subprefectos marítimos, de los escritores oficiales, de los fiscales forestales y de la prensa, y pretender llamar “exageraciones inútiles” a la revelación de un saqueo por comandita y del asesinato por sociedades anónimas, es insultar al presente y renegar de las nobles aspiraciones de la nacionalidad argentina.
Y eso no puede ser.
¿Queréis ahora que la verdad horrible y desnuda salga de la misma Buenos Aires y que sean nombres insospechables los que la proclamen?
Pues bien, dirigid a todos los médicos de conciencia y de dignidad, sean o no sean socialistas, las siguientes preguntas que yo dirigí a un farmacéutico de Villa Encarnación, el señor Juan Brousse, que, si no domina su profesión como se verá por los términos de su carta, domina a lo menos el servilismo de la mayoría, y en un noble arranque de indignación estigmatiza la esclavitud y la prostitución.
Leed esas líneas, ciudadano director, y decidme si puede haber circunstancias atenuantes a favor de los esclavistas.
Aquí va la carta que le dirigí.
“Villa Encarnación, abril 8 de 1908.—Señor don Juan Brousse—Ciudad.— Muy señor mío.—Persiguiendo un fin humanitario cuyo alcance no escapará a su recto criterio, ruego a Vd. se sirva contestarme al pie de la presente o por separado a las siguientes preguntas:
1º ¿Qué porvenir, bajo el punto del desarrollo físico puede esperar a una criatura nacida en las selvas del Alto Paraná, teniendo en cuenta que allí no hay parteras, ni boticas, ni médicos, ni recursos de ninguna clase?
2º Siendo la alimentación exclusiva de la madre durante todo el año, maíz, poroto, carne salada (charque) y grasa de inferior calidad, ¿puede la madre alimentar a sus hijos como es debido? ¿Puede siquiera tener leche suficiente?
3º No habiendo allí ni carne fresca, ni gallinas, ni huevos por consiguiente; ni leche, ni azúcar, ni té, ni café, ni pan, ni harina láctea, ni remedios caseros, ni vecindad de ninguna clase, si la madre o la criatura se enferman ¿qué pueden tomar para alimentarse?
4º Una criatura nacida en esas condiciones y que sólo tiene caldo de maíz y charque salado cocido para alimentarse ¿Puede vivir mucho tiempo? ¿Puede desarrollarse físicamente hablando? ¿puede más tarde, si llega a ser madre, tener hijos, criarlos ella misma y verlos sanos y robustos?
5º No habiendo como sustituir a la leche de la madre, ¿qué destino espera a la criatura?
6º Si la madre muere del parto, ¿puede vivir la criatura?
7º Faltando todo recurso, alivios, alimentos adecuados, remedios, abrigos, comodidades, parteras, etc., ¿qué tanto por ciento de víctimas calcula Vd. que puedan hacer las fiebres puerperales?
8º Qué porvenir espera a las criaturas de ambos sexos entre uno y diez años de edad que se crían con semejante alimentación y en esos lugares?
9º Siendo las tres cuartas partes de los peones atacados por la sífilis u otras enfermedades secretas, con la circunstancia agravante de que ellas han sido contraídas bajo la influencia del alcoholismo, ¿qué porvenir espera a los hijos procreados en tan fatales condiciones?
10º ¿Qué desarrollo intelectual puede alcanzar un niño analfabeto con esa alimentación y bajo la influencia del medio ambiente y de la naturaleza física y salvaje que lo rodea sobre las disposiciones morales del individuo, y otro niño, también analfabeto, pero criado en el centro del Paraguay, y alimentado con carne fresca, leche de vaca, huevos, dulces de miel, mandioca, pan, etc., en una palabra, el niño criado así en las selvas ¿tiende a elevarse o retrogradar sobre la escala humana?
11º ¿A qué edad más o menos puede llegar un menor de 12 a 16 años a quien se hace cargar pesos de 60, 70 u 80 kilos y subirlos por una barranca cuesta arriba; y eso durante muchos años y bajo la lluvia cada vez que llueva y siempre alimentado con charque salado y maíz?
12º ¿Ha visto usted en Posadas y en Villa Encarnación a menores de edad de 12 a 16 años tomar caña y buscar a prostitutas?
Esperando me dispense la molestia que le voy a causar, me suscribo de Vd. atte. y S. S.—Julián S. Bouvier”.
Ahora, bien, vamos a leer la contestación de este farmacéutico, que no es profesional, sino simplemente autorizado por el Consejo de Higiene para ejercer el arte de curar, por carencia de facultativo diplomado en Villa Encarnación.
La doy tal cual es, y además se la adjunto para mayor prueba. No la he tocada ni en una coma, como Vd. podrá verlo. Así y todo, es elocuente.
Hela aquí:
“Encarnación, Mayo 1º de 1908.—Señor Julián S. Bouvier.—Estimado amigo:—Con mucho placer voy a contestar a sus preguntas relativas al porvenir de los habitantes de las selvas del Alto Paraná.
1ª pregunta:—A mi juicio, un 20 % de las criaturas mueren antes de la edad de un año; y los que sobreviven son anémicos, raquíticos o paralíticos.
2ª pregunta:—El maíz, los porotos y la carne salada son causa de muchas enfermedades: el maíz averiado produce la Pelagra (mal de la rosa); la carne salada produce el escorbuto o desarreglos en las vías digestivas; cuando el charque proviene de animales enfermos, o ha sido mal preparado, es causante de enfermedades infecciosas de varios caracteres. Si las madres tienen leche, no puede ser de buena calidad.
3ª pregunta:—Falta en absoluto la higiene. Usan remedios empíricos (porque todos son médicos o médicas), como chinches, grasa de lagarto o de otros animales, cuerno de tapir; y las sales de mercurio que intoxican a las generaciones presentes y venideras.
4ª pregunta:—Los que escapan a la muerte serán siempre enfermos y desgraciados (degenerados).
5ª pregunta:—Almidón de mandioca diluido en agua, causa principal de la enfermedad llamada “opilación”.
6º Siempre el almidón.
7º Aproximadamente el 25 %.
8º Falta de desarrollo físico y moral: decrepitud prematura.
9º La sífilis y el gonococo hacen más víctimas que todas las epidemias. El 30 % de los niños que nacen en el Alto Paraná vienen al mundo con esas terribles y repugnantes enfermedades, llamadas congénitas. Faltándoles un tratamiento apropiado, serán siempre desgraciadas y desgraciada su prole.
10º (Homero estuvo durmiendo sin duda; pues no contestó esta pregunta: (¿qué desarrollo intelectual, etc.)
11º Causa de hernias, aneurismas y lesiones en los pulmones y en el corazón.
12º Aproximadamente el 80 % de los menores de 12 a 16 años son alcohólicos y con enfermedades secretas. El sexo femenino es el más desgraciado, por falta de educación se entrega al vicio desde esa tierna edad y contrae enfermedades para todo el resto de su vida, porque la mujer, por falta de experiencia y por pudor, no consulta a facultativo alguno; consulta a las viejas comadres, las cuales todas son médicas, y toman cualquier cosa, en la creencia de encontrar alivio, y se quedan con la enfermedad sin conocer el peligro de. . . (doblemos la hoja).
El sexo femenino digno de mejor consideración, es el más desgraciado. Se considera a la mujer como instrumento de placer y como bestia de carga.
Los peones conchabados por los agentes de las empresas, reciben unos cientos de pesos antes de embarcarse, y ese dinero les sirve para librarse de los vicios. Se entregan al alcoholismo, buscan a las prostitutas, que tanto abundan en Posadas y Encarnación, y pierden dinero, salud, dignidad y respeto. No sienten amor ni a la familia ni a la sociedad. Más del 50 % llevan como consecuencia las enfermedades vergonzosas. En varias ocasiones se me han presentado jóvenes de 12 o 14 años que venían del Alto Paraná después de uno a tres meses de permanencia en esos lugares sin haber trabajado un sólo día. En ocho o quince días de tratamiento, cuando se hallan aliviados, se embarcan de nuevo; les falta recursos para continuar un tratamiento.
Consideración final: Todos estos hechos me horrorizan y considero necesaria una activa campaña para contrarrestar las pretensiones de los empresarios y para moralizar a los habitantes de esas regiones.
Creyendo haber satisfecho su deseo y haber cumplido un deber según mis humildes conocimientos, me es grato saludar a Vd. con mi consideración más distinguida, S. S. S.—Juan Brousse.”
Atavismo, surmenage, extenuación, raquitismo, degeneración, corrupción viva y corrupción hereditaria, alcoholismo; de todo hay en ese cuadro pintado por otra mano que la mía.
Y cuando yo digo a los argentinos: “¡Cuidado: han asesinado a varias generaciones paraguayas en esos presidios! ¡Cuidado con vuestra juventud del noreste!”, sale un diario en defensa de los negreros y llama “exageraciones inútiles” esos amistosos y humanitarios avisos.
Pues entonces que hablen los médicos bonaerenses, socialistas o no socialistas. Contesten a las preguntas formuladas en mi carta médicos que pertenezcan a cualquier doctrina o filiación social que sea, y, todos se mostrarán unánimes en afirmar que las condiciones en que son llevados y tratados los peones, mujeres, menores y criaturas en los yerbales y obrajes del Alto Paraná, solo dejan dos puertas de salida en el porvenir de esos infelices: muerte o degeneración.
Esas cosas no se ven en Posadas: es claro. Ante el extranjero novicio que llega, el gran mercado de esclavos aparece digno y recto como un “diplómate”. Apenas si en las cercanías del puerto se apercibe en algún “pied-de-zinc” uno que otro menor de edad de amarillento rostro que desmigaja su salud en una copa de caña. Para darse cuenta del horro de la prostitución consentida con el fin de pescar al incauto esclavo blanco, es preciso vestirse de proletario y recorrer de noche los tugurios y los perigundines.
Venga una comisión formal compuesta de médicos, periodistas, empleados de la comisaría de investigaciones, un juez y un militar, y yo probaré todos mis dichos: en dos o tres días y aun sin salir de Posadas.
Ahora, viéndose descubiertos, los negreros van a echar mano de la calumnia y de los falsos testimonios para quitar valor a mis palabras.
También ahí los espero a pie firme. No logrando engañar a LA VANGUARDIA, lo demás es pastelito para mí. Y como yo doy pruebas, cito hechos, nombres y fechas, les será imposible engañar y comprar a LA VANGUARDIA como han hecho con “El Eco de Misiones”, y con los corresponsales de “La Prensa”, y “La Nación” en Asunción.
Por eso, confiado en el triunfo, exclamaba entusiasmado en “Rojo y Azul” del 19 de abril: “Cancha, señores: la pluma va a pelear con los millones”.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
Mientras el peón está en Posadas, donde los empresarios se hacen la guerra sorda para atraerlo cada cual para sí, le prometen mil maravillas, y los patrones sufren sus impertinencias con una cara dura insensible a las cuatro verdades que algunas veces les cantan esos infelices cuando ven que la mercadería de su cuerpo y de sus fuerzas es procurada con interés; pero una vez en el yerbal, ¡adiós promesas! Entonces le toca al patrón desquitarse.
El peón “tarefero”, es decir, el que va a desgajar los árboles del “illex paragüensis”, se levanta a las tres de la mañana, toma mate amargo, porque esto no cuesta nada al patrón, almuerza y se va al monte apenas apunta el día.
Allí llega mojado, en invierno como en verano, porque rara es la noche en que no caen grandes rocíos. Escoge los árboles y sube a ellos, peligrando su vida o sus miembros en una caída, y con el machete empieza a desgajar el árbol hasta dejarlo desnudo de ramas. Luego hace fuego y tuesta las hojas, haciendo con ellas pequeños manojos a los cuales hace girar para que el fuego las tueste de un modo igual.
En toda esa tarea ha perdido más de medio día.
Después hace el “raido”, es decir, un enorme bulto de hojas medio secadas al fuego, y lo carga a sus espaldas, sujetándolo con una correa de cuero llamada alza que le cruza sobre la frente. El “raido” no puede ser menor de setenta kilos de peso, y tiene que llevarlo por sendas abiertas a machetazos, y por donde apenas pasa un hombre de frente. Traer el “raido” al “barbacuá” especie de horno subterráneo, es una tarea gigantesca capaz de acobardar al más fuerte. Si el camino fuera bueno, o a lo menos transitable, no sería tanto. El peón va caminando con un “raido” de 70, 80, 100 o más kilos, según sus fuerzas, y de repente un icipó (liana) o un tacuapí (pequeño bambú) se enreda en él y hace trastabillar al hombre y caer al “raido”. De allí no lo alza él solo, a no ser muy vaqueano. De cuando en cuando descansa sobre el “burro”, o sean troncos que se ha cortado con anticipación a un metro del suelo.
Mientras va caminando con ese peso de hojas que tanto abultan, los insectos le están picando el rostro hasta saciarse, y no puede defenderse porque necesita sus manos a cada instante para sostenerse, y hasta para caminar a cuatro patas (!) con toda la carga.
El sudor le inunda el rostro y el cuerpo. Si una lluvia lo toma en el camino, tiene que seguir andando, y el agua cayendo sobre su cuerpo sudoroso le produce enfermedades que le depositan en el pecho la llave del sepulcro.
Entre 2, 3, o 4 de la tarde llega al barbacuá sin haber comido nada desde las 3 ½ o 4 de la mañana. Allí lo espera el inmundo “yopará” que los chanchos despreciarían por lo sucio. Pero ni aun le dan tiempo para comer. Tiene que entregar su yerba y cancharla.
Al pesársela le roban en el peso media arroba o una arroba. Es la maña vieja. Y ese robo no aprovecha al que lo practica sino al patrón que pasa la vida amable lejos de esos infiernos donde solo va de cuando en cuando para dar cuerda al reloj, es decir, para gritar y lloriquear diciendo que pierde dinero o algo por el estilo.
Los empleados, que son esclavos distinguidos, roban para el patrón, y si no roban los echan, diciéndoles que no sirven para lidiar con peones, que no se hacen respetar, etc. “Hacerse respetar” allí es robar al peón, venderle mercaderías por cuatro o cinco veces su valor, vivir con la mujer del peón (si este la tiene) y hacer que la mantenga, apalearlo si rezonga, trampearle el sueldo y retarlo todavía.
Entregó su yerba y todavía no está libre. Tiene que canchar o canchear, lo cual consiste en extender la yerba tostada en el barbacuá, sobre un piso de tierra, y golpearla con unos facones de madera en forma de yataganes.
Todo esto lo ha ocupado hasta las 5 de la tarde. Desde las 4 de la madrugada está sin comer. Son, pues, 13 horas de trabajo continuo y sin tomar alimentos.
Y luego, ¡qué alimentación la del peón que es llevado al Alto Paraná! Ya lo he dicho, y lo repito: ni para chanchos! Carne salada y maíz. Y ¡qué maíz! Pasando agosto es un maíz todo agorgojado. Y gracias todavía. Muchas veces falta provisión cuatro, cinco, seis o más días.
Sin embargo, cierto mayordomo de un obraje, cuando le avisaban que un peón estaba enfermo lo primero que decía en su guaraní malicioso era esto: “Ipungá pe añaray: emee chupe petei purga”. (Está empachado este hijo del diablo: denle una purga.)
A veces la grasa de vaca que va allí es puro sebo, y sebo podrido de yapa. En pocos días hay enfermos en el obraje o en el campamento, y le atracan purgas y más purgas. Así es que cuando no revientan al peón a garrotazos, lo revientan a fuerza de drogas.
Los más desgraciados son los peones carreros en los obrajes. Estos trabajan día y noche cuando hay luna. La disculpa de los mayordomos es el aprovechar “la fresca”, pero la realidad dice que lo que aprovechan son 18 horas de cada día para sacar todo lo que pueden de esas máquinas humanas.
El peón carrero es eternamente perseguido en todos los obrajes; y los cuarteadores, que son muchachos de 12 a 14 años, participan de la misma desgracia, pues donde va el uno va el otro. No se escapan de una sola lluvia en todo el año. Si los carros no pueden transitar a causa de la lluvia, llevan a los carreros y a los cuarteadores al monte para limpiar (barbear las picadas)
Todo el afán de los mayordomos es poner madera en planchada, es decir, traer la madera del centro del monte hasta la orilla del río para que la vea el patrón cuando viene, o los pasajeros de los vapores que pasan. El 90 % de esos pasajeros lo forman empleados del Alto Paraná, y no dejan de contar que Fulano tiene mucha madera en planchada. Con lo cual se acredita el mayordomo.
No importa que para eso se haya hecho trabajar noche y día a carreros y cuarteadores, todos ellos menores de edad. No importa que hayan trabajado bajo lluvia contrayendo pulmonías, que destrocen su ropa en pocos días, y que, rendidos, extenuados por 16 a 18 horas de trabajo, duerman encima de las mulas.
Estas últimas son tan maltratadas que no hay palabras humanas para describir lo que sufren esos pobres animales.
Mas cómo pedir lástima para los animales, si no la hay ni para los hombres! ¿Acaso no han muerto centenas de peones en el Alto Paraná por falta de asistencia médica y de recursos? ¿Acaso no han muerto de hambre? De hambre, sí!
Dirán los autores de esos horribles crímenes contra la civilización que no hay tal cosa, y que yo miento o exagero. Pues haced la prueba vosotros en Buenos Aires, y a cualquier enfermo presentadle por único remedio, por única comida una mezcla de maíz, porotos y carne salada, y veréis cómo no la puede ni tragar, ni mirar siquiera, y cómo morirá de hambre (“debilidad” dicen aquí), a los pocos días.
Y ¿qué decir de esas criaturas de meses o de pocos años que nacen o viven allí y que se enferman? ¿Acaso pueden salvar de la muerte? No! Jamás! Ni una sola! Mueren de hambre!
A los peones no les dejan criar ni gallinas, ni cerdos, ni plantar verduras, ni hacer nada que no sea relacionado, directamente relacionado con la yerba y con la madera. Dicen los patrones que a causa de las gallinas, verduras, etc. se entretienen los peones en cosas que no producen.
Los patrones, egoístas y crueles con hombres, animales y plantas, pasan, destruyen y abandonan. Son pasajeros que saquean, y nada más. Después que se retiran, todo vuelve a su estado primitivo. Sólo hay unos árboles menos y unas sepulturas más. La selva vuelve a tejer sus enmarañadas lianas sobre la obra de destrucción, y nada, a no ser unos troncos podridos, atestiguan que pasó por allí la mano del hombre.
¿Queréis una prueba incontrovertible? Pues bien: ahí la tenéis. Las Misiones que antes producían 200.000 arrobas de yerba, son incapaces de producir hoy ni 40 mil. La producción ha bajado en 160.000 arrobas. Ha bajado más, porque los peritos en la materia dicen que el territorio de Misiones podía producir 300.000 arrobas, y tal vez más.
He aquí la obra de los piratas que recorren esa región como tierra conquistada, sin que ningún fiscal de yerbal les diga nada, sin que ningún gobernador haya intervenido como debiera.
El fiscal es un señor que pasa la vida gorda durante nueve a diez meses en Posadas, fiscalizando carambolas en el café, y después se va a dar un paseo, con pasaje del gobierno, a Paranaí o a Piraí, llegando hasta Frakrán, San Pedro o Barracón, de donde regresa después de haber sido tratado “a cuerpo de rey” por los señores Escalada, Guardile, Manuel Silva y Nuñez y Gibaja, sin perjuicio de no conocer ni los puntos cardinales una vez que está en una picada. Y a la prueba me remito. El año pasado, cuando en abril, salió de Frakrán una comisión para ir a San Pedro acompañado a Carlos Spegazzini, el fiscal Torres era el vaqueano, y en lugar de tomar por el norte tomó por el sudoeste.
Convéngase que para un fiscal de yerbales, esto es poco honroso. Pero a los empresarios les conviene esta clase de gente: así ellos les hacen pasar gato por liebre. La nación les paga, y ellos los compran o los mistifican.
Así palpamos los bonitos resultados de ese favoritismo y de esa corrupción administrativa. De 300.000 mil arrobas la producción de yerba bajó a 40.000. Todo lo demás ha sido destrozado.
Y ¿qué hacían esos gobernadores mientras se destrozaban los yerbales de las Misiones argentinas? Politiquear o robar.
¿Qué hacían que no ordenaban la construcción de caminos hacia la frontera? Qué hacían cuando los negreros llevaban a la muerte a generaciones enteras de jóvenes útiles a la patria y a la sociedad? ¿Qué hacían cuando cuatro judíos se repartieron el hermoso territorio de Misiones? Sacar su tajada, politiquear o robar.
Entretanto no se produce el menor cambio en el sistema de explotación rutinario de los bosques y yerbales. Todo marcha al destrozo. Todo marcha a la despoblación. Los yerbales se despueblan de árboles de yerba mate. Los bosques se despueblan de cedros y de lapachos. La familia argentina y la familia paraguaya se despueblan de jóvenes aptos al trabajo y de niños a quienes entregan a los latigazos ajenos. La escuela se despuebla de los alumnos que se sustraen a la educación para mandarlos de madrineros en los yerbales o de cuarteadores en los obrajes. Las colonias espontáneas se despueblan porque no hay seguridad ni en la misma palabra del gobierno.
Por todas partes se yergue la obra del vandalismo capitalista, cuya mano negra aparece en todo.
Llegan los gobernadores y empleados nuevos. Se dan cuenta de esa situación dolorosa, y en lugar de adoptar medidas enérgicas, o al menos, protestar contra ese estado de cosas, para no hacerse cómplices del pasado, mienten en su vida pública, mienten a su gobierno, mienten en sus informes, y se ponen del lado de los negreros y de los saqueadores.
¡Oh! esos gobernadores de Misiones. ¡Qué caricaturas!
Son la reproducción en miniatura de Posadas, la ciudad nueva, la ciudad argentina convertida en meretriz, la ciudad sin muelle y sin rambla; el “pied-á-terre” de los negreros y de los piratas terrestres, la gran centralizadora que empobrece al territorio para engrandecer a unos cuantos capitalistas, y que todo lo absorbe para no devolver nada a los contribuyentes.
Posadas es una “Corte de los Milagros”, donde encontraréis los elementos sociales más discordantes. No pretendo insultar a su población. Ni siquiera insultar a su desgracia. Lo que pretendo es hacer caer la venda de sus ojos, y hacerla renegar de su pasado, poco, bien poco envidiable, porque Posadas y Villa Encarnación son poblaciones levantadas sobre el robo, el saqueo y la prostitución.
En Posadas hay muchas personas honradas, hay mucho más hombres honrados que pillos, pero predomina todavía el sistema de los pillos y de los monopolizadores. El ser honrado, en esa ciudad, no da derecho a merecer justicia al poder defender sus actos. El “bloc” capitalista descansa allí más que en ninguna otra parte sobre la clase media, los pobres de ayer, hoy a flote por cataclismo. Es una comandita piramidal. Abajo el pueblo aplastado: arriba, a media altura, una fila de “parvenu”, en una mediocre situación, y en la cima, la comparsa negrera.
Dondequiera que tropecéis con el famoso “bloc” capitalista, o se está con él, o se está en contra suya. En cualquier caso es la miseria: con él es la miseria moral; en contra de él, es la miseria material.
Ellos tienen el capital que domina y absorbe. Bajo su dependencia gira la mitad de la población. Gobernadores y jueces les rinden homenaje, o los amparan con la complicidad del silencio; porque gobernadores y jueces tienen también cola de paja.
Posadas está abrumada de negocios sucios en el pasado. Esa gente entre sí no se puede morder. Hablad con ellos: todos son honrados, todos son decentes; pero como los cortesanos al salir del “Corredor de la Tentación”, no pueden bailar con soltura porque tienen los bolsillos llenos de cosas ajenas.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
Años y años va a necesitar ahora el gobierno de la República Argentina para recuperar esa tierra conquistada por los latifundistas, enemigos declarados de la agricultura, del comercio libre, de las industrias y de todo lo que representa la civilización.
Vuestra Mesopotamia ha sido vendido a siete a ocho traficantes que os van a pedir ahora un ojo de la cara por esas tierras que han de haber comprado por un plato de lentejas. Los Pedro Vila, los Errecaborde, los Ambrosetti, los Durañona, los Roca y compinches han dejado que los empresarios obrajeros y yerbateros las exploten a su gusto, pues les cobran arrendamientos superiores al precio de costo. Esos señores compraron esas zonas con fines especulativos. Jamás tuvieron intenciones de poblarlas. Antes al contrario, no admiten en ellas ni caminos ni pobladores. Con su tiranía capitalista han condenado el Territorio de Misiones a la esterilidad.
¿Os habéis dado cuenta de lo que representa un latifundio de doscientas leguas en Misiones? Creo que no.
Es preciso conocer esos lugares como yo los conozco, para darles la importancia que tienen y merecen indiscutiblemente. Así, solamente así, el crimen del latifundista aparece en todo su horror.
Allí el clima, la calidad de la tierra, las condiciones higrométricas de la atmósfera, la latitud y otras circunstancias más, permiten varias cosechas en el año, y aseguran con cuatro a cinco hectáreas el bienestar a una familia.
El maíz, la caña dulce, el algodón, el café, la mandioca, la vid, el ramio, el índigo, el ananás, el plátano, el tabaco, etc., pueden cultivarse en cualquier parte sin estar expuestos a ningún fracaso de influencia mayor. Abundantes rocíos reemplazan a las lluvias cuando éstas escasean. Sobre la costa del río se puede cultivar hortalizas y “primeurs” todo el año sin peligro de las heladas.
En fin, ese territorio podría ser el vergel de la República Argentina, y su literal una faja de recreos, quintas, chalets, etc., donde vendrían a veranear las familias pudientes de las Repúblicas del Plata.
Por la parte más baja, son 800 leguas de latifundios. Ahora bien, en lugar de cuatro hectáreas, denle diez a cada familia, y tendréis que en cada legua argentina de superficie caben doscientas familias, y en las 800 leguas doscientas mil familias, que por lo menos producirían 1000 pesos anuales, lo cual daría 200 millones de pesos más en circulación.
En cambio de esa prosperidad ¿qué encontráis allí? Nada! La espantosa nada. La selva siempre virgen de agricultura como de civilización. Ni una casa, ni un camino, ni una escuela, ni una triste aldea. Nada. El silencio y el peligro. Pájaros que cantan, arroyos que murmuran, hojas que se estremecen, víboras que silban, árboles que se pudren y árboles que se levantan, humus que cruje bajo vuestros pies, tacuaras que os desgarran la ropa, etc., etc.
La selva está trillada de caminos y de sendas hasta cuatro o cinco leguas del litoral; pero esos caminos y esas sendas no conducen a ninguna parte. Seguidlas y siempre iréis a tropezar al fin con la selva infranqueable.
Apenas los abandonan, los “fumo bravo”, los “pyró-guazú” y otras plantas que más tarde serán arbustos, los invaden y los cierran. ¿Qué ha ido a hacer entonces el hombre en esos lugares? A escoger los cedros, los lapachos, los “peterbuys”, los timbós, los canafistoles y otras variedades; y luego que los arrancó de su lugar y se los llevó, huyó a otra parte, a saquear otras selvas, otras vegas, otros collados, otras cuchillas, otras riberas.
Se fue y la naturaleza cura sus heridas con rapidez: levanta otros cedros, otros lapachos, otros timbós para que los hijos de los saqueadores puedan, de aquí a veinte o treinta años, repetir la misma obra de destrucción, el mismo vandalismo, que convertirá a esas comarcas en una Arabia Petrea.
El latifundista que tiene 200 leguas lleva la crueldad humana a su más alta potencia. Deja de ser hombre para transformarse en fiera. Es un monstruo que aborrece al género humano, a la naturaleza, a la creación entera.
Ese hombre tiene en un título de propiedad la felicidad de cuarenta a cincuenta mil familias, y no hace feliz ni a una sola. Ese hombre puede cubrir de centros industriosos y de mieses esa propiedad que es un verdadero Estado, y no deja a nadie cortar una astilla de leña ni plantar un grano de maíz. Ese hombre puede recoger a miles de otros hombres que no tienen tierras ni hogar en el mundo y decirles: “Idos y trabajad; antes de seis meses cosecharéis el fruto de vuestro sudor”; y al contrario, se convierte en azote de la humanidad, y hasta prohíbe el tránsito en lo que él llama pomposamente su propiedad. Ese hombre puede duplicar el valor de esa zona, ¿qué digo, duplicar?, centuplicar, con tal de dejarla poblar, de iniciar una corriente pobladora, de alentar a los primeros que llegan, de abrir esa propiedad, esa zona, ese territorio al comercio libre, a la agricultura, a la industria, al progreso; y al contrario, levanta como una especie de muralla china y prefiere ver la esterilidad perpetua en medio del más hermoso ramillete de creación.
Y, sin embargo, para llevar a cabo todas esas bellas obras no necesitaría gastar un centavo; antes bien, sería él el primer beneficiado. Sus tierras adquirirían valor o le producirían bonitos arrendamientos; podría recorrerlas sin peligro, por buenos caminos y con todas sus comodidades; vería brotar la vida a cada paso.
Frente a Misiones se encuentra el Este Paraguayo convertido en un feudo donde no encontraréis ni un solo vestigio de civilización. Son tres mil leguas cerradas al progreso. Tres mil leguas que forman parte del vasto cementerio de la civilización que mantienen en esos lugares los latifundistas y los negreros.
Entre esos latifundistas que se han hecho execrar y maldecir, figuran personajes de alta posición social en Buenos Aires: Rodríguez Larreta, Herrera Vegas, Rafael Correa, Ricardo Lavalle, que tienen un latifundio mal habido de 50 leguas y han desalojado a los pobres paraguayos que allí vivían confiados en las leyes de su país. A esos señores se les llama estafadores a cada momento en los diarios de Asunción, a causa de que sus encargados, un tal Marcelino Palacios y un tal Bravais, son muy crueles con los infelices y desamparados pobladores que se lamentan implorando piedad y más piedad. ¡Qué piedad ni qué compasión! Nada! El látigo del cosaco, y gracias todavía que el rigor de esos capitalistas no apela a medios más expeditivos.
El caso es que los señores Rodríguez Larreta y Cía. han despoblado un Departamento paraguayo llamado Jesús y Trinidad, donde hay interesantes ruinas de la dominación jesuítica: el Tabarangué y otra iglesia con una cúpula sampediana. Esas cincuenta leguas son bosques llenos de maderas explotables, pero los documentos de Rodríguez Larreta y Cía., dicen cincuenta leguas de campo de pastoreo. Ahora bien en 1906, época de la compra, los campos de pastoreo se compraban al gobierno paraguayo en 1200 pesos la legua y los bosques o tierras de labor en 2500. El comisionado de Larreta y Cía. a otro, se las compuso para hacer aparecer las cincuenta leguas como campo, ganando así 1300 pesos oro por legua; pero esa ganancia se hizo engañando la buena fe del gobierno paraguayo y estafando 65.000 pesos oro al mismo tiempo.
Cosas del Alto Paraná. Si se expulgaran los documentos de los que han manoteado el Territorio de Misiones, ¡cuántas lindezas por el estilo no descubriríamos?
Mañana o pasado, cuando el gobierno reaccione de su sorpresa y quiera apretar los tornillos a los latifundistas, éstos van a armar un barullo infernal, y hasta nos van a complicar en alguna reclamación diplomática.
Por lo pronto, los empresarios yerbateros, después de haber dejado tísico al Este del Paraguay y moribunda a las Misiones, han invadido el Brasil por Pipiri, Campo Eré y San Antonio, al sud del Iguazú y al norte de ese río, por Tormenta, Katanduvas, Ontiveros y sud del Pikyry.
De Barracón a Boa Vista, hay más de mil habitantes sobre un trecho de 27 leguas; mientras que un trecho de iguales dimensiones en las Misiones, no hay un solo habitante, ni uno solo.
Al Brasil lo saquean también los empresarios posadeños, los Núñez y Gibaja y Domingo Barthe, pero eso lo hacen allá lejos, donde no hay pobladores.
No contentos con haber despoblado el Paraguay asesinando a varias generaciones a fuerza de “surmenage”; no contentos con haber corrompido a nuestras hijas desde la edad en que su estatura alcanzaba a la altura del mostrador; no contentos con haber despoblado y corrompido las Misiones con su sistema de anticipo, ahora corriendo detrás de la yerba, el “oro en polvo”, llevan a sus esclavos al Brasil, y allá se quedan.
Venga madera! Venga yerba! Es lo único que saben decir esos empresarios; es lo único que sabemos balbucear en Posadas y en Villa Encarnación. Parece que no hubiese otras cosas en que emplear la actividad humana si no es en explotar yerba o madera, o tender el cuello a los que explotan la yerba, la madera y la carne humana.
Las grandes inteligencias embotelladas que gobiernan nuestras plazas no han podido concebir otros ramos de actividad comercial e industrial. Hay que trasquilar al esclavo para enriquecerse.
Fijémonos un poco en los hechos que se han consumado al amparo de la bandera argentina, y dígase después si era tiempo o no de empezar una campaña contra los negreros y sus cómplices. Y prevengo que es imposible descubrirlo todo y muy extenso describirlo todo también.
Al amparo de la bandera argentina se ha vendido casi todo el Territorio de Misiones a siete u ocho personas que lo tienen completamente despoblado e intransitable.
Al amparo de la bandera argentina se ha practicado el tráfico de la carne humana y se ha llevado a la muerte o a la degeneración a generaciones enteras que han desaparecido del escenario de la civilización.
Al amparo de la bandera argentina se ha llevado a cabo el saqueo a las riquezas nacionales y el destrozo, el vandálico destrozo de cuatrocientas mil plantas de yerba mate.
Al amparo de la bandera argentina se ha fusilado a peones fugados, pudiéndose citar el hecho bochornoso para el juez Juan Ramírez, de San Pedro, sostenido por Manuel Silva y Cía., de que el mayordomo de una empresa pudo hacer asesinar a siete peones suyos sin que a la empresa se la responsabilizara en nada.
Al amparo de la bandera argentina se ha condenado a morir de hambre a peones enfermos, mujeres parturientas y niños recién nacidos.
Al amparo de la bandera argentina se ha instalado una oficina antropométrica fundad por los negreros, sostenida por los negreros y explotada por los negreros también para tener al alcance de la mano a los pobres cazados en sus redes.
Y ¿qué cosas? ¿qué bajezas? ¿qué degradaciones no se han cometido en el Alto Paraná al amparo de las banderas argentina, paraguaya y brasilera, respectivamente?
Basta recorrer cualquier punto de las cinco mil doscientas leguas que abarca ese inmenso cementerio de la civilización para convencerse de que allí no hay más banderas que la de la piratería consentida, la de la esclavitud legalizada, la de la fuerza bruta soberanamente instalada dondequiera que se vaya y la del cretinismo que se impone y mata todos los sentimientos humanitarios, toda nobleza de corazón, toda dignidad en los que mandan, y todo espíritu de rebeldía y toda energía física y moral en los que obedecen.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
El esclavo del Alto Paraná trabaja por la comida. Ya hemos visto qué trabajo y qué comida!
Ese peón siempre debe. Y luego, aunque no deba, solo el patrón tiene algo que vender, y se lo vende al precio que quiere. Podría caminar veinte a treinta leguas a cualquier viento sin encontrar una sola casa. Forzado le es adular al encargado del patrón para que éste le venda en cuatro o cinco pesos lo que vale un peso solo.
De ese círculo fatal no sale ni puede salir.
Durante todo el año, o dos o tres, no ve un solo centavo en su bolsillo, ni tendría donde gastarlo. Trabaja por la comida y la ropa.
El bosque le impone su tristeza y su melancolía. La selva opera sobre su ánimo una obra de petrificación lenta pero continua.
Gajo de hombre que fue libre, de lejos en la selva parece un gajo de árbol que está clavado entre las sombras de las tupidas bóvedas.
Y allí siempre reina la sombra.
El cielo mezquina su luz, y se muestra arriba por entre las ramas como el orificio de un pozo. La noche no despliega ni la vigésima parte de sus astros arriba de su cabeza. La vía láctea es la única que se aparece con más frecuencia. La llaman el camino de San Pedro; y un gran vacío que la acompaña, es para ellos el “Typasy-jhycuá”, o sea el pozo donde la virgen va a sacar agua. La luna se ve apenas una hora. Alumbra con fantástica palidez, pero no se apercibe porque la velan las espesuras. Y como si no fuera bastante monotonía, no hay ni ranas ni sapos que canten de noche: sólo el “urutaú” o “guaigui-gué” hace oír su canto plañidero, o el “yacunutú” sus lúgubres acentos que repercuten en las selvas como sentencia inevitable: “tún… tún… tún…”
No hay horizontes. Cuando los hay son cubos formados por los “rozados” o pequeños claros donde levantan la carrería si es obraje o el campamento si es yerbal.
Las habitaciones de los peones parecen nichos de perros por lo bajitas que son. El lecho es de pindó o de tacuapíes yuxtapuestos; en ellas caben dos, tres o cuatro tarimas, según el caso.
En los días de gran lluvia, cuando no los arrean al trabajo, los peones tienen que estar acostados sobre su tarima de tacuaras o rodeando el fuego. No tienen adonde caminar cuatro pasos. No tienen diarios, ni nada. No saben lo que pasa afuera. No conocen del mundo más que la selva, el río, el vapor y Posadas.
Su vida se pinta en una sola frase: “En esos lugares la salida y la puesta del sol no se ven jamás”.
Es una inmensa tumba.
Y, sin embargo, algunos han pasado años y años allí esclavizados por la deuda, la eterna deuda, la impagable deuda.
Allí se come siempre la misma comida, grosera y ordinaria, todos los días, y todo el año: el yopará.
Hay peones que pasan años y años sin poder tomar una taza de caldo. Si algún domingo los dejan cazar y matan alguna pieza, la comen asada. Pero hasta eso les es mezquinado. Hay orden de venderles poca pólvora y pocas balas, para que no intenten sublevarse.
Esas sublevaciones, sin embargo, no son muy temibles, pues los mayordomos siempre van armados hasta los dientes. Además, a los peones les falta el espíritu de solidaridad. Son analfabetos la mayor parte. Ignoran sus derechos y la conciencia de su fuerza. Viven en una quietud pasiva, sin darse cuenta de su esclavitud. No conocen otra cosa, y no aspiran a nada a no ser a acabar de pagar la deuda y bajar licenciados a Posadas.
Del mundo externo no les llega ni un solo eco alentador. Pocas cartas les llegan. Las más son violadas por los encargados y por orden del patrón.
Esos peones viven secuestrados de la civilización. Cuando los largan licenciados a los meses o años, ya se sabe adónde van: a buscar el “anticipo”.
Pagar la deuda es para ellos la suprema dicha, no porque se apuren en extinguirla para dar satisfacción a su conciencia, sino porque quieren bajar nuevamente a Posadas para “farrear” (!).
Son unos niños grandes, eternamente incorregibles, no saben avalorar su trabajo.
Ni un solo europeo resistiría tres días en esas tareas brutales, ni aceptaría la clase de comida que les dan.
Cuando trabajan por tarea, casi siempre los roban. Si son labradores de maderas, les mochan unas cuantas pulgadas. En miles de piezas que cada año saca un obrajero, eso representa miles de pesos también. En los rollizos, que ellos no saben cubicar, es donde más les roban. Cuando la madera valía 4 y 4 ½ pesos el metro cúbico a ellos se las pagaban a 0,18 o 0,20 el m2. Para labrarla.
El peón “guapo”, es decir, fuerte y resistente, gana 25 pesos por mes; pero como le cobran las mercaderías al triple de su valor, esos 25 pesos resultan ser 8, o 10 o 12 cuando más.
Para ganar esos 8 o 10 o 12 pesos por mes trabaja día y noche, anda semidesnudo, come peor que un animal, y es insultado o maltratado.
A veces, a los carreros los hacen levantar a las 10 o a las 11 de la noche, es decir, después de descansar dos o tres horas. Tocan el “turú”—asta de buey convertida en trompa—y lo mandan al corral. Cuando amanece el día, ya están de vuelta de una distancia de una o más leguas, de donde traen piezas de madera.
Al peón siempre se le trampea algo en su sueldo: si es bueno, para que no se vaya pronto, y si no sirve, para que la deuda llegue a ser ficticia con el andar del tiempo.
Calculo que cada peón da de ganar 3 a 4000 pesos anuales al patrón, por lo menos.
Libre de polvo y paja, una arroba de yerba de 10 kilos, cuando mucho puede costar a los empresarios, puesta en Buenos Aires, lista para la venta, de 1.60 a 1.80 o 2 pesos (los 10 kilos). Ahora bien. Uno con otro, cada peón elabora por término medio 10.000 kilos de yerba al año. Esa yerba la pagan al habilitado a 0.80 o 1.00 puesta en el noque; y cuando es al peón 0.25, a lo más 0.30.
Si se vende a 5 $ los 10 kilos, el patrón gana 3.000 % sobre el trabajo de un solo hombre, y ese hombre sale desnudo, completamente desnudo al fin del año, habiendo trabajado por la comida y para pagar una deuda de 80 a 100 pesos, sobre la cual le han robado la mitad.
Si esto no es esclavitud, ¿cómo se llama?
Ese hombre se ha internado en las selvas donde no llega jamás ni la civilización ni las noticias de lo que pasa por el mundo; ha gastado allí todas sus energías físicas y morales, embruteciéndose en una tarea que lo desgasta cada día visiblemente; ha comido peor que cerdo; ha contraído pulmonías, reumatismos, decrepitud prematura, escorbato, malaria, etc.; queda inútil para todo trabajo agrícola, comercial o industrial porque en ellos no se les da anticipo; pierde el amor a su país, a su hogar, a su familia, a todo! a todo!; es impotente, no procrea más; muere joven o se arrastra años y años, inválido y lamentable. Y todo esto ¿para qué? Para enriquecer a un señor Domingo Barthe, o a unos señores Núñez y Gibaja, Perasso y Cía., Pedro Labat, La Industrial Paraguaya, Gregorio Pomar, Charrone y Caravalho, Grubli y dos o tres más de menor cuantía.
Total, padecen 3000 esclavos para llenar de dinero a doce o trece individuos.
Es horrible! Es monstruoso!
Se ha despoblado el sud del Paraguay y asesinado lentamente su juventud. Se ha despoblado de jóvenes al Territorio de Misiones, y ahora se va a despoblar las provincias de Corrientes y Entre Ríos, porque los yerbateros no se cansan y los esclavos se van muriendo de a poco, o se internan en el Brasil, de donde no vuelven así no más.
En Posadas, todos conspiran contra el progreso y el bien de la República Argentina, desde el gobernador hasta el periodista negrero, desde el empresario yerbatero hasta la ramera! Sólo los socialistas son los que han protestado contra ese odioso sistema de explotación humana y de mistificaciones consentidas.
Centenares de candidatos a la cárcel se pasean por las calles o haraganean en los puestos públicos, aceptando tácitamente el presente griego de los oprobios y de las ignominias del pasado, que pretenden endosar al porvenir.
Tal estado de cosas no puede durar. La sociedad tiene el derecho de salvar a sus hijos más desheredados de ir derechos a la muerte o al cretinismo, como sucede en el Alto Paraná.
El gobierno y el pueblo, en nombre de la civilización, tienen el deber de combatir a los latifundios porque a la vista está que donde hay latifundios se ampara la trata de blancos; mientras que al contrario, donde la propiedad está dividida, existen la independencia y la prosperidad individual y colectiva.
Esos enfermos que se mueren de inanición, esas criaturas condenadas a la muerte o al raquitismo, esas explotaciones inicuas a unos pobres ignorantes, el vandálico destrozo de las riquezas forestales, el saqueo libre, la esclavitud legalizada por los gobernadores, todos esos males y esos crímenes necesitan una reparación inmediata y solemne.
De lo contrario, tendrían razón los que dicen que en esas apartadas regiones la bandera argentina sólo sirve para encubrir la trata de blancos, la piratería y la desaparición de las esperanzas del porvenir en el inmenso tonel de las Danaidas de las selvas latifundizadas.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
Entre tantos desgraciados condenados a muerte que pueblan las selvas del Alto Paraná, arrastrando su miserable existencia sin horizontes, ningunos son más dignos de conmiseración que las mujeres y los niños.
¿Por qué dejarán embarcar mujeres y criaturas para esos presidios? Sencillamente, porque conviene a los intereses del patrón. El peón con mujer no intenta fugarse. No podrá tampoco fugar en compañía de la mujer. Unos paraguayos, asalariados de Domingo Barthe, que en Foz do Iguazú intentaron escapar haciendo una balsa de tacuaras, se embarcaron en ella y se ahogaron casi todos: hombres, mujeres y criaturas. Habían fugado de hambre! El río les dio comida y tumba.
La mujer en el Alto Paraná es una bestia de carga, menos todavía, porque en los libros de los empresarios figuran las mulas, los caballos, los cerdos, etc., pero no figuran las mujeres ni las criaturas.
Y figúrense cuántos no quedarán allí, cuando la sífilis, contraída o hereditaria, castiga al 90% de esos infelices.
En esas comarcas no hay registro civil. Los mayordomos apuntan hasta las gallinas que tienen, pero no las personas, nacionalidad, edad y procedencia de los que mueren.
Murió una mujer: la entierran y nada más. Si la mujer que falleció tiene una criatura de pecho, ¡al bombo, las dos!
Así, pues, el destino de esos infelices es inferior al de los indios “caynguáes”, “yvyturokales” o “guayaquíes” que recorren esas comarcas.
Si el peón es mensualero, la mujer no tiene ración. Con un sueldo de 18 a 25 pesos a lo sumo, ese peón tiene que vestir y mantener a su mujer.
El 90 % de esas pobres esclavas cambian de poder con una facilidad pasmosa.
Algunas de ellas traen cargas de yerba mate en las espaldas, como los hombres.
No tienen un solo mueble. Ni mesa para comer! Comen encima de algún tronco o cuatro o cinco en un mismo plato.
Se sientan en el suelo, sobre pequeños trozos de madera.
Jamás esas infelices tienen una sola diversión. . . ni siquiera la de poder criar gallinas. Secuestradas de la civilización, reducidas al rol de bestias de carga o de mueble no saben lo que es una alegría, ni pueden formarse un hogar. Viven, como los demás, en toldos peores que casillas de perros. No tienen más utensilios en esos recintos que una olla, una pava, cucharas, cuchillos, y un jarro de lata. Guardan la sal, la yerba u otras cositas que consigan, en trapitos viejos que atan como pelota y encajan en el techo, “que siempre está al alcance de la mano”. El techo allí sirve de armario, y junto con el trapito con sal va otro con grasa de iguana o con doradilla.
Las únicas figuras que ve son los de las cajas de fósforos; las únicas flores, las orquídeas suspendidas en el aire; los únicos cantos que oye, los del “urutaú” que entristece las madrugadas, o de la lechuza que silba durante las noches de luna.
De día reina allí un silencio de catacumba. A determinadas horas, cuando van o vienen los peones del trabajo, entonces se siente “burrear” en distintas direcciones de las selvas.
“Burrear” es imitar el mugido del toro, y llamarse así en las selvas cuando andan lejos unos de otros. Imitar a un animal en sus gritos es regresar al estado primitivo. Si el peón del Alto Paraná no llevara en su rostro y en su cuerpo el estigma de la degeneración, el solo hecho de oírlo “burrear” explicaría su regresión hacia el punto de partida.
La mujer arrastrada al Alto Paraná por la fatalidad es sentenciada a decir adiós al mundo antes de los cuarenta años de edad. La mayor parte han sido desgraciadas cansadas de orgías callejeras. Desde el amor con caña hasta las enfermedades incurables, de todo han probado. A los veinticinco años de edad parece tener cincuenta.
La gran suerte para ellas y para todos, es que en su mayor parte son estériles. El alcohol y el hambre mataron en ellas los gérmenes de la vida.
¡Desgraciada, mil veces desgraciada si tiene un hijo! No lo podrá criar, y si lo cría lo verá morir. Si su hijo se enferma, la naturaleza despierta en esa prostituta regenerada por el sufrimiento, por el caudal de sentimientos maternos que gobierna la vida universal, y entonces la infeliz se aflige y se enloquece. Su criatura se apaga entre sus dedos, y ella no puede intentar nada para salvarlo. No hay hospital, no hay puerta donde golpear implorando un socorro, no hay facultativo, no hay ni siquiera empíricos de mala muerte, adonde comprar remedios, no hay a quien suplicar: la selva, solo la selva está allí, inmensa y majestuosa, capaz de dar madera para levantar diez ciudades, pero incapaz de dar un grano de droga o un decigramo de harina láctea de chuño u otro sustento.
Pero la caridad que muere en el corazón de los grandes, vive perennemente en el corazón de los pequeños y de los humildes, y a veces madre y criatura se salvan momentáneamente: los peones se esclavizan voluntariamente por un mes más, y pagan la deuda “del marido de la mujer”, y ésta puede entonces volver a Posadas o Villa Encarnación, a esos centros donde siempre existen algunas almas caritativas que a despecho de los negreros recogen los tristes restos ambulantes que el Alto Paraná soltó de entre sus garras.
Casi es el caso de preguntarse si vale la pena salvar a esas criaturas condenadas de antemano a la sífilis y al alcoholismo hereditarios.
¿Cómo serán de desgraciados cuando llegamos a preferir verlas muertas antes que verlas arrastrarse penosamente por el mundo?
El “peón con mujer” es buscado por algunos patrones y el “peón sin mujer” por otros. Cuestión de economías.
El peón con mujer no fuga tan fácilmente, y es menos clavo en perspectiva, mientras que el peón sin mujer gasta menos, pero puede fugar, porque nada lo ata a la selva. Escapado de la persecución, va a sufrir en otra parte, porque de por fuerza tendrá que ir a caer en otro obraje o en otro yerbal y el nuevo patrón que lo recoge se responsabiliza por la cuenta que el fugado debe, y éste reconoce y rinde obediencia a su amo improvisado.
Solo desertando al Brasil el peón logra zafar completamente de la varadura de la deuda. Si va al Paraguay no se escapa por eso de pagar su cuenta, porque los empresarios tienen para eso la Oficina Informativa (a) Oficina antropométrica.
Esta pasa a todos los obrajes y yerbales un requisitorio en el cual van los nombres, filiación, etc. de los peones fugados. Luego, si el individuo que se presenta a un obraje o yerbal no tiene su libreta de la Oficina, es considerado como fugado de otra parte.
Cuando baja a Posadas no se le abonan sus haberes si acaso los tiene, sino después que la Oficina Antropométrica le haya puesto el visto bueno en su libreta.
No tiene pues más que un solo lugar adonde guarecerse: el Brasil.
Así que hoy el Brasil, con cincuenta mil kilómetros cuadrados de yerbales, aprovecha a la juventud paraguaya y argentina que va allí escapando de los maltratos, y han enseñado a los brasileros la elaboración de la yerba en “barbacuá”, habiendo hoy hasta colonos polacos que saben hacer yerba, cuando hace pocos años no se conocía en el Brasil ni siquiera las propiedades de ella.
La mujer del peón que va al Alto Paraná siempre está enferma y débil.
Su única distracción es cocinar y lavar. Cocinar ¿Qué? ¡Lo mismo siempre! Porotos, maíz y carne salada en cantidad microscópica. Lo demás del día lo pasa contando los meses que faltan para volver a Posadas o a Villa Encarnación. Pasear no puede. No tiene dónde, ni es seguro aventurarse a más de cincuenta o cien metros a lo mucho del campamento, a causa de los tigres, víboras y otros peligros. Luego una picada se parece a otra y entre sí se parecen todas. Son senderos donde el sol no penetra, o si penetra lo hace apenas unas dos horas diarias.
En esos lugares, amanece más tarde que en las llanuras despejadas y anochece más temprano. Se vive envuelto en penumbra y aplastado el ánimo por la monotonía de las mismas cosas, vistas durante meses o años.
El desaliento trae consigo la ociosidad. El peón que encuentra un momento libre lo aprovecha para “tunguear”, es decir tenderse sobre su dura tarima de tacuaras. No limpia el monte alrededor de su toldo, a no ser lo estrictamente necesario para que no le caiga algún árbol encima durante una tormenta.
El sueño dorado de la mujer es allí poder establecerse de bolichera en Posadas, es decir, tener un boliche con algunas botellas que le permitan vivir sin volver al Alto Paraná. Las más de las veces fracasan en el camino de las para ellas buenas intenciones, y vuelven a las selvas sin haber mejorado su modo de vivir.
Si tan bajo de la escala social están las madres, ¿qué decir entonces por las criaturas cuando las hay?
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ni un libro, ni un diario penetran en la selva. Cada encargado de un puerto es un gabinete negro ambulante ¡así que pocas, muy pocas cartas llegan a su destino! Un almanaque Bristol es una biblioteca. Un diario viejo en que vino envuelta alguna mercadería es una Biblia a menudo consultada.
Esa gente vive en un mundo aparte, completamente secuestrada del resto de la humanidad.
Los horrores de esa esclavitud consentida son impenetrables. Durante el invierno no encontraréis ni rastro suyo en Posadas o en Villa Encarnación. Luego, para los negreros, Villa Encarnación es una tapera. Una lechera vieja y sin cría. En esa población paraguaya no encontraréis ni diez jóvenes que sirvan para el Alto Paraná. El monstruo ya tragó a todos los demás.
El invierno es la época de desocupación para los esquiladores de segunda fila. Los vapores traen muy pocos esclavos licenciados. Es el tiempo más aprovechable para saquear los yerbales. Y nunca la palabra “saquear” fue mejor aplicada.
Solamente el Brasil tiene todavía yerbales vírgenes, pero ¡no hay cuidado! Pronto los Barthe, Los Núñez y Gibaja, los Krieger y otros los destrozarán también. El yerbatero no quiere saber del porvenir, sino sacar la mayor cantidad de yerba que le sea posible y ¡santas pascuas!
Y ya les han saqueado bastantes yerbales a vuestros vecinos los brasileños; pero ellos viven tan ensimismados que en vano fueron todos los avisos que se les dieron; y la bandera brasileña encubre la trata de blancos, el saqueo libre, la prostitución, el embrutecimiento de las razas, lo mismo que los encubren la argentina y la paraguaya.
La bandera, luego, en el Alto Paraná es un trapo cualquiera y nada más. Su honor es un mito. ¡Qué desencanto para las vanidades patrioteras!
Los cónsules extranjeros, los sudamericanos especialmente son los primeros compinches de los negreros.
Nadie más autorizados que ellos para denunciar los actos de vandalismo que denuncio para descubrir esa gangrena social que es una vergüenza para el progreso y la civilización de la República Argentina, y sin embargo, registrad los ministerios de Relaciones Exteriores y no encontraréis ni una sola línea que hable del Alto Paraná.
En Itamaraty no hay nada.
En la Casa Rosada no hay nada.
En el palacio de López no hay nada.
Pero en las selvas del Alto Paraná, hay muchos peones que fueron asesinados “por orden de los patrones”, y eso lo saben cientos y cientos de testigos.
¿Qué han hecho, pues, esos cónsules?
Hundirse en la crápula de la gavilla. Participar de los negocios sucios. Enterrar, sepultar esos crímenes en el silencio.
¡Cuántos cientos de argentinos y brasileros recibieron azotainas en las calles de Encarnación desde el 1880 hasta el 1904?
Y ¿cuál es el cónsul que reclamó?
Cuando se asesinaba a ciudadanos argentinos en obrajes o yerbales del Paraguay, ¿quién levantó la voz? Yo, que no era ni cónsul ni argentino.
Cuando se asesinó a ciudadanos paraguayos en territorio argentino, en yerbales u obrajes argentinos, ¿quién levantó la voz? Yo, que no era ni cónsul ni paraguayo.
Cuando el año pasado, fueron asesinados en las Misiones siete peones, entre argentinos, paraguayos y brasileros, ¿quién levantó la voz? Yo no más.
Y ¿qué hacían los cónsules? Figurar en los puestos como perritos de porcelana sobre una cómoda.
Los libros de Domingo Barthe están cuajados de cuentas saldadas (!) o sin saldar que pertenecen a ex-cónsules argentinos, paraguayos o brasileros, porque Barthe tiene casas comerciales en el Paraguay, y en la Argentina, una frente a otra, es decir, una en Posadas y otra en Villa Encarnación. Así que cuando sus mayordomos asesinaron o maltrataron peones, la muerte o el maltrato del peón fue “solemnemente reparada” en el escritorio del negrero.
Y nosotros, los pocos que nos compadecíamos de la desgraciada suerte de los peones del Alto Paraná, anhelábamos que algún cónsul hubiese intervenido, porque entonces la investigación oficial habría desmoronado fácilmente el castillo de mistificaciones que aplasta todavía como una Bastilla a miles de seres humanos en esas inmensas selvas donde no llegó jamás un solo eco de la justicia humana a no ser para premiar al verdugo y castigar nuevamente a la víctima.
El acento de la verdad es uno solo, y los aludidos se guardarán muy bien de acusar estas publicaciones, a pesar de las amenazas que a menudo se oyen.
“A río revuelto ganancia de pescadores”, dirían ellos, o si no, repetirán su cínico y viejo refrán: “La murmuración pasa y el provecho queda en casa”.
Por eso, en Posadas y en Villa Encarnación, difícilmente encontraréis quienes hayan protestado contra la trata de blancos y los maltratados infligidos a los peones del Alto Paraná, porque a la mayoría le conviene que siga ese estado de cosas que les deja dinero.
Han pasado allí generaciones enteras caminando al embrutecimiento y a la muerte pero nadie pensó en tales cosas: esas generaciones sentenciadas dejaban unos cuantos pesos encima del mostrador, y desde el tugurio de la sifilizada hasta la espaciosa mansión de los negreros oficiales, caía como una hermosa lluvia de papel moneda que lavaba todos los escrúpulos y convertía el cretinismo de la masa anónima en una institución sagrada, digna, respetable y puritana, llamada el alto comercio.
Jamás en población alguna del globo se vio más asquerosa corrupción. En Villa Encarnación, cuando esta ciudad era entonces el gran mercado de esclavos oculto a las reivindicaciones sociales, los peones borrachos, abrazaban a las “chinas” en plena calle o les levantaban el vestido mucho más arriba de las pantorrillas; criaturas de once a doce años hacían de “raccolleuses”, y no gritaban como aquella muchacha descripta por Máximo Gorki: los parias eran embarcados a cintarazos, y la policía, fraternizando con el traficante Domingo Barthe, juntaba los rebeldes y los arreaba hasta dejarlos a bordo.
Todo ese cuadro repulsivo pasó a Posadas. Es verdad que en Posadas no se castiga a los peones, y se salva las apariencias, porque su sociedad ilustrada u honrada mira con repulsión los espectáculos callejeros, y teme por el porvenir de sus hijas.
Todo allí está sentado sobre la mistificación que encubre el robo a una clase infeliz y martirizada en las selvas lejanas, a donde convergen todos los parias que en Posadas han sido enganchados en el carro triunfante del capitalismo, santificado por un medio ambiente abyecto y corrompido.
Corrupción administrativa en las alturas, donde fue repartido el territorio entre siete u ocho “sin patria”, y donde entraron y salieron los negocios sucios, como los de las colonias Bompland, Apóstoles, etc., o el puente de Saímá. Corrupción comercial que se aprovecha de la infelicidad de la raza miserable y vencida que cruza allí de paso hacia el cementerio o el ostracismo. Corrupción social porque están minadas las bases de la sociedad, y todo está por reconstruirse de nuevo. Corrupción política porque la complicidad colectiva impide toda independencia en el individuo.
Y todo esto sucede porque no existen los fundamentos de la verdad que purifica; porque los vencidos están encadenados a los vencedores, los sanos a los enfermos, los honrados a los ladrones, los puros a los asquerosos, los virtuosos a los viciosos, y los valientes a los cobardes.
No es la sociedad la mayor culpable: es el funesto sistema de los negreros el que ha emponzoñado todas las ramificaciones sociales; es la rutina inveterada y la anemia cerebral de los que dominan: verdaderos burros cargados de dinero, que disponiendo de selvas inmensas, de un ejército de hombres, de millones de caballos de fuerza hidráulica, no saben más que dedicarse a la explotación de yerba o maderas, a la trata de blancos, a los contrabandos y al robo del sudor ajeno.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
No puede haber crimen mayor que el que se comete con esos pobres infelices parias, víctimas de su candidez, de su ignorancia y de los hábitos viciosos que han contraído durante los primeros años de su emancipación prematura.
Mil veces les prometen mejorar su suerte, mil veces los engañan y mil veces, si preciso fuera, los engañarían. Desde que el peón puso los pies en la tienda del empresario, borradlo del número de los vivos.
Para los negreros, el peón, una vez en el yerbal, es un esclavo que debe ser mudo y obediente como un cadáver.
Cuando un peón muere al servicio de un empresario del Alto Paraná, ellos hacen la cuenta de que se murió un buey o una mula; y en cuanto a dar algo a la familia, por más que ésta queda desamparada, ¡cualquier día! Al contrario, si el peón debe—y el peón debe hasta después de muerto—le cobran a la familia.
Vez pasada, al regreso de un vapor venía enfermo un peón de Perasso y Cía., y antes de llegar al puerto de Encarnación falleció. Requerida la casa para que corriera con los gastos del cajón, siete a ocho pesos cuando mucho, el gerente, Rómulo Decamilli, contestó: “A mí me debe todavía!” Y no dio ni un centavo.
No hace mucho el comandante militar don Francisco Olivera, en Villa Encarnación, tuvo que hacer curar a su costa a dos peones, uno de Barthe y el otro de Perasso y Cía. Otro murió miserablemente abandonado en el mes de febrero.
El peón que conducen al Alto Paraná puede dar un eterno adiós a la familia y a la sociedad. El sistema acaparador y monopolizador mata en él hasta la conciencia de su existencia entre la sociedad civil. Para eso, le crean un mundo de placeres alcohólicos o de placeres eróticos, por el que cruza unos días, para de allí partir llevando su cruz para el mundo de la cadena. Una vez cogido por el engranaje, es un hombre perdido para siempre. Las más elocuentes palabras no lo desviarán de su fatal camino. Antes al contrario, mira de mal ojo a los que quieren redimirlo. Todas las aspiraciones nobles y elevadas mueren paulatinamente en su conciencia. Su alma se convierte insensiblemente en instinto y empieza para él un periodo de regresión. En él solo vive una obsesión: volver a Posadas para sacar un nuevo anticipo. ¿Para qué ese anticipo? Para “farrear”: para andar en coche dos o tres días, haciendo el caté, para tomar caña y deleitarse con las rameras, ¿Y después?
Y después volverá allá nuevamente a las selvas, acá o allá, más cerca o más lejos, sin querencia definida, como “chimbo” patria, sin intención de hacerse de un hogar, ni de un terrenito, ni de arraigarse, ni de “afamiliarse”, sino de pagar la cuenta para volver a bajar a los ocho o diez meses, o a los años, según y conforme, y seguir siempre esa marcha de lanzadera, entre la orgía y la esclavitud, entre la civilización y el desierto, entre la luz y la sombra, entre la felicidad de unas horas y el cretinismo perpetuo.
Cada ser humano tiene derecho a pedir la retribución de su trabajo: él no. El poco dinero que ve no es la remuneración de un servicio prestado: es un “a cuenta” sobre su sangre, sus nervios y sus fuerzas. Una hipoteca de su vida.
Llega al yerbal o al obraje que le servirá de presidio, y como ya recibió el salario de varios meses que gastó en tres o cuatro días “sin sentir”, no tiene afición al trabajo, ni se complace en mirar el progreso de su obra, ni se le importa que lo traten como a los cerdos. Él procura que pase el tiempo para que se vaya amortizando la deuda. Cuando eso sucede es casualmente en junio o julio, más o menos, y es también cuando nada tiene a su alcance y el encargado se corta de “provistas”.
“Cortarse de provistas” es no tener a su disposición la cantidad de víveres necesarios para abastecer a los peones. En estos casos, el esclavo no puede rebelarse porque por contrato que rige como ley allí, la falta de uno o dos artículos de alimentación no da derecho a reclamos de parte del peón.
Ahora bien: los artículos obligatorios de alimentación que el patrón debe expresamente poner a los peones son: charque, grasa, harina, maíz y porotos. Cinco en todo. Faltando uno o dos, ¿qué le queda para comer? Los “tambúes”, los gusanos que se crían en las palmeras.
¡Pobre gente!
Pero ellos todo lo sufren, todo lo aguantan. Junio y julio son los meses fríos y llovedores, y por consiguiente los más rigurosos para ellos. Los arroyos crecen, llevan los “aterrados”, que son unos puentecitos de mala muerte, y las tropas de mulas que traen la carga de “provistas” no pueden pasar durante días y días. Los peones que están en el centro viven así como incomunicados y a media ración, pero trabajan lo mismo, quieren volver a Posadas en octubre, noviembre o diciembre, a emborracharse o farrear, aunque esto les cueste otros meses y años de esclavitud.
Octubre y noviembre son los meses de balance para las cuentas de los peones yerbateros. Si pagó la deuda lo sueltan, y se va contento, llevando su libreta en que consta que es buen peón y pagó la deuda. Se va sin un centavo, porque el peón del Alto Paraná nunca recibe dinero por más que a veces tenga algo a su favor. Forzosamente irá nuevamente hacia el escritorio del empresario, que lo recibe con su sonrisa más amable, pero también más traidora, y ese mismo día, a su llegada no más, el infeliz esclavo queda nuevamente enganchado.
Si no ha podido pagar la deuda, se dice que “sale debiendo”, y entonces queda y le hacen preparar rozados para plantar maíz y porotos que más tarde le venderán a precio de oro. Por eso, el peón que llega a ir una sola vez al Alto Paraná queda ligado para toda la vida al sistema monopolizador, y la vida es tan corta allí, que se puede decir del peón que va por primera vez al Alto Paraná que lleva la llave de la sepultura en su libreta.
Cuando un peón debe mucho, de doscientos a trescientos pesos, dicen que se pone “guaraipe”, es decir, remolón, mañero, etc; y los sacan del centro adonde está para mandarlo a otro yerbal u obraje lejos de aquel donde trabajó y donde sus quejas podrían abrir los ojos a los demás.
Luego, el peón no tiene paradero fijo ni trabajo determinado. Es un objeto, una cosa que debe ir a donde lo mandan. Hoy está aquí, mañana estará a cincuenta leguas de distancia.
Vive, pues, sin arraigo de ninguna clase, y eso explica el por qué después de treinta años de explotación a los bosques y yerbales no hay todavía una sola piedra removida en favor del progreso general.
JULIÁN S. BOUVIER.
Los misterios del Alto Paraná
Qué no sería hoy el Alto Paraná si esos patrones egoístas y tacaños, mirando más humanamente a sus servidores, les hubiesen dado tierras en las cercanías permitiéndoles traer a su familia, formándose así pequeñas aldeas donde hoy sólo se ve taperas o ranchos de mala muerte que desdicen hasta de la cultura intelectual de los propietarios!
Pero esto sería pedir un imposible a esos hombres que no saben prosperar en sus negocios sin robar al prójimo.
Si en treinta años no han podido reformar su rutinario proceso de planchadas para el embarque de la madera, ni construir un puente que sirva, ¿cómo van a permitir que se formen pueblos y agricultores independientes, etc., ellos que sólo quieren tener esclavos?
¡Oh! qué corazón negro tienen esos hombres! Todo lo quieren para sí, y nada para los demás. Tienen vapores, casas de negocios, leguas y más leguas de tierras, mulas, carros, caballos, etc., pero no permiten que un peón suyo tenga una gallina. Si los gobiernos hiciesen con ellos lo que ellos hacen con sus peones, ¿qué gritería no armarían?
Y, sin embargo, no merecen otra cosa.
Y entre esos hombres y los latifundistas, no solamente cegaron las fuentes de la vida agrícola arrancando los mejores brazos a la agricultura; no solamente cegaron las fuentes de la educación popular arrastrando en las soledades de las selvas vírgenes a menores de edad analfabetos, y aniquilaron los recursos de la economía social con sus monopolios, sino que cometieron dos crímenes mayores todavía: paralizaron el aumento de la población y condenaron al Territorio de Misiones a perder toda esperanza de llegar a ser provincia argentina.
El yerbal y el obraje, en las condiciones en que son explotados, son mataderos de gente y nada más. Recogen hombres jóvenes y menores de edad sanos y robustos, los envician, los sifilizan, los embrutecen, los encorvan, y después, si no mueren pronto, los devuelven a la sociedad enfermizos, llenos de reumatismos, minados por la malaria, con los pulmones carcomidos, con el alma embotada y con el ánimo decaído, muertos en vida, sin una sola esperanza en el cerebro y sin un solo latido de amor en el corazón.
Esos yerbales y obrajes, despoblando de un lado, se completan con el latifundio que impide el aumento de la población, y entre esos dos factores temibles matan la vida o la sujetan en su desarrollo impidiendo con sus crímenes rastreros, amparados por gobernadores, la prosperidad general de un territorio que podría ser el vergel de la República Argentina.
Posadas está rodeada de campos sin agricultura que empiezan en el umbral de sus puertas terrestres. Donde se acaba el campo empiezan los bosques de los grandes latifundios. La sucesión del general Rudecindo Roca, gobernador que encontró modo de comprar (!) cientos de leguas y hasta las ganas de comer de los posadeños, estrecha a las iniciativas pobladoras y les levanta una muralla china a cada paso.
Todo lo que se emprende en este desdichado territorio fracasa lamentablemente, porque dondequiera se tropieza con los acaparadores, que detienen la marcha del progreso y de la civilización, porque estos llevan consigo demasiada luz para ser arrojada entre la esclavitud legalizada, a la cual podrían “echar a perder”.
Así, pues, existen entre ambas instituciones capitalistas—el latifundista—y el empresario—la reciprocidad en los servicios prestados: se sostienen una a otra, y entre las dos despueblan el territorio o impiden el desarrollo de su población.
Si el gobierno argentino concede su protección a los que detuvieron el progreso general de un territorio que es el más rico de todos los territorios de la república, o por mejor decir, más rico él solo que todos los demás juntos; si no se castiga o no se sujeta a los que han convertido la bandera argentina en una bandera de piratería y de embrutecimiento en esos apartados lugares, iremos más lejos entonces. Por medio del libro iremos hasta la vieja Europa a golpear a la puerta de todos los corazones humanitarios para hacer cesar la odiosa trata de blancos que convierte a Posadas, ciudad argentina, en un mercado de esclavos que abastece el Paraguay, a los Misiones y al Brasil, y despuebla a dos naciones para poblar a una tercera.
Los crímenes que se han cometido contra la civilización durante treinta años son imperdonables.
Además de los daños materiales, que son incalculables pero pueden ser remediados, existen los daños morales, como la corrupción administrativa que difícilmente será extirpada, y la corrupción social que necesitaría muchos años todavía para desaparecer.
El territorio ha sido descuartizado y repartido según el capricho de cuatro “judíos” en connivencia con los gobernadores.
La esclavitud, la infame trata de blancos ha sido llevada a cabo durante cerca de treinta años sin que ninguna repugnancia moral haya asaltado a los negreros, sin que un solo movimiento de compasión haya inclinado su corazón a la clemencia y a la equidad.
Los piratas terrestres han cruzado en todos sentidos esas cinco mil leguas de bosques, sin dejar una sola piedra en favor del progreso general.
Los yerbales han sido saqueados por el vandalismo: los cedros y los lapachos desaparecieron; los peterebuy y otras maderas secundarias van tomando el mismo camino. Dondequiera hayan pasado los empresarios quedan sepulturas, silencio, desolación y rastros de saqueos.
Ni un solo pueblo se levanta en todo el litoral, que tiene ciento cincuenta leguas y abarca riberas de tres naciones.
La civilización y el progreso han sido rechazados cada vez que intentaron penetrar en ese inmenso cementerio. No hay un solo puerto libre al público en 300 leguas de costas: 150 en el Paraguay, 80 en la República Argentina, 70 en el Brasil.
Parece un sueño! No: es un crimen. El crimen de una gavilla.
Ya es hora, pues, de que desaparezca ese monstruoso régimen que destruye todo lo que toca.
¿Qué dirán en Europa cuando se sepa subsiste la esclavitud amparada por el silencio del gobierno? ¿Qué dirán las naciones europeas al saber que hay un territorio argentino donde sin peligro el patrón puede asesinar o hacer asesinar al peón que lo debe y va huyendo del compromiso que tiene que pagar con su cuerpo y con sus fuerzas?
La República puede volver a expropiar esas tierras o parte de ellas; fundar poblaciones en esos lugares; establecer centros de yerbales artificiales; abrir caminos, nombrar autoridades; en fin, poblar esas selvas solitarias y reemplazar las escasas “burreadas” de los esclavos por los ruidos que acompañan a las manifestaciones industriales encabezadas por hombres libres.
Entonces, sí, la República Argentina podría cantar victoria y entonar himnos en ponderación a su Mesopotamia libertada de las plantas de los piratas y de los negreros porque habría recuperado un vergel en el cual podría albergar cientos de miles de familias y reunido una obra humanitaria a una obra de progreso, de engrandecimiento y de prosperidad.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
Si algunas dudas quedaran en el criterio de algunas personas sobre la existencia de la esclavitud en el Alto Paraná, basta leer unos párrafos de los contratos que los peones tienen que firmar para recibir dinero anticipado.
He aquí un par de artículos de estos contratos para obrajes, de los que le adjunto la muestra:
“Art. 2º — Si antes de principiar el trabajo el peón recibiere algún adelanto, o que, de anterior adeudase a su patrón, le será anotado en su libreta que éste le proporcionará para su gobierno, quedando prevenido que durante no labre “quinientas” varas corridas no podrá abandonar su trabajo, sin previo consentimiento del patrón. Asimismo, queda obligado a cuidar su libreta, no perderla, pues en este caso no tendrá derecho a reclamo; y además se atraerá sobre si el cargo de responder ante la autoridad competente de los daños y perjuicios que por su falta recibiera el patrón”.
“Art. 4º — Lo esencial del presente contrato se ciñe a la Reglamentación de conchabos, y para que tenga fuerza legal firmamos de conformidad en dos de un tenor ante el Señor Juez de Paz.
“Villa Encarnación . . . . . . .”.
¿Qué les parece a los lectores de LA VANGUARDIA? Si el peón pierde la libreta en que están apuntados los metros o varas cúbicas de madera, que labra, no tendrá derecho a reclamo.
Si el peón tiene haberes, no puede reclamarlos; pero si debe, el patrón puede hacerlo responsable por daños y perjuicios.
Y eso se hace y firma ante un juez.
Y eso de las quinientas varas corridas sin poder abandonar el trabajo, ¿qué les parece?
Quinientas varas corridas representan por lo menos cuatro meses de trabajo. Quiere decirse que si durante esos cuatro meses el peón se enferma o tiene queja porque no le dan suficiente comida, tiene que aguantar no más.
Y cómo pueden sostener los empresarios que el peón puede fugar a otra parte, si para eso está su contrata, está la imposibilidad material de fugar, está la oficina antropométrica y la mar de cosas a favor del patrón!
Léase ahora la contrata de los peones yerbateros. Está redactada con diferentes términos, pero el fondo es el mismo.
CONDICIONES
1º—Todo tarifero está obligado a entregar diariamente 6 arrobas de 11 kilos y medio cada una de yerba en hojas, bien sapecadas, limpias, fina de palo y sin orquetas y se le pagará a razón de 0.15 centavos m n la arroba de 11 kilos y medio.”
“2º—El tarifero que no entregase la cantidad mencionada pagará la diferencia hasta completar la cantidad reglamentaria a razón de 0.15 centavos la arroba.
3º—Es obligación del tarifero de canchar, hacer campamento y picada que conduzca al mismo sin remuneración alguna.
“5º—Ningún tarifero u otro personal de comitiva tiene el derecho de retirarse antes del fin de la zafra.
“7º—Al tarifero se le entrega la libreta en que se le anota el anticipo y demás compras, teniendo la obligación de conservarle, y si la pierde no tiene derecho a reclamo, quedando obligado a reconocer la cuenta que figura en el libro”.
Para mayor prueba le envío la libreta de un peón llamado José González, que trabajó once meses para ganar líquido un peso y cincuenta centavos!
¡Esas son las exageraciones de que habla “La Nación”!
La primera condición impone 70 kilos de yerba por día, y como sólo se puede hacer un viaje al día, el peón debe, pues, traer desde dos o tres o más kilómetros, entre el bosque y las espinas y el fango o las piedras, setenta kilos de peso.
Ahora bien, si todavía es un menor de 16 a 17 años, como los hay muchos en esos trabajos, eso es ya inconcebible, atroz.
Hagan la prueba los que duden. Carguen a un joven de 16 a 17 años de edad, y decidle que lleve 70 kilos desde la plaza Victoria hasta el Once de Setiembre. Y tened en cuenta que en el monte el peón tiene que luchar contra las ramas, las tacuaras, las lianas y los tacuapíes que le interceptan el paso, sin contar los arroyuelos, las bajadas y las subidas, los troncos caídos y otras lindezas por el estilo.
La tercera condición impone un mes de trabajo sin sueldo; y más de un mes algunas veces.
¿Y ésta no es la esclavitud?
La quinta impone una estadía no menor de nueve meses en el presidio.
¿Y eso no es la esclavitud?
La séptima obliga al peón a ser robado si acaso pierde su libreta. Se desconoce aquí, como en el obraje, todo derecho a reclamos.
Esto no será la esclavitud: es el robo descarado.
Como se ve, todo está en favor del empresario, y nada para el pobre peón que lo enriquece. ¿Se quiere mayor crueldad y mayor cinismo?
¡Exageraciones!
De pasada voy a hacer notar las contradicciones de los que defienden malas causas o se avergüenzan de no haber defendido las buenas.
“El Pueblo”, diario posadeño, dice que yo tengo miedo. . . que no hay peligro para nadie en Misiones, etc.
Sin duda, el buen Homero anduvo soñando. Si yo tuviera miedo no firmaría. Si yo tuviera miedo no hubiera recorrido solo y sin armas los montes de Brasil hace ocho meses, donde de yapa me perdí durante dos días y anduve una noche entera rodeado por los tigres. Si yo tuviera miedo no haría tan tremendas revelaciones. Y no es de hoy que las hago: hace siete años.
Los que tuvieron miedo fueron los diarios de Posadas.
¿Cuándo los diarios de Posadas han tenido el valor de decir las verdades que yo dije? y, sin embargo, allí, todos saben que es cierto, bien cierto, desgraciadamente cierto, todo el fondo de mis denuncias.
¿En qué diario de Posadas está la denuncia relatando el asesinato de los siete peones en las dependencias de los Escalada? En ninguno.
Pues bien: mirad a los diarios de Curityba y de Asunción del año pasado, y encontraréis esa denuncia con mi firma al pie.
Lo más gracioso es que en el mismo número y en la columnita del lado, “El Pueblo” estampa lo siguiente:
“Perfectamente: pero a que el gobernador no le ha dicho al ministro que aquí en el asiento de su gobierno se mata y se degüella a cuatro cuadras de la plaza principal?”
¿Qué les parece, eh?
Si a cuatro cuadras de la gobernación se degüella a la gente, ¿qué no se hará a cuarenta o cincuenta leguas?
Y ¿con qué esperanza de justicia puede uno ir a meterse a redentor allí?
Pasemos a la visita de Barthe el 5 de junio a LA VANGUARDIA.
Dijo ese señor que Posadas es un centro muy elevado de cultura. Punto y aparte.
Alcorta, (Q. E. P. D.); García, (Q. E. P. D.); Casarella, (Q. E. P. D.).
No niego la cultura posadeña o de cierta sociedad posadeña, pero de allí a englobar en ella a los negreros, a sus secuaces y a los parásitos de la labor ajena, media un mundo.
Dice que existe perfecta seguridad para las personas. No lo dudo, pero eso no viene al caso. No es en Posadas donde se asesina a los peones o se les apalea, se les tortura o se les explota. Es en el Alto Paraná, entre Corpus y el río Iguazú.
Reconoce el sistema de los anticipos y la existencia de la oficina antropométrica. Menos trabajo para mí.
Pretende que el anticipo es indispensable, porque sólo así se encuentran peones. El señor Barthe falta a la verdad. En el Brasil no se da anticipo en los yerbales de Manguerinha, Boa Vista, Prudentopolis, etc., y sobran peones. El anticipo es sólo el precio de la carne humana. Favorece a dos o tres poderosos que pueden adelantar 15, 10 o 30 mil pesos entre 150 o 300 peones, y mata a los pequeños yerbateros u obrajeros, o a las industrias y a la agricultura; favorece el alcoholismo y la prostitución, embrutece al individuo, rebaja al que lo recibe, aniquila la familia, destroza el hogar y arruina el país.
Dice que el 60 por ciento de los peones son excelentes hombres que emplean bien su dinero. No es verdad. El 90 por ciento tira su dinero en pocos días en caña, en alcohol, en juego, en farras, en bailes, en ropa inservible, en chucherías, en necedades.
Dice que los peones no son tratados con dureza. Esto no es cierto mientras no llegan al centro de los yerbales, pero una vez allí ¡Dios los libre!
Barthe no ha levantado ni un solo cargo, ni lo levantará jamás. Su visita a LA VANGUARDIA estaba prevista aquí y esperábamos diariamente esa notica. Ni siquiera nos hemos tomado la molestia de dar a conocer esa maña que tiene de ir a hacer una excursión por las imprentas cuando las papas queman.
JULIÁN S. BOUVIER.
Los misterios del Alto Paraná
Tiene la palabra el gobernador señor Bermúdez.
¿A quién pretende engañar el señor gobernador cuando encarga a la misma policía averiguar la veracidad de las denuncias de LA VANGUARDIA.
Al ministro del interior y a los cándidos que no están al cabo de la política territorial misionera.
A personas que no pueden (?) descubrir un asesino en una población pequeña como Posadas, les encarga ir a las selvas, donde, sin recursos, tendrán que aceptarlo todo de los empresarios delincuentes, desde una mula para andar, hasta un vaqueano para no perderse.
Y es a esa clase de personas a las que se confía el esclarecimiento de decenas de crímenes ignorados en las selvas.
No: no es con mistificaciones con lo que se levantan cargos. Ese sumario y nada es la misma cosa. Es un sumario y un gasto inútil. Antes, mucho antes de embarcarse, los negreros habrán tomado sus precauciones. Cuatro o cinco mil pesos más o menos no son obstáculos para desviar el curso de la justicia.
Todos van a aparecer santitos, inocentes como el cordero recién nacido. Y no solamente esto, sino que los peones asesinados aparecerán como solos y únicos culpables. Dirán que ellos han querido “hacer armas” contra el mayordomo, o sublevarse, o darán otra disculpa por el estilo.
¿En qué estado se encuentran las escuelas de campaña en el Territorio? ¿A qué proporción alcanza el analfabetismo?
¿Cuántos colonos fueron perseguidos por los terratenientes? Cuántos fueron engañados? ¿Cómo es que no hay estabilidad para los pobladores?
Y las defraudaciones a las rentas del Estado, ¿quién las castiga? Si se trata de un “chico”, entonces sí le da duro y parejo, pero a los grandes contrabandistas ¡cuándo! La mitad a lo menos del alcohol que se vende en Posadas es pasado de contrabando! Lo negarán a pies juntos, es cierto, pero nosotros que sabemos adónde lo compran en el Paraguay, no nos chupamos el dedo como el fisco.
Y la agricultura, ¿con qué elementos cuenta? ¿Dónde está su decantada prosperidad? Siendo Misiones, por su latitud y por la fertilidad de su suelo, un territorio donde todo el año puede sostenerse cultivos de variadas clases y sobre todo las primicias, ¿dónde está la exportación de productos agrícolas o de horticultura que se hace? ¿A qué país se dirige esa exportación?
¿No es una vergüenza que en Villeta, a siete leguas de Asunción, en un país convaleciente como el Paraguay, y en un lugar castigado por las heladas, atraquen vapores durante ocho o nueve meses para cargar naranjas, tomates, ajises, ananases, bananas, etc., mientras que en Misiones, donde las heladas no castigan las cercanías del río, no se carga ni un solo canasto de nada, y los vapores no llevan otra cosa que cueros y yerba, yerba y cueros?
Bonita prosperidad.
Sí, en Misiones hay prosperidad. Cómo no! En cuatro bolsillos; pero los demás, ¡ni noticia!
Setenta leguas de litoral sobre el río sin un solo agricultor. Setenta leguas sobre el río sin un solo poblador libre.
Esa es la prosperidad.
Y porque Posadas, que todo lo centraliza, pasa una vida regular, el señor gobernador deduce por eso que todo el Territorio está prosperando.
Basta. Que se arreglen entre ellos. Las verdades del gobernador a su gobierno, son como las verdades de Barthe a la redacción de LA VANGUARDIA: presentan el disfraz pero no el esqueleto que lo lleva, y por lo tanto no debemos afligirnos creyendo que con esas mentiras se extraviará la opinión pública.
La esclavitud existe, y Posadas es el mercado donde subrepticiamente se arrastra a miles de infelices a las selvas. Existe un feudo de cinco mil leguas que es un verdadero cementerio de la civilización.
Esas cosas son hechos reales, palpables, indiscutibles, y es lo que debemos combatir a nombre de la humanidad y de la civilización.
¿Qué nos importa si la política rastrera quiere amparar los robos, los saqueos o los desquicios del pasado?
Si el gobierno argentino cree acallar la opinión pública justamente indignada, con mandar una comisión policial que hará la “parada” de levantar un sumario, y se limitará a comer unas cuantas gallinas, unas cuantas cabras y unos cuantos pesos a los empresarios yerbateros, está equivocado.
Podrá mistificarse a sí mismo, pero no a los demás.
La justicia y la reparación que se debe a la opinión pública, a las víctimas y a sus deudos, no son para ser pedidas de rodillas.
Si el gobierno no quiere hacer justicia y proceder con tino, rapidez, energía y verdadero patriotismo ¡no importa! Por medio del libro recorreremos el mundo entero pidiendo como una obra de misericordia a las naciones civilizadas que levanten su voz de protesta, y denunciaremos con dolor en el alma que bajo la tan decantada prosperidad de la República Argentina, prospera también la trata de blancos, la explotación a los menores de edad y a la ignorancia.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
La eterna disculpa de los explotadores del Alto Paraná, es que muchos peones fugan debiéndoles, o poco después de recibir el anticipo, lo que es cierto, no en las proporciones que ellos quieren hacer creer, sino, a lo menos actualmente, en una proporción que no pasa del 8 al 10 por ciento.
Pero si son tratados “a cuerpo de rey”, y si la mayoría son “excelentes hombres de trabajo”, como dicen “El Eco de Misiones” y Domingo Barthe, respectivamente, ¿por qué fugan?
Voy a decirlo.
Fugan de hambre.
Fugan porque les pegan palizas.
Fugan porque les trampean el sueldo.
Fugan porque los azotan.
Fugan porque la eterna y la inacabable deuda les quita hasta las ganas de vivir.
Fugan, en fin, porque ya no pueden aguantar más y prefieren exponer su vida y ser muertos si los alcanzan antes que continuar en ese yugo de miseria y de cretinismo.
Por muy bajo o muy desgraciado que sea un ser humano, no se apaga nunca en él el espíritu de rebeldía que germina en todas las conciencias, despertado por los reflejos de la civilización que nos rodea y nos ilumina. El más abyecto de los esclavos no llega jamás a olvidar sus acariciadas ideas de emancipación; podrá morir en el yugo, pero morirá con la visión de estar libre del chicote en la sepultura.
¿Por qué negarle al esclavo blanco el derecho de independizarse del látigo o del servilismo?
Lo que no dicen los negreros de hoy es adónde fugan los peones que se les van. Ya que no pueden quedar ni en el Paraguay ni en las Misiones, ¿adónde se escapan entonces?
Yo sé adónde se refugian. Van al Brasil. Van a Campo Eré, Boa Vista, Palmas, Chapecó, Manguerinha, etc.; van allí y se quedan. Y son esos peones fugados los que enseñaron a los brasileros a elaborar yerba tan buena como la yerba paraguaya y mejor que la misionera.
Con que ya ve el gobierno cuán bonitos son los resultados que la oficina antropométrica de los negreros regala a la República Argentina.
Recomiendo también ese dato tan interesante a “La Nación” y a “La Prensa” para que lo incluyan en los factores (!) de prosperidad que calló la modestia del gobernador Bermúdez.
El estribillo “fuga de peones”, invocado por los empresarios, no es más que una burla hecha a la opinión de las personas; que no conocen estos lugares, ni las mañas del sistema esclavizador; burla tanto más fácil de hacer pasar puesto que en los mismos mercados de carne blanca hay personas que ni siquiera se dan cuenta de lo que sucede en el Alto Paraná.
En cuanto al amigo (!) que fue con Barthe a la redacción de LA VANGUARDIA desde ya y sin saber quién es, puedo asegurar que fue un “homme de paille” del industrial aludido.
Eso de ochenta peones que desaparecen con cien pesos cada uno es algo que nadie tragará ni en Posadas, ni en Villa Encarnación, porque eso de fugarse ochenta hombres sin dejar siquiera algún rastro, o la cola, como los chanchos de Perurimá, es algo que nos llena de admiración. Sólo que se tratara de los peones del obrajero Vidal, que dio tanto trabajo al ex gobernador Martínez, a Puccio y al gobierno!
La disculpa de “los peones que fugan” es un ardid de los patrones para disfrazar la infame trata de los blancos.
Ya lo he dicho en estas mismas columnas: en el Alto Paraná no hay más que dos puertas para fugar: la muerte o el Brasil.
Ahora voy a probar con otros informes más que no he mentido, ni siquiera exagerado.
Para esto, dejaremos la palabra a un diario de Posadas que, como “El Pueblo” y otros, cría coraje ahora, cuando ve que la campaña de LA VANGUARDIA está predestinada a triunfar, pero que, teniendo elementos para hacerla, nunca la hizo con altura, constancia y altivez.
Ese diario es “El Noticiero” y pertenece a su número 2005 de fecha 10 de junio el siguiente recorte que le adjunto:
“LA VANGUARIDA y los yerbales—Hemos leído con cuidado sumo las correspondencias que se han publicado en LA VANGUARDIA, por ser tema el de la vida de peón en los bosques del Alto Paraná, que ha merecido en nuestra labor de periodistas, preferencias especialísimas.
“Esas correspondencias nos obligan a volver una vez más a ocuparnos de las explotaciones forestales en nuestros tupidos bosques; pero como todavía parece que su autor no ha concluido de publicar la serie que se propone, esperaremos esa conclusión para ocuparnos de ciertos puntos, cuyas conclusiones no es cuestión de presumir como serán, sino de conocerlas bien en su espíritu y en su exactitud.
“Por lo pronto, en nuestra humilde opinión, ha malogrado la mitad de su campaña por lo menos, en presentar como principales culpables a Barthe, Núñez y Gibaja y otros comerciantes de los hechos que en los bosques se realizan, cuando en “eso” entiéndase bien: “en la vida de esclavo que se le hace sufrir al peón”, en nada, pero absolutamente en nada, tienen ellos participación.
“Las mejores censuras se pierden por plantearlas mal, o confundir las causas con los efectos.
“Que en el bosque se asesina, se maltrata y se roba al peón, es verdad.
“Que la vida del peón en el bosque es peor que la del esclavo de tribus salvajes, también es cierto; pero no es cierto que esa vida miserable se la den Barthe, Núñez y Gibaja, etc.
“Esos señores, por el contrario, no quieren jamás entenderse directamente con los peones yerbateros u obrajeros, y precisamente por eso la esclavitud del peón montaraz es más triste e inhumana”.
Hasta aquí “El Noticiero”.
¿Qué les parece ese parrafito donde dice “que he malogrado la mitad de la campaña al presentar como principales culpables a Barthe, Núñez y Gibaja, que no tienen absolutamente ninguna participación en que en el bosque se asesine, se maltrate y se robe al peón?”
Pero entonces ¿quiénes son los que asesinan, maltratan y roban a los peones, ¿son espíritus invisibles? ¿Son duendes, ogros, grifos, alimañas o qué?
¿De quiénes son los yerbales donde sufren esos esclavos? ¿De quiénes son los obrajes donde se revienta a los menores de edad?
Me parece que ya ha sido bien explícito al decir que Núñez y Gibaja y Barthe no eran los solos negreros, pero sí eran los únicos que resultaban beneficiados por esas explotaciones infames y los únicos responsables de la despoblación del Sud del Paraguay, de las Misiones y del Norte de Corrientes.
¡No importa! Llámese Juan o Pedro, Diego o Pablo los delincuentes, lo esencial para nosotros es que existe la esclavitud y que se asesina, maltrata y roba a los peones. Y es lo que los socialistas quieren suprimir.
Si “El Noticiero” cree firmemente que hay otros culpables, ¿por qué no los nombra?
Yo los culpo a todos, porque culpo al sistema; los he nombrado a todos, y especialmente a Núñez y Gibaja y Barthe, porque entre ellos solos, tienen más esclavos que nadie. Por duras que sean mis palabras, los señores Núñez y Gibaja no las pueden desmentir. Donde se da anticipo, el peón trabaja por la comida; y donde el hombre trabaja por la comida, existe la esclavitud.
Es inútil ponerle pararrayos a dichos señores: ellos y Barthe son los únicos responsables del crimen de lesa civilización que ha convertido al Alto Paraná en un presidio y ha diezmado y rediezmado a varias generaciones. Ellos son los fundadores del sistema; los otros son tan solamente discípulos suyos.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ahora bien: pasemos a otro terreno de ideas.
Se habrá notado que tanto en el campamento adverso como en el favorable, las opiniones son unánimes sobre que la vida del peón en los bosques del Alto Paraná es peor que la del esclavo de tribus salvajes. Si oyerais las opiniones verbales de los mismos habilitados de los negreros, diríais las mismas expresiones, aunque disfrazadas con disculpas cortadas por las mismas tijeras.
“El Eco de Misiones” reconoce que se le roba el 300 por ciento sobre las mercaderías.
“El Noticiero” reconoce que lo asesinan, roban o maltratan.
“El Pueblo” reconoce todo lo dicho por los otros.
Los diarios del Brasil y los de Asunción lo mismo: “A Noticia”, “Rojo y Azul”, “La Capital”, “A República” y muchos otros han clamado contra la esclavitud de los peones en el Alto Paraná y en los gomales de Bolivia.
Barthe reconoce la existencia de la oficina antropométrica; pero aunque no la reconociera, yo le presentaría mil y un testigos si es preciso.
De todo esto se deduce con luz meridiana que existe la esclavitud en la República Argentina; que hay miles de hombres que trabajan a la fuerza y por la comida; que esos hombres no tienen garantías ni amparo; que se les puede maltratar, robar y asesinar a mansalva porque no hay jueces, y cuando los hay son empleados de los empresarios, como el juez Juan Ramírez, de San Pedro, o se quedan en Posadas a sahumar al gobernador, como el juez de Monteagudo, en cuyas cercanías fueron asesinadas siete peones el año pasado por el habilitado José Alves.
Ahora cabe preguntar una cosa, y podrán hacerlo los diputados argentinos, si los hay, que miran más arriba del estómago:
¿Por qué el gobierno no hace cesar esa esclavitud? ¿Por qué el gobierno no hace cerrar esa oficina antropométrica por anticonstitucional, por ser una vergüenza para la República Argentina y deprimente para la dignidad humana? ¿Por qué el ministro del interior no ordena una investigación prolija sobre el asesinato de los siete peones que cayeron víctimas de la barbarie yerbatera que castiga con la pena de muerte a los peones que fugan?
O admitiendo que el señor ministro del interior, distrayendo unas miradas sobre esos siete cadáveres ordenó la investigación, ¿cómo pudo confiarla a la policía de un gobernador que silencia el crimen? a la policía de un gobernador que aceptó la herencia de ignominia que su antecesor le pasó, como se pasaban el cadáver del jorobado los protagonistas del cuento de las Mil y una noches?
Si ese señor gobernador no ha tenido la energía moral necesaria para hacer clausurar una oficina anticonstitucional como lo es la Oficina Informativa de los empresarios, ¿cómo puede ordenar y hacer cumplir una investigación cuyo resultado sería descubrir palmariamente que, como dijo “El Noticiero”, al peón se le roba, se le maltrata y se le asesina?
¿Preferirá el gobierno ver la reputación moral del país calificada de bárbara en Europa, por no incomodar a unos cuantos empresarios yerbateros u obrajeros?
Yo no puedo creer eso.
Supongo que el gobierno argentino no se da cuenta de esos horrores que repugnan a la civilización moderna, y que su inacción solo obedece a que le han hecho creer que mis denuncias son exageraciones.
La esclavitud en el Alto Paraná está probada.
El saqueo a los yerbales de Misiones está probado.
El asesinato y la tortura “legalizados” están probados.
La degeneración y la desaparición de varias generaciones están probadas.
El “surmenage” a los menores de edad está probado.
El reparto del Territorio entre siete individuos, entre los cuales figura un hermano del general Roca, está probado.
La condenación a muerte de las mujeres y criaturas que van al Alto Paraná está probada.
La extinción de esas masas humanas está probada.
La muerte de la agricultura en esas ochocientas leguas está probada.
La frontera desamparada, el territorio sin caminos y las dos terceras partes de su extensión sin una sola población, la falta de comunicaciones postales con los pueblos de San Pedro y Barracón que no son pueblos sino empresas yerbateras, todos estos lunares están probados.
El secuestro de los peones en las selvas, la desaparición de menores, la barbarie y el vandalismo: todo está probado.
La despoblación del Territorio está probada.
¿Qué más datos quiere entonces el gobierno argentino para emprender la marcha sobre el camino de las reparaciones solemnes y de las satisfacciones justicieras?
Es en vano titubear. No hay términos medios.
O se acaba la trata de blancos, o su lamentable historia recorrerá el mundo.
O se salva a las generaciones venideras del Noreste de la República Argentina, o se sabrá en todo el globo que el gobierno argentino condena a los hijos de sus gobernados al cretinismo, a la degeneración y a la muerte.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
Nadie negará que el peón que ha trabajado merece recibir su salario. Ahora bien, el paria que va al Alto Paraná, nunca, jamás recibe su salario. Sólo le entregan cada año o cada dos o tres un anticipo sobre la esclavitud de su persona.
Si ese peón “sube” debiendo ocho a diez meses de sueldo, tendrá que trabajar otros tantos por la comida.
Es terrible eso de ver a hombres libres trabajar por la comida, durante meses o años.
Y téngase en cuenta que aquel infeliz no alcanza a completar la amortización de su deuda, sin endeudarse nuevamente, porque necesita jabón, tabaco, azúcar, galletas, zapatos, camisa, calzoncillos, hilo, papel, en fin, todo un montón de chucherías que le hacen pagar a precio de oro.
Si en nueve meses podía pagar su cuenta, necesita once, trece, quince o más todavía para pagar lo que saca después de estar en el presidio y de estar en el yugo. Y no tiene más remedio que sufrir. Todos los horizontes le son cerrados. Toda apelación es imposible. A sus quejas contestan con insultos, amenazas, cintarazos o balazos. Su destino es inferior al de las bestias de labor de Europa y de muchos países sudamericanos; porque esas bestias duermen bajo techo, y si se enferman le dan descanso y las cuida un veterinario. Los peones del Alto Paraná descansan cuando mueren, y no tienen ni siquiera una Sociedad Protectora de Animales que los ampare de los malos tratos.
Los pobres menores de edad son los preferidos por los empresarios; luego, ellos son los únicos que han quedado en pie todavía. Yo quisiera, ciudadano director, que usted pudiese investigar dónde están ahora los peones que hace quince años trabajaban en el Alto Paraná.
Ni el rastro de ellos existe.
¡Ni el rastro!
Los menores cuestan menos y producen lo mismo que un peón viejo “exquinté”. Se les paga un sueldo inferior (10 a 18 pesos mensuales), comen menos, no rezongan y gastan todo el sueldo de un año en un día, con tal que se lo den anticipadamente.
Alejados de la civilización a la edad en que el entendimiento humano descubre más o menos el porqué de las cosas, no llevan a las selvas más capital que el recuerdo de sus orgías callejeras, recuerdo al cual siempre va unida la enfermedad inconfesable; y así “surmenés” de arriba y de cualquier altura, agotan su caudal de juventud en dos o tres años, y vuelven hechos espectros para “farrear” groseramente, aturdirse, olvidar y embrutecerse más.
El peón del Alto Paraná no tiene salvación posible si se le abandona a sus fuerzas.
Ya tiene la sangre y el cerebro viciados, esclavizados de antemano a cualquier tiranía, con tal que ésta les dé dinero para emborracharse unos días.
Alcoholismo y prostitución se dan entonces la mano para rematar la obra del negrero, y así, dominarlas por fuerzas brutas superiores y por vicios hereditarios, las generaciones se siguen una tras otra y desaparecen en la inmensidad de los presidios.
Villa Encarnación, en el Paraguay, era antes la gran meretriz que calmosa y digna, con pasitos de honradez atraía a las mariposas y se las tragaba. Hoy, la torre de Nesle está en Posadas. Allí es donde, para gloria (!) de la República Argentina, acuden los candidatos a la cadena, atraídos por la fama del anticipo como los peces por la luz. De allí salen los vapores llevando sus “honrados” cargamentos de pasajeros de proa que bien pueden exclamar al partir: “Ave Cesar morituri . . .”
Allí está la colmena parasitaria que vive del peón altoparanaense. Allí, en esas trampas para lobos que se levantan con el fondo hacia el cielo, empiezan a embrutecerse a fuerza de caña y besos tan impuros unos como otros los infelices sentenciados. Allí está hoy la corrupción viva, permanente, aceptada, legalizada, barnizada por los gobernadores y jefes políticos. Allí es donde se vende el raquitismo, la degeneración, la sífilis, el atavismo y la muerte a los desdichados que irán a abonar las selvas con sus huesos o arrastrar sus reumatismos u otras enfermedades por el estilo, acá o acullá, donde los arroje el viento del destino. . . “Ils vont. L’espace est grand”.
Y allí también, es donde se encubren los grandes crímenes contra la civilización, tras las cortinas oficiales o particulares, para que ningún Juan de afuera las revele al mundo.
Posadas está levantada sobre los despojos de veinte generaciones.
La gran parte de lo que existe allí es oriundo del Paraguay, y lo bien habido que Posadas puede ostentar, no son las casas, ni los terrenos, ni sus vapores, sino la reputación del elemento trabajador independiente de los negreros y la reputación de las mujeres de la ciudad alta, y aún de algunas otras. En fin, Posadas puede enorgullecerse de tener hombres buenos y honrados que son ajenos a toda esa corrupción, pero no puede presentar un ladrillo cuya procedencia directa o indirecta no traiga el sello de la esclavitud.
Las dos terceras partes de la fortuna privada de los grandes empresarios ha sido ignominiosamente estafada al pobre Paraguay que así sufrió dos veces la invasión del mismo vecino.
Posadas está levantada sobre la ruina de Villa Encarnación, y su prosperidad actual, su aparente prosperidad, que es la más solemne mentira del siglo, no es más que el accesorio del sistema esclavizador que extiende sus tentáculos sobre cinco mil y pico de leguas, y que, incapaz de producir para sí mismo, robó hasta las rameras de la ciudad paraguaya para poder despachar unas cuantas bordalesas más de caña “contrabandeada”.
El monopolio y el acaparamiento erigidos en instituciones legalizadas como lo son en Posadas, traen consigo el despotismo capitalista, la relajación social, la aristocracia del dinero o sea el predominio del burro sobre los demás animales con tal que lo enjaecen con prendas de plata, la opresión al proletariado, la mordaza a la prensa y a la voz pública, el jesuitismo, la mistificación, la decadencia moral y el incendio para el porvenir.
Posadas honrada y sin manchas sería una ciudad modelo, un centro de energía eléctrica que desde las cataratas del Iguazú arrojaría olas de fuerzas industriales por doquiera; pero Posadas negrera, centralizadora y sin iniciativa propia, es una ciudad enfermiza, condenada a sufrir por mucho tiempo todavía sin poder abrir sus puertas a todas las ideas y amparar en los pliegues de su bandera de vanguardia a todos los esclavos para devolverlos al mundo de la libertad.
Por eso, Posadas no adelanta más, ni en población ni en edificación.
Y sin embargo, esa ciudad argentina y su colega del frente podrían ser una Génovas indestronables, emporios sin competencia posible, puertas de admirables y exuberantes vergeles, centros agrícolas de primera magnitud en Sud América, depósitos de tránsito de cuantas riquezas la naturaleza ha prodigado en el Alto Paraná, y abrigo seguro de cuantos inmigrantes sin recursos quisieran darse el trabajo de arrancarle sus tesoros con poco trabajo y en poco tiempo.
Pero cayó en poder de los negreros y se sintió como paralizada. Hoy, Posadas se asemeja a esas muchachas muy robustas y muy hermosas que cuando llegan a la pubertad se adelgazan y empalidecen, se vuelven lánguidas y sin alientos, se reconcentran y se envician en secreto, se histerizan y se convierten en ramilletes inútiles que, como las siemprevivas, nunca mueren, pero nunca dan perfume.
Parece increíble que la influencia emponzoñadora de cuatro o cinco hombres dedicados a la explotación por mayor de la ignorancia ajena puede causar tantas perturbaciones morales en una sociedad ayer no más abierta a la vida y a la esperanza; pero el hecho real, palpable, innegable y cruel está allí con todos sus pormenores, con todas sus vidrieras prostibularias abiertas a la vista de los transeúntes, con toda la intranquilidad de las familias, con el abuso por techo, el arroyuelo por piso y la injusticia por camisa.
“Ecce Posadas, pauper Posadas!”
Al frente está Villa Encarnación, la ciudad abandonada por los negreros, el muladar donde no hay más que esqueletos ambulantes incapaces de prestar ayuda al individualismo para subir más. Villa Encarnación es, pues, la fiel imagen de lo que será Posadas con el tiempo.
La ciudad paraguaya, que ni siquiera merece ese nombre, es un cascajo de población en la cual en vano se buscaría una idea que sea el patrimonio de cinco personas juntas.
Aquello está completamente sumido en el oscurantismo; allí no late nada, no palpita nada; las únicas cabezas que se alzan son las de los enriquecidos con la esclavitud del Alto Paraná.
Allí no hay sociedad constituida ni constituible. Un club social que da fiestas y veladas mediante dinero al retintín, es la única concentración de personas más o menos auténticas o de contrabando en la moralidad, pero no representa ideas ni las representará jamás en esas condiciones porque allí la inteligencia no tiene entrada, desde que el presidente de tal club es un hombre formado, petrificado, momificado por el sistema del Alto Paraná y es empresario yerbatero y obrajero. ¡Hágame el favor!
La población edilicia ha sido saqueada por los más fuertes; la ley del cinismo impera soberana e inapelable; las calles, las casas, los sitios, todo indica la prepotencia o la desventura.
La justicia reducida a las contemplaciones so pena de ser echada a patadas de su casa, se reduce a salvar las apariencias y a seguir la corriente del sistema monopolizador.
La agricultura patalea a las puertas de la ciudad en míseros palmos de tierra, mientras que a su lado se alzan invencibles los latifundios de Rodríguez Larreta y Domingo Barthe.
La miseria moral y material formando el único patrimonio de la mayoría. La actividad humana muerta, destrozada por el peso aterrador del capital convertido en verdugo de todas las clases, de todas las familias, de todos los individuos.
El carácter social deprimido, rebajado, oscurecido. La honradez arrastrándose entre las burlas de los vencedores. La industria apresada en la mente humana sin poder salir, divisando hermosos e inagotables campos de acción sobre los cuales la tiranía latifundista armada con sus documentos monstruosos y criminales impide la entrada a los hombres libres.
Tres mil leguas entregadas al silencio de los cementerios, sin un solo agricultor, sin una sola casa que abrigue a un obrero independiente.
En fin, por doquier la muerte y la soledad, la inacabable muralla china y el derecho adquirido por cinco a seis más fuertes o más pillos para conservar secuestrados a la humanidad latifundios de 100 y más leguas, en los cuales decenas de miles de familias encontrarían, trabajando honradamente, una pequeña prosperidad.
He aquí lo que es Villa Encarnación después que el gran señor Domingo Barthe hizo en ella su fortuna y pasó el rastrillo sobre los últimos paraguayos que todavía podían cortar yerba o voltear cedros y lapachos.
He aquí lo que será Posadas dentro de poco tiempo si el gobierno argentino no toma alguna medida enérgica sobre el particular.
Cuando se ve a la infeliz población paraguaya intentar mil esfuerzos para levantarse sin conseguirlo; cuando se la ve desgarretada por el latifundista a quien ayer no más ella dio la vida, las riquezas, la figuración social y todo lo que hoy posee; cuando se ve a los emisarios de los acaparadores enarbolar el látigo del cosaco sobre las espaldas del desdichado campesino paraguayo que no tiene más hijos para el yerbal ni más hijas para el prostíbulo del arroyo; cuando se ve a las mismas autoridades hacerse cómplices de los negreros y lanzar citaciones en el hogar donde reina el hambre y la miseria, ¡oh! no se necesita ser socialista para sentirse indignado ante ese horroroso cuadro de explotaciones que sólo aprovechan a cuatro o cinco individuos y suman a miles en la oscuridad de las luchas estériles e irremediables.
Tal estado de cosas es demasiado bochornoso para la República Argentina, y su continuación implicaría la complicidad del gobierno en la trata de blancos y en el acaparamiento de las tierras.
No se necesita avasallar derechos adquiridos legalmente, por inhumanitarios que sean los poseedores de esos derechos. No se trata tampoco de matar la industria yerbatera ni la explotación razonada de los bosques. Se trata de salvar a la sociedad y a la patria salvando al individuo. Se trata de acabar con la trata de blancos, acabando con la explotación de la ignorancia. Se trata de herir a muerte al latifundio por medio de sabias expropiaciones que fundarán pueblos y colonias, y los cruzarán de caminos, llevando la civilización al último rincón de las selvas. Poblad el litoral y decretad la formación de un pueblo y un Departamento o Partido por cada 40 o 50 leguas de superficie, y el latifundio será vencido.
Téngase en cuenta que 40 a 50 leguas en el Alto Paraná representan en riquezas naturales lo que 200 o 300 en otras partes. La inextinguible fertilidad de la tierra, la bondad del clima, las numerosas ramificaciones del sistema hidrográfico, la suavidad de la construcción orográfica perfectamente viable a todas las locomociones modernas una vez que se abran caminos en esas selvas donde sólo penetraron la rutina y la ignorancia, todo hace de esa hermosa región, un paraíso terrestre hacia el cual se dirigirán las corrientes trabajadoras una vez que la República Argentina haya constituido su nacionalidad definitiva.
Pero la solución del gran problema de poblar ese inmenso cementerio no puede dejarse para mañana.
Ese Territorio paralizado en medio del asombroso progreso de la República Argentina, es una túnica de Deyanira que le quema las espaldas y le consumirá su reputación en el exterior.
Téngase un buque menos en la escuadra, pero sálvese a las generaciones del porvenir. Sálvese al Territorio de Misiones de la vergüenza de la ignominia y de la decrepitud social.
JULIÁN S. BOUVIER
Villa Encarnación, junio de 1908.
Los misterios del Alto Paraná
Un defensor de los negreros
LA OBRA SOCIALISTA
Ciudadano Director de LA VANGUARDIA:
Las disposiciones del VIII Congreso Socialista ordenando la publicación de un folleto que contenga todas mis correspondencias referentes al Alto Paraná, me obligan a ser breve, por cuyo motivo, no consagraré más que unas pocas líneas al defensor de los negreros, un tal Octaviano Molina, que había caído en la última miseria y que ahora va a salir a flote otra vez, mediante esa para él tan brillante oportunidad.
Pobre Octaviano Molina! que la tierra le sea liviana!
Y sin embargo, hubiera sido un testigo terrible aquel Octaviano Molina que el poeta Rodrigo Millán dice que ha presenciado el suplicio de los peones castigados y colgados (!); aquel Octaviano Molina que estuvo en Yaguatirica, donde las empresas yerbateras de los Guardile, Silva y otros, tienen un cepo donde se ha torturado a los peones; aquel Octaviano Molina que todo lo sabe y todo lo niega, porque no ha sabido soportar la miseria.
Pobre hombre! El mismo es una víctima de los negreros, pues no lo deja hablar el asma incurable contraída en el Alto Paraná, y todavía sale en defensa de la barbarie y del robo!
Y lo más curioso es que toda esta gente cae en un laberinto de contradicciones. Su defensa es una Babel escrita. Ni merece ser tenida en cuenta. Es una copia fiel del original. Los gobernadores y los acaparadores incensados a más no poder. Todos son santos que pasarán a la posteridad con su glorioso patrimonio de honradez y de sentimientos humanitarios inmarcesibles!
Venga, pues, el folleto cuanto antes. Nosotros lo haremos llegar de cualquiera manera a las últimas selvas latifundizadas. Despertaremos al esclavo, y le enseñaremos el camino de las reivindicaciones.
En Buenos Aires, a quinientas leguas de los desheredados se levantan las protestas de sus improvisados defensores, y en un hermoso arranque de dignidad humana el Partido Socialista, los Centros femeninos y los obreros fustigan a la barbarie entronizada, y llaman la atención del mundo civilizado sobre ese inmenso feudo de cinco mil leguas donde no hay un solo hombre libre.
¡Qué pluma mercenaria podrá levantar ese cargo! Cinco mil leguas sin pobladores libres!
En cuanto a la esclavitud son ellos mismos quienes la proclaman.
Mirad cómo los abogados de los negreros entienden la moral. Es el mismo Octaviano Molina el que por dejar sin manchas a los patrones, dice lo siguiente en “El Pueblo” del 18 de junio:
“Criado en los centros de civilización europea, he pasado años y más años en la selva misionera y no he llegado a conocer los horrores que Bouvier pinta.
“De la muerte de los peones, cúlpese a su misma índole.
“Recuerdo que hace muchos años un señor que trabajaba en Yacanguazú hizo construir galpones para dormitorios y comedores de los peones.—El capataz presidía la mesa en que se comía con mantel, platos y cubiertos. No hubo forma de que la gente adoptara este sistema.
“Los empresarios han hecho todo lo posible para concluir o aminorar el anticipo, origen de todo el mal tanto para el peón como para el patrón: inútil. El peón quiere “farrear”. Inútil que el patrón le diga: “cómprate una camisa; cómprate zapatos y pantalones que en el monte tendrás que pagarlos al doble de su valor”. Nadie oye; el hombre derrocha su dinero, y cuando a los seis meses baja del obraje o a fin de zafra del yerbal, no es raro que se traiga buenos pesos de haber, que le son pagados religiosamente. ¿Y qué? Un gran pañuelo de seda, un par de botas de charol, un acordeón o una guitarra, y dele vino, mujer y música por dos o tres días, y venga luego este patrón a anticipar otros cientos de pesos para seguir la jarana hasta el día del embarque; y si aun con esto no se sacia, trata de esconderse, mudar de nombre y previo otro anticipo, irse con otro patrón.”
¿Qué les parece el parrafito: “De la muerte de los peones, cúlpese a su misma índole”?
Y ese cuadro del peón malgastando su dinero ¿no es bastante sugestivo? ¿qué más añadiré yo?
Dos cosas. El peón nunca baja con haber. Nunca; pero nunca!
Además, el 75 por ciento de esos peones lo forman menores de edad; así es que, según la teoría de Octaviano Molina, los patrones hacen bien en fomentar la corrupción de los menores con tal de tener esclavos a su disposición.
Pero si yo no he dicho otra cosa. Y es precisamente por eso que el Congreso Socialista, justamente alarmado, y los centros femeninos y los centros obreros de Buenos Aires protestan contra esas herejías y aplauden mi humilde propaganda.
Pudo también haber dicho el señor Molina que Luis Wuanisk, Jorge Simón y Pedro Tomás eran los encargados de reclutar esclavos, y que en sus casas y en otras muchas se alcoholiza al peón para que gaste más pronto su dinero.
En Posadas, hoy, hay lugares cerca del puerto donde no puede ir una niña o una señorita so pena de presenciar escenas de amor al aire libre. No son grupos de casas, ni calles enteras: es todo un barrio.
Y de quién es ese barrio? De un ex general, de un ex gobernador de aquellos a quienes Octaviano Molina otorga patente de honradez… uno de aquellos que tiene un latifundio de 200 leguas.
Molina da vivas al latifundio, vivas a la corrupción, vivas al robo y al saqueo, y todavía llama a sus descaradas apreciaciones “Controversia socialista”.
No, señor. Los socialistas no descenderán jamás a discutir con usted. Siga ganando su changa. ¿Qué nos importa?
No pretendemos redimir la humanidad en un día, ni nos hacemos la ilusión de gozar con nuestro triunfo. Somos los que siembran y otros son los que cosechan. Y en eso está nuestro mérito. Damos la luz, pero no la cobramos a nadie.
Si mañana o pasado nuestra propagando consigue abrir al comercio, a la agricultura, a las industrias y a una civilización de orden, de progreso, de justicia y de igualdad la muralla china que encierra a esas cinco mil y pico de leguas entregadas a la sonriente desolación del sol que se cierne sobre la soledad de los latifundios, no somos nosotros, no son esas mujeres y esos obreros de Buenos Aires los que van a aprovechar los maravillosos resultados de nuestra noble campaña.
Todos esos hombres que allá en Buenos Aires han dejado oír sus voces de protesta contra las infamias que se cometen en el Alto Paraná; todos esos obreros, esas mujeres que han sabido conocer en mis publicaciones el acento de la verdad, y han compadecido a unos infelices parias que no conocen ni conocerán nunca; todas esas personas, sin excepción alguna, han de haber obedecido al mismo sentimiento altruista que ha llenado mi corazón de dolor sin mezclar en él un solo átomo de odio para nadie.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
He llegado al término de mis denuncias sin haber recibido un solo desmentido acompañado de pruebas. Ni un solo diario de Posadas ha levantado los siguientes cargos:
1—existen cinco mil y pico de leguas cerradas a la civilización.
2—En esas cinco mil leguas no hay más que un solo agricultor libre e independiente: el doctor Bertoni en costa paraguaya.
3—El Alto Paraná es un feudo donde no hay garantías.
4—En todas las Misiones arriba de [no se entiende] no hay un solo camino público ni un solo puerto público tampoco.
5—Los yerbales de Misiones han sido saqueados. La refutación Molina pierde todo carácter de seriedad porque ese señor cita a varias empresas que trabajan en territorio brasilero.
6—Existe la trata de blancos.
7—Muchos peones fueron asesinados en el Alto Paraná, y jamás se responsabilizó a nadie por esos crímenes.
8—Existe el “surmenage” y la explotación de menores en el Alto Paraná.
9—Los trabajadores que van allí no tienen más porvenir que la degeneración prematura o la muerte.
10—Las criaturas que se enferman en el Alto Paraná mueren de inanición o de agotamiento físico.
11—El sistema de relaciones entre patrones y peones ha fomentado la corrupción, el alcoholismo, las enfermedades secretas, el raquitismo y la decrepitud.
12—Más de la mitad del Territorio de Misiones pertenece a siete u ocho latifundistas.
13—Generaciones enteras han desaparecido sin dejar rastros de utilidad pública.
14—En todo el Alto Paraná no hay una sola piedra levantada a favor de la civilización.
15—Posadas aplastada por los latifundios, está condenada a girar en el mismo círculo de actividad comercial: yerba y madera.
16—Hay todavía peones secuestrados por deudas en el Alto Paraná.
Muchos más cargos no fueron levantados, ni lo serán nunca, es claro. Los omitiré por no ser extenso.
Como se ve, no es tan solamente el socialismo el que se encuentra afectado por tan monstruoso estado de cosas, es la civilización entera, es la prosperidad nacional, es el gobierno, es la industria y el comercio, es la viabilidad, en fin, bien pocas son las instituciones políticas sociales o doctrinarias que no son perjudicadas en la existencia de ese feudo de cinco mil leguas donde la voluntad, el capricho o la ignorancia de ocho o diez es la única soberanía que se conoce.
Ese predominio absoluto de unos cuantos sobre una región tan rica como inmensa es lo que duele al socialismo que extiende, a costa de cualquier sacrificio, su acción benéfica en todas partes donde reina insultante y soberbia la expresión capitalista.
Pretende “El Eco de Misiones” que el fracaso del socialismo es un hecho. Pero, pedazo de angelito, si los socialistas son unos “blackboulés”, ¿por qué entonces los gobiernos despliegan tantos aparatos militares cuando se trata de proteger a la burguesía? ¿Por qué no llama “fracasado” al cristianismo que tuvo que esconderse en las catacumbas de Roma para constituir una agrupación definitiva? ¿Por qué nadie llamó “fracasada” a la gran Revolución francesa suplantada después varias veces por la monarquía? ¿Por qué ustedes mismos en Posadas han hecho la guerra sorda o abiertamente a los socialistas? Si somo fracasados, ni nuestra sombra debería inquietar a nadie, y, sin embargo, los patrones han puesto en juego mil recursos para combatir o inutilizar la propaganda del compañero Pinto. Si no hubiera gato encerrado en el Alto Paraná, ¿qué les importaría a los patrones que unos “fracasados” como nosotros crucen por en medio de sus propiedades y de sus peones?
Pero dejemos esas cuestiones de detalle y vayamos adelante.
Juntando todas las publicaciones aparecidas en los periódicos de Posadas, se desprende de ellas un hecho innegable; existe un abismo entre trabajadores y explotadores, y llenarlo es imposible.
Pretenden perpetuar la esclavitud, la prostitución y la degeneración porque los intereses de ambas partes son irreconciliables, es un absurdo y es al mismo tiempo una burla a esa civilización de que tanto se aprovechan esos señores, en sus casas bien lujosas, en sus vapores y en todas las ramificaciones directamente afectadas a sus destinos comerciales o particulares.
Ellos quieren la civilización para sí, pero no para otros. Y esto es injusto.
La civilización no es patrimonio absoluto de unos cuantos, es el patrimonio de todos, porque es el resultado de los esfuerzos de una humanidad que se mueve, que lucha y que progresa. Negar los bienes de la civilización a los que la crean con su trabajo es absurdo, monstruoso.
Y es casualmente lo que se hace en el Alto Paraná.
Y por eso he dicho en mis primeras correspondencias que el Alto Paraná era un bochorno para la civilización y una vergüenza para la República Argentina.
En el sainete de la devolución de trofeos al Paraguay, el doctor Carlés describió a grandes rasgos el rol de la República Argentina en Sud América y en el mundo. Soy el primer admirador de la República Argentina, donde he vivido catorce años, y le tributaré siempre mi homenaje de admiración cuando y en lo que lo merece, pero aplaudirla como redentora de pueblos cuando en su propio territorio se practica la trata de blancos o en sus provincias arde la guerra civil fomentada por los malandrines de la política caudillesca, eso no lo haré.
La esclavitud tal cual se explota en el Alto Paraná es un peligro social y también bajo ese punto de vista tenemos el derecho de protestar.
Por dondequiera que se mira, ese sistema debe desaparecer porque es una afrenta a la dignidad humana.
Los empresarios del Alto Paraná mataron la agricultura en el Paraguay y en las Misiones; y sin embargo, la agricultura era la única base posible para la prosperidad permanente de sus negocios. Prefirieron enriquecerse de golpe, y para esto acabaron con unas cuantas generaciones, las mejores, porque aquellas eran sanas y robustas.
Si en cada uno de sus puertos obrajeros o yerbateros hubieran fundado planteles de agricultores, gran parte de esa inmensa región estaría poblada. La mortandad no habría causado tantos estragos entre los peones; estos, arraigados al suelo por la comunidad de intereses—su chacra para su familia y el yerbal o el obraje para ir a trabajar y ganar algo más—, no pensarían en bajar para farrear en Posadas o en Villa Encarnación. Habría una disminución enorme en la prostitución y en el analfabetismo. Los peones estarían mejor tratados y mejor alimentados. No tendrían motivo para fugar, ni razones para pedir anticipos. Tendrían su hogar propio, sus vacas lecheras, gallinas, cerdos y plantaciones. Esos centros hoy serían pequeñas aldeas con escuelas, casas de comercio, autoridades, diversiones honestas, en fin con todo lo relativo a los pueblos que recién se levantan.
En cambio de toda esta prosperidad que habría redundado en provecho de los mismos empresarios, solo encontraréis inmensos latifundios sin poblaciones, sin agricultura, sin nada que denote la presencia del hombre moderno, sino la presencia del vándalo que destruye por el prurito de destruir y no deja nada para los otros que vendrán después.
Quiere decirse entonces que mataron la agricultura en el Paraguay y en las Misiones, matando o acaparando los brazos con que contaba, y en recompensa cierran todavía cinco mil leguas más a las iniciativas particulares, agrícolas o industriales.
Si esto no es un crimen ¿cómo se llama entonces? Vamos al hecho brutal de la despoblación, porque otra cosa no hicieron los empresarios sino despoblar. ¿Qué exageraciones pueden hacerse en un cementerio al decir: “Pero aquí yo no veo más que sepulturas?”
Y no soy yo quien acuso al Alto Paraná de ser un cementerio: es el pasado, es el presente, y será el porvenir también. Allí no hay agricultura, no hay comercio, no hay industrias, no hay caminos, no hay escuelas, no hay educación, no hay civilización, no hay ilustración, no hay progreso; en fin, no hay nada que sea de nuestra época. Todo está peor todavía que en su estado primitivo: porque ahora tenemos los destrozos en los bosques.
Todos los diarios de Posadas que se han ocupado de las publicaciones de LA VANGUARDIA, han ensillado el mismo caballo de batalla: la irreconciliación de los intereses entre peones y patrones. Pero ¿quién cavó el abismo? ¿Es LA VANGUARDIA o es el sistema de monstruosa explotación realizada contra unos pobres hombres ignorantes y sin defensa moral contra la tentación de un anticipo que les da en una sola vez lo que no hubieran economizado en un año? Si yo tiro una bola de carne con estricnina a un perro, ¿quién tiene la culpa de la muerte de ese animal? ¿Es el perro o yo que tiré la bolita engañadora?
Y luego ¿quién dice que esos patrones se van a perjudicar? ¿Por qué no plantan yerbales artificiales a orillas del río, en lugar de ir a buscar yerba brasileña a cuarenta y pico de leguas en Campo Eré, como los hermanos Krieger y Pedro Labat o Leoncio Alves, o Barthe en la cabecera del río Andrada o del arroyo Tormenta?
Ellos han corrido detrás de la yerba mate en lugar de traer las plantaciones al lado del río, esa ruta que camina. Y así han hecho durante treinta años. Y así harán mientras puedan.
Nosotros no tenemos nada que ver con los intereses de patrones que han sabido enriquecerse, mas sí con el porvenir de peones que no saben defender sus derechos. Nosotros estamos con los débiles, y no con los fuertes; con los oprimidos, y no con los opresores.
Dicen también ciertos diarios posadeños que predicamos el odio. No hay tal. Lo que hay es que a los patrones les empieza a doler la propaganda de LA VANGUARDIA. Al principio creyeron que era un chubasco, y ahora están viendo que el asunto va tomando mal cariz; y en sus empobrecidas defensas dicen que predicamos odios, sin duda por hacernos pasar como agitadores y pedir contra nosotros rigurosas medidas de represión.
Nosotros no hemos predicado odios, ni los predicaremos. No es este el camino de las reivindicaciones justicieras. Pedimos simplemente la abolición de la esclavitud y la supresión de tratamientos indignos de nuestra civilización.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
En todos los yerbales brasileros de Manguerinha, Guarapuava, Larangeira y otros son brasileros o polacos agricultores los que forman la mayor parte del personal. Allí no se da anticipos, allí nadie fuga, allí no se maltrata a los peones, allí hay casas de comercio, agricultura, civilización, etc., y sin embargo se extraen centenares de miles de arrobas de yerba. Esta es una de las mejores pruebas de que la rutina y el egoísmo de los empresarios del Alto Paraná son los únicos causantes de tantas desgracias y de tan afrentosa esclavitud como allí impera. El yerbal artificial y la agricultura aliada a la civilización: he aquí el verdadero y único camino que puede conducir a la abolición de la esclavitud y triunfar de las aberraciones del pasado sin lesionar los interese de nadie.
Así lo han comprendido los señores Ayala y Vega, en el Paraguay, que tienen ya un extenso yerbal plantado cerca de la costa y han sido los primeros introductores del progreso razonado en los trabajos del Alto Paraná. Así lo ha comprendido el señor Federico Maynthzusen, que encabeza sus obrajes de madera con la colonización y ha formado el plantel de un pueblo con todas las ventajas que la civilización puede exigir al llegar a esos lugares: casas para escuela, correo, comisaría, inmigrantes, negocios, etc., campo de experimentos para cultivos, amén de plantaciones de cedros y árboles frutales.
¡Qué ejemplo para los otros que sólo destruyen y nada edifican!
Y esto se hace en el Paraguay, país que se considera “atrasado”, y no se hace en la República Argentina, país que tiene fama de progresista y tiene dinero de sobra para formar pueblos y más pueblos en Misiones?
El ejemplo que acaba de dar el señor Maynthzusen es un gran ejemplo para el señor Barthe, que tiene allí cerca una propiedad de ciento cincuenta leguas sin un solo agricultor y que antes bien persiguió, a fuerza de cobranzas cesáreas, a los pobladores de San Lorenzo.
Barthe podría presentar hoy allí tres aldeas, una en San Lorenzo, otra en San Rafael y otra en Itáipyté; yerbales artificiales, plantaciones de cedros, centros agrícolas, escuelas, y muchos otros accesorios de la civilización. Podría haber establecido, al lado de la catarata de Ñacunday, que está en su propiedad, varias industrias, y ver florecer la vida humana al amparo de trabajos retribuidos y de prosperidades recíprocas. Pero no hizo nada de eso. Ligado a la yerba y a la madera con una tenacidad digna de mejor causa, aborreció la tierra que le regalaba esos árboles productivos; y la tierra aborrecida por ser generosa, sólo recibió, en lugar de semillas, los golpes de la azada que la abrían para esconder en ella el rastro de un crimen, de un suicidio o del hombre que habían eliminado del seno de los vivos.
Posadas ha sido la única que escapó a los estragos de su sistema: antes al contrario, él ha impulsado su progreso y ha intentado varias veces hacer algo que perpetuara su nombre.
En Posadas, Barthe ha sido un elemento de civilización muy superior a los Núñez y Gibaja, que no supieron hacer nada de útil sino seguir imitando a Barthe con tal de hacerlo la competencia, y por efecto de las infaltables aberraciones humanas, Barthe es menos querido que sus adversarios comerciales, no obstante haber hecho mucho más bien que dichos señores.
Como en mis múltiples correspondencias yo no me he propuesto, como algunos quieren decir, el ataque contra Barthe, sino contra un sistema en el cual todos tienen la culpa, creo un deber mío levantar ese cargo. No me guía ningún motivo particular que justifique una propaganda en contra de Barthe, porque si así fuera, dejaría de ser imparcial, perdería mis pocos méritos como narrador, y habría entonces engañado al público afectando un puritanismo cuya falsedad pronto sería descubierta. Al contrario, si en alguna parte se podría perdonar los grandes males que Barthe ha causado a la humanidad, es en Posadas. Él, poco o nada tenía en la Argentina, cuando con capitales llevados del Paraguay levantó una de las primeras casas de altos que embellecen a la ciudad y otras buenas casas más. Si Posadas tiene teatro, a él se le debe. Él no levantó peringundines (bailantes), reñideros de gallos, ni focos de corrupción: levantó grandes edificios; talleres mecánicos donde se construyen embarcaciones de regular calato para el cabotaje. Muchas víctimas de los supuestos colonizadores durante la administración del gobernador Lanusse pudieron volver a Buenos Aires o Rosario mediante los pasajes gratis que les dio Barthe en sus vapores. Si lo hizo por política y con pocos gastos, no tengo nada que ver. Lo hizo, y se acabó. Si la gran empresa monopolizadora de Mihanovich rebajó sus descabelladas tarifas de fletes, a Barthe se le debe.
Yo ataco a Barthe por su obra de destrucción en otras partes del Alto Paraná (Paraguay y Brasil), pero reconozco que Posadas le debe mucho.
En cambio, sus contrincantes Núñez y Gibaja, con tener dos cuadras y media de terrenos municipales cerca de la gobernación, no edificaron nada que valga, y no desdeñan proteger el juego y los “comisarios pagadores”, vulgos conchabadores de esclavos.
Barthe es maldecido en el Paraguay y en el Brasil; pero la casa de Núñez y Gibaja es peor que la de Barthe.
En San Francisco, cabeza de un yerbal brasilero que pertenece a Núñez y Gibaja, recientemente murieron tres peones por falta de recursos y de asistencia médica. Otro fue a suplicar al mayordomo Jaime Pages para que le vendiera una gallina y se le contestó: “Las tengo para mí… Andá no más si no quieres que te dé gallinas con este machete”.
Hace poco, esa casa también echó a un peón porque había llevado una carta de otro peón secuestrado.
¿Hay hombres secuestrados todavía en el Alto Paraná?
Vaya si los hay!
Que los negreros acusen estas publicaciones y verán si hay peones secuestrados o no en los obrajes y yerbales.
Por decenas, por cientos los hay todavía, y si el gobierno argentino se combina con los gobiernos paraguayo y brasilero respectivamente, vamos a descubrir cosas lindas que taparán la boca a todos los abogados de los negreros.
He aquí, sin embargo, una pequeña estadística de las lindezas del Alto Paraná, y tan nueva que no tiene ni cuatro meses.
Los tres casos recientes citados por LA VANGUARDIA del 17 del mes pasado: el niño de doce años que murió a bordo del vapor España y fue enterrado en San Lorenzo; dos mujeres fallecidas en Puerto Artaza por falta de asistencia médica; dos peones fallecidos hace poco al llegar a Villa Encarnación, procediendo del Alto Paraná; un menor desparecido; un ahogado; dos heridos recogidos y curados por el comandante Francisco Olivera porque los patrones los abandonaron; dos enfermos abandonados también y recogidos por don Antonio Zayas; Justo Rivarola, secuestrado en Puerto Todo, y tantos otros cuya desgraciada suerte no habrá llegado a mi conocimiento, porque los tendrán secuestrados sin dejarlos venir a los puertos, y que, además se escaparán de mis pobres medios informativos.
Ante tales monstruosidades cometidas a la sombra de un sistema que sólo aprovecha a un pequeño núcleo de individuos, cabe preguntar: ¿Hasta dónde llegará el cinismo de su defensor?
En una población de diez mil habitantes (según quieren hacer figurar la de Posadas), sólo una voz, una sola, ha defendido a los negreros y se ha puesto en contra de los esclavos, tratando a éstos de ladrones, estafadores, bandidos, patibularios, etc.
Ténganlo en cuenta los peones del Alto Paraná.
Se ha dicho que por culpa vuestra se os asesina; que no queréis compraros una camisa; que no queréis sentaros en una mesa, ni comer fideos y arroz; que sois unos tramposos, estafadores, etc.
Ni “El Eco de Misiones”, ni “El Pueblo”, ni “El Noticiero” se atrevieron a reconoceros como dignos de la muerte y de la cárcel. Octaviano Molina ha ido más lejos que todos… más lejos que los negreros todavía en el camino del cinismo.
Subsiste un hecho innegable: la prensa posadeña, aunque me da de palos de cuando en cuando, reconoce la verdad de mis denuncias.
Sin embargo, yo no lo he dicho todo, porque muchas cosas habrán pasado sin que de ellas haya tenido ni siquiera conocimiento. Los cargos son tantos y tan graves, que un solo hombre no puede abarcarlos todos.
La verdad se hará camino y triunfará. Ya no estoy solo, como cuando empecé la lucha. Somos muchos, somos miles los que ahora dejaremos oír nuestras voces de protesta y que seguiremos con la fe en el triunfo, y con la conciencia de hacer una obra de humanidad a favor de miles de semejantes nuestros.
Antes de terminar, voy a levantar en pocas palabras todos los cargos que se me quiso hacer: de que yo atacaba a éste o al otro por pasión o por despecho.
En los últimos días del año pasado llegaba yo a Curityba, bonita ciudad brasilera, capital de un Estado cuya superficie es igual a la del Paraguay. Recibido por el presidente del Estado, como también en todas las redacciones de los diarios, conté a todos más o menos lo mismo que denuncié en LA VANGUARDIA y con el título “De Asunción a Río Janeiro”, empecé a publicar algo sobre el particular. Después pasé a Río de Janeiro, de donde volví por tierra hasta San Pablo, y allí, al seguir viaje para venir a Itapetininga e Itararé, me encontré con que también existía una esclavitud de los blancos, cuyas principales víctimas eran los italianos. Bajo toda la grandeza de la aparente prosperidad de aquella región del café, hervía, asquerosa y terrible, la explotación a los desheredados. Los grandes capitalistas aprensaban la máquina humana con una crueldad que daba pena. No se respetaba ni domingos, ni lluvias, ni fiestas, ni horario. Mujeres europeas andaban descalzas por los caminos. Los “fazenderos” trampeaban a los incautos y no había apelación posible. El cónsul italiano, un conde, estúpido y necio, andaba como carne y uñas con el famoso Jorge Tibiricá, aquel del convenio de Taubaté. En fin, doquier se volvía la vista aparecían los bosques talados y la criatura humana arrastrándose para alcanzar un miserable salario que no le alcanzaba ni para comer.
Compadecido al ver tanto infortunio, cuando llegué a Curityba denuncié en varios artículos que publicó el “Diario da Tarde” esa tan infame esclavitud.
¿Qué pasión, qué despecho me impulsaban entonces?
Lo mismo que ahora: el amor a mi prójimo y el deseo de rehabilitar a la dignidad humana envilecida por el capital, que va a parar a malas manos casi siempre.
Pero hay más todavía.
El gobierno del Estado debía correr con los gastos de la impresión de mi libro, y ya había yo entregado algunas cuartillas a la casa editora de Aníbal Rocha y Cía., cuando vino contraorden y el libro no se publicó.
Así, por haberme compadecido de unos centenares de familias italianas esclavizadas, perdía yo todas mis esperanzas de denunciar la trata de los blancos que se hace en el Alto Paraná, y probablemente, si no fuera por LA VANGUARDIA, jamás se habría sabido nada.
¿Para qué entonces gastar más tiempo ni palabras inútiles para probar que sólo me guía y me guiará siempre mi amor a la verdad y mi sed de justicia a favor de mis semejantes más desheredados?
En ese sentido mi vida es un espejo, y no temo a las contradicciones.
Pueden formar alrededor de mi nombre la peor atmósfera para desprestigiar mi propaganda; la esclavitud en el Alto Paraná ha sido herida a muerte por la propaganda de LA VANGUARDIA.
Jamás “La Prensa” ni “La Nación” podrán decir otro tanto.
Empresas mercantiles, fluctúan como el capital, siguen el derrotero del capital, abordan donde aborda el capital. De esa línea de conducta no salen ni podrán salir nunca.
Son los latifundistas del periodismo. Tienen grandes páginas, grandes edificios, grandes hombres; y, sin embargo de todo eso, no sale en ellos nada a favor del pueblo, nada a favor de la civilización, nada a favor de la humanidad.
Al despedirme momentáneamente de LA VANGUARDIA, lo hago, agradecido por la sincera hospitalidad que me dio, por la confianza que tuvo en mis palabras; por su fe, por su incansable constancia y por la gran elevación de todas sus nobles propagandas.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
He visto con suma tristeza que los hombres encumbrados en el poder en la República Argentina han quedado impasibles ante las revelaciones que hice el año pasado en LA VANGUARDIA, y que la suerte de los esclavos del Alto Paraná sigue siendo la misma, o peor tal vez.
El cinismo de la prensa de los negreros es algo que nos deja estupefactos.
Su mejor representante es “Sarmiento”, mezcla de desequilibrio mental de chauvinismo y de impostura.
Se concibe que “Sarmiento”, cuando Zeballos le hinca las espuelas, se desgañite gritando que los brasileños tienen caminos como mesas de billar para alcanzar desde sus cuarteles hasta la frontera argentina, porque esas noticias alarmantes aumentan el tiraje y la subvención; pero que unos periodistas de Posadas pretendan desmentir la existencia de la esclavitud, cuando no pasa día sin que tropiecen con esas almas muertas para la civilización que se ha dado en llamar peones del Alto Paraná, es lo que indigna y subleva a más no poder.
Luego, todos ellos habían reconocido como ciertas en el fondo las denuncias que yo hacía; pero su intimidad con las casas comerciales de los negreros no les permitía meterse muy en lo hondo; y su propaganda se limitaba a decir “que todo eso ya lo habían publicado”.
Pero pasemos por alto esas mentiras convencionales, y que sean las palabras del actual gobernador de Misiones, doctor Justino I. Solari, las que confirmen la existencia de la esclavitud, pues como no hay domador que no caiga, ni enlazador que no yerre, el señor Solari ha dado una penosa caída en el terreno de la inconsecuencia, y se encarga de reconocer la existencia de negreros y esclavos.
En un informe elevado al ministro del interior, interesante fósil que ha dejado impune los crímenes cometidos en Monteagudo, en Pareja y otros lugares, dice el gobernador refiriéndose a los peones del Alto Paraná.
“Una vez fuera de esta capital y entregados a las faenas de los bosques, quedan bajo el exclusivo régimen implantado por los dueños de los obrajes, porque éstos están establecidos fuera de la acción de las autoridades del territorio.”
¿Qué les parece?
Esos obrajes estarán establecidos en Marruecos o en la Luna, porque, según dice el doctor Solari, “están fuera de la acción de las autoridades del territorio”. Allí, entonces, se puede asesinar a los peones, fusilarlos, o colgarlos, o enceparlos, o azotarlos; y claro es que bien lo saben los patrones, y que no se hacen de rogar para poner en vereda a los rezongones, o para secuestrar a los que deben y no pueden pagar.
Y ¿qué clase de autoridades son esas, que tienen acción sobre determinados puntos del territorio y no la tienen sobre determinados otros?
Entonces el mismo gobernador es un gobernador a medias, o al tercio, que parte las tareas del oficio con los obrajeros y yerbateros, y cobra solito el sueldo.
Y ¡qué gracioso eso de “régimen implantado por los obrajeros”!
Uno o varios Estados dentro de otro Estado.
La inviolabilidad de los feudos de los negreros.
El derecho a matar, a castigar y a robar al prójimo, concedido por la misma gobernación, que se reconoce impotente para reprimir, o desautorizada para intervenir.
Y vean lo que son las cosas. Cuando el año pasado dije yo que el régimen implantado por los obrajeros y yerbateros de Misiones era vergüenza nacional, los periodistas posadeños me armaron una vocinglería infernal, rematando su gritería diciendo que mi propaganda era “una oleada que semejó a un maremoto”. Pero ahora lo dice el gobernador con más sobriedad de palabras, y todos le aplauden.
Siguiendo con lo que interesa al Partido Socialista, transcribo otros párrafos del informe pro-negreros elevado por el gobernador Solari.
Habla el bendito y compasivo señor:
“La especulación comercial llega a tal punto, que una camisa de trabajo que cuesta un peso nacional se vende al peón a cuatro o cinco pesos en el puerto “Buena Esperanza”, próximo al Iguazú.
“De esta manera consiguen los patrones ganancias exageradas en sus negocios, y obligan al peón a permanecer mayor tiempo (!) con deudas a pagar en la libreta de conchabo.”
Y estos párrafos se los tragó el ministro del interior con la mayor frescura, desconociendo hasta el valor de las palabras.
Solari llama “especulación comercial” a un robo descarado hecho a unos infelices indefensos por una casa comercial rica de millones, la de Núñez y Gibaja, que no tiene necesidad de envilecerse en esos negocios sucios.
A la esclavitud, al secuestro de las víctimas, Solari los llama: “permanecer más tiempo”.
Con ese sofisma se puede tener diez o veinte años preso en las selvas al peón que debe a un negrero que está fuera de la acción de las autoridades del territorio, porque fuera de la acción de las dichosas autoridades están todos los obrajeros y embarcaderos de yerbas que abarcan los 370 kilómetros comprendidos entre Corpus y R. Iguazú.
Ahora bien. ¿Qué dije yo el año pasado?
Yo dije: “Arriba de Corpus, a 13 leguas de Posadas, empieza la esclavitud y el cementerio de la civilización”.
El gobernador Solari condena todos mis dichos, con la diferencia de que él no llama las cosas por su verdadero nombre.
Cuestión de perspectiva.
Si Justino I. Solari, en lugar de ser gobernador de Misiones, fuese un triste peón del Alto Paraná, otro gallo cantaría; pero la suerte lo favoreció dando otro rumbo a su vida, y no cree, o aparenta no creer, que el territorio cuyos destinos le están encomendados es una vergüenza para la República Argentina.
JULIÁN S. BOUVIER
El trabajo en el Alto Paraná
Someto hoy a la apreciación del Partido Socialista el proyecto de un Reglamento de trabajo, que pertenece íntegro al incansable compañero Jacinto Coza, de Posadas.
A mi parecer, ese reglamento, si es que se cumple, es el único modo de cortar de raíz la esclavitud, pues su base principal es la supresión del anticipo, origen de tantos males; supresión que, sea dicho de paso, transformaría la faz económica de Misiones, porque permitiría a muchos hombres activos y emprendedores dedicarse a varias industrias con pequeños capitales.
He aquí el proyecto de nuestro amigo:
Formulario para la reglamentación del trabajo en el Alto Paraná
1º Abolición de toda oficina de trabajo a cargo de los patrones, y creación de una del Estado, o las que sean necesarias, con la dotación del personal respectivo, suficientemente remunerado para evitar que sus miembros reciban dinero u otras clases de dádivas, ya sea de parte de los patrones, ya de la de los peones, y sujetándoles a penas severas en el caso de que lo aceptasen.
2º Dichas oficinas llevarán una estadística del movimiento de conchabo durante el mes, debiendo pasar nota de esa estadística al Departamento de Trabajo, nota que será publicada en boletín mensual por dicho Departamento.
3º Ante dicha oficina y con su intervención se celebrarán los contratos entre peones y patrones, en las que se especificará claramente la clase de trabajo que efectuará el peón, siendo que bajo ningún pretexto su duración podrá exceder más de seis meses; y será obligación patronal avisar a la bajada del peón, presentándolo a la Oficina, y siendo responsable el patrón si no lo presenta.
4º Conchabado un peón, su pasaje de ida y vuelta será por cuenta del patrón una vez terminada la temporada del convenio, como también antes si el peón se enfermase, debiendo hacerlo venir en el primer vapor que baje, y no pudiendo cobrarle nada por la comida durante los días de enfermedad que permaneciere en el obraje o yerbal; de no cumplir con este requisito, será responsable directo de lo que por ley se fijase, además de la indemnización correspondiente.
5º Todo patrón o encargado de trabajos en el Alto Paraná estará obligado a tener ropas, calzado, comestibles y medios cuantos necesarios para los peones, sin poder cobrar por ellos sino su costo. En cuanto a los medicamentos, los proporcionará gratis, y antes de llevarlos al obraje o al yerbal deberán ser revisados por el médico de la gobernación, y cuando sea posible indicar las dosis en que deben ser suministrados. Conocida la enfermedad como grave o durando ella más de una semana sin alivio, quedan los patrones obligados al cumplimiento del artículo 4º.
6º Antes de ser embarcado el peón, tendrá que ser revisado por el médico de la gobernación, y si padeciese de ciertas enfermedades contagiosas o estuviese enfermo, no podrá ser embarcado hasta su completa curación.
Tampoco podrán ser conchabados como peones en el Alto Paraná los menores de catorce años.
Los requisitos de embarque quedan bajo la vigilancia del sub-prefecto marítimo.
Los que violen o intenten violar lo dispuesto en este artículo sufrirán las penas a que se hayan hecho acreedores, y se dictarán al respecto; y las del Reglamento de trabajo de la mujer y del niño.
7º Cuando haya sido conchabado un grupo de peones, podrán elegir de su seno un encargado de vigilar todo cuanto con sus intereses se relaciona. Por su intermedio se entenderán con el patrón o patrones o encargados en los trabajos, para que éstos cumplan con lo convenido.
Será de cuenta del gobierno el pasaje y viático para que ese representante pueda presentarse en queja ante un jurado, compuesto de patrones y obreros, siendo éstos en mayoría, y un presidente nombrado por el gobierno.
Las penas en que incurran al respecto, serán aplicados por ese tribunal.
8º A ningún peón se le podrá anticipar más de un mes de sueldo, si es mensualero; y si es labrador de madera o tarifero, una cantidad equivalente a lo que pueda ganar en una quincena el primero y en un mes el segundo.
Los patrones abonarán en dinero al contado cada quince días, estando obligados a cancelarles las cuentas a todos ellos en el primer trimestre.
9º Si los peones lo pidiesen, el patrón estará obligado a entregarle a la familia la parte de jornal que convengan, se entienda que en dinero efectivo.
El patrón podrá reservar una parte para que el peón no se encuentre nunca deudor, pero un caso que llegase a serlo, no podrá detenerlo un día más en el trabajo, no siendo los determinados en el contrato, al traspasar la deuda a otro patrón si el peón se hubiese conchabado con este último.
10º Será obligación del patrón o encargado darle sana y abundante comida, y darle alojamiento higiénico, no pudiendo obligarle a trabajar si falta la primera, o si el segundo no reúne las condiciones de salubridad e higiene necesarios.
Tampoco podrán ser llevados a otros puertos extraños del establecimiento sin el consentimiento del peón, siendo de cuenta del patrón del viaje de ida y vuelta.
11º En el caso que el patrón traspasase sus trabajos a otra persona, no podrá obligar a la peonada a que siga trabajando con el nuevo patrón, como no podrá ser traspasado como deudor de cuenta, sin ser conchabado en la oficina que para eso establecerá el gobierno, entendiéndose que el traspaso por causa de cuenta es nulo, y que únicamente tendrá validez un nuevo conchabo en la oficina, en que la deuda queda cancelada con el patrón cedente, y se admita como adelanto por el nuevo dentro de lo establecido en los artículos anteriores.
12º Tanto durante el viaje de ida como en el de vuelta los peones recibirán un salario que no podrá ser inferior a un peso moneda nacional. El viaje será por cuenta del patrón. El sueldo durante el viaje será abonado al peón, y no podrá ser inferior a un peso moneda argentina de curso legal aunque el viaje sea para el Brasil o el Paraguay.
En el caso que el peón vaya para esos puntos, se dará intervención en el contrato de conchabo a las autoridades del país a que se le conduce, por medio de sus respectivos cónsules en la República.
El patrón que burle este requisito abonará una multa no menor de mil pesos por cada peón y por la primera vez y diez veces más en caso de reincidencia, e inhabilitación para tener peones o hacerlos conchabar por otros; además de las penas corporales que la ley estableciera en el caso de segunda reincidencia, considerándose entonces al supuesto patrón como traficante de esclavos.
13º Ningún buque podrá conducir más número de pasajeros que los que le permita la ley, debiendo darles comida sana y abundante, siendo responsables de las faltas en el cumplimiento de esas obligaciones el capitán o el armador del buque.
Hasta aquí el proyecto.
Su lectura podrá no convencernos de la eficacia de los resultados a conseguir, pero su redacción denota mucha buena voluntad de parte de su autor.
Descartando el fondo utopista de ese reglamento de trabajo, sus deficiencias son cuestión de detalles que en el terreno de la práctica se irían reformando continuamente.
Sin embargo, dificulto que tal proyecto sea presentado a las cámaras para su aprobación, pero aunque lo fuera y pasara viento en popa, los negreros se darían maña para eludirlo.
Coza debe saber más que yo que los gobernadores no pueden con los negreros. El mismo ministro del interior y su secretario, el doctor Alácer, tuvieron que arriar pabellón y tocar retirada ante las influencias alcortistas puestas en movimiento por los Deagustini, Núñez, Barthe y otros.
Siendo así, sólo nos queda intentar lo imposible, y echarnos como galgos tras de los negreros.
JULIÁN S. BOUVIER
Los misterios del Alto Paraná
Y LA ACCIÓN SOCIALISTA
Atravesamos un período crítico sin precedente en la historia universal. Más que de transición es un período de efervescencia. Fiebre y nervios: he aquí lo que caracteriza nuestra época.
Consuela ver en medio del derrumbe general la serenidad del socialismo que lucha incesantemente para redimir al proletariado del yugo capitalista y derribar al mismo tiempo un monstruoso sistema de explotación que tiene sus ramificaciones en todo el orbe, legaliza el robo del producto del trabajo ajeno, y niega a las tres cuartas partes de la humanidad el derecho a la propiedad del fruto de sus afanes.
Francamente hablando, si el socialismo no existiese, habría que inventarlo. ¿Qué sería de la humanidad sin esa aspiración a un porvenir mejor?
¿Qué importa si hasta hoy los resultados no han correspondido a los esfuerzos? Lo esencial está en que la ola avanza y que ninguna de las instituciones humanas puede detenerla en su carrera.
Luego, hay que tener en cuenta que el socialismo no solamente tiene que luchar contra la prepotencia entronizada en el mundo entero, sino que se ve obligado a gastar la mayor parte de sus fuerzas en educar las masas populares.
Constatemos que el proletariado que no tiene el valor moral y la educación cívica necesaria para defender sus derechos, es el mayor obstáculo al progreso del socialismo, pero constatemos también que nadie se engaña respecto de quién será el triunfo…
Estas y otras idénticas reflexiones me fueron sugeridas por la lectura de un diario de Posadas, en una parte donde dice para adular a los negreros, que nuestra propaganda a favor de los peones del Alto Paraná cayó en el vacío.
Cayó en el vacío. Está bien; pero, y es ¿qué prueba? Prueba que ese vacío es un medio ambiente corrompido, porque LA VANGUARDIA, al denunciar con cargos irrefutables que en el Alto Paraná y en Posadas se hacía la trata de los blancos, ha denunciado una vergüenza nacional, y si a esa vergüenza nacional se la ampara o se tolera, ¿quiénes son los que deben ruborizarse de esa llaga asquerosa y repugnante? ¿Los socialistas que han querido aliviar la suerte de unos infelices a quienes no conocen ni conocerán jamás, o los que pretenden todavía ocultar ese bochornoso tráfico de carne humana?
Cayó en el vacío. Sea. Pero eso solo prueba que el ministro del interior es cómplice tácito (y muy alegre todavía) de los asesinatos en Monteagudo y Pareja, y de todas las infamias cometidas por los negreros y sus compinches.
JULIÁN S. BOUVIER
Los peones del Alto Paraná
La caza al hombre
Otra hazaña de los negreros
Si hay en la República Argentina una región desgraciada, es indudablemente el territorio de Misiones, comprendido entre Corpus y el Salto del Iguazú.
Allí no llegan las miradas del gobierno ni los ecos del mundo, ni se conocen diversiones placenteras, ni palpita la vida social, ni hay hombres libres; todos llevan consigo el sello de la roña capitalista; todos se mueven en el mismo sentido retrogrado, y sucumben, carcomidos por el cansancio físico, sin dejar rastro de su paso en la humana existencia.
Entregada por las coimas de la política criolla a siete u ocho especuladores de baja estofa, esa región está dividida en otros tantos latifundios que la maldad de los hombres ha convertido en presidios.
Allí no imperan las leyes, ni la justicia, allí el derecho no vale nada: lo que vale es la bala del negrero o de sus esbirros: en el obraje y en el yerbal se está tan lejos de la civilización como lo está nuestro globo del planeta Marte.
Los que trabajan allí son sentenciados a una muerte prematura desde el instante en que aceptaron el primer anticipo.
Sin cariño y sin hogar, embrutecidos por el medio ambiente, sin luz en el cerebro y sin amor en el corazón, esos hombres son los más infelices parias que el orbe terrestre arrastra consigo.
De cuando en cuando llega a las playas posadeñas o a las paraguayas, la noticia de que uno, dos o más entre esos parias ha intentado fugarse para escapar a esa implacable esclavitud y que tal o cual mayordomo o patrón había salido en su persecución, que los habían alcanzado y muerto a balazos como se mata a una fiera peligrosa.
Algunos, entre nosotros, se indignan y protestan en público, pero la cosa no va más allá y los malhechores gloriosos y soberbios se pasean por las calles de Posadas o de Villa Encarnación, sin que nadie, absolutamente nadie les diga la menor cosa. ¡Cuántos peones obrajeros y yerbateros han caído así, bárbaramente asesinados en las selvas!
Imposible es determinar una cantidad numérica que se aproxime a la realidad. Muchos de esos crímenes permanecen ignorados para siempre. La selva no habla, no denuncia, no devuelve a sus víctimas. La selva sepulta y nada más.
Generalmente el drama sucede del modo siguiente: Dos o más peones secuestrados en el bosque determinan escapar juntos de ese presidio interminable. La alimentación es defectuosa e insoportable; la deuda se prolonga indefinidamente: se acaba con las últimas esperanzas o por mejor decir, las moribundas esperanzas que alimentaban esos pobres desheredados, y, con nueve probabilidades en contra suya y una sola en favor, se internan en el bosque o se lanzan en las picadas.
Desaparecidos esos peones, el encargado o habilitado, o en su defecto, el capataz, arman exprofeso a los más empedernidos esclavos y se lanzan en persecución de los fugados, acompañados con su comisión (!) ni más ni menos que cualquier autoridad política de campaña.
Si no dan con los escapados, menos mal para éstos, pero si dan can ellos los ultiman con una descarga cerrada, y en la mayor parte de los casos ¡ni siquiera sepultan los cadáveres de sus víctimas! ¿Para qué? Si para eso están las fieras y los gusanos.
Un caso reciente ha venido a probar que no hay nada exagerado en ese cuadro sombrío.
Y sea dicho de paso, no son esos casos aislados.
El año antepasado fusilaron a siete peones en Monteagudo: el año pasado dos más en Parejá, y ahora es un peón que desaparece misteriosamente y unos cuantos secuestrados que salen a luz y son salvados por el Inspector de policía Solari.
Se trata, pues, de hechos positivos que corroboran todo lo dicho por mí el año pasado en LA VANGUARDIA.
Ahora bien, voy a copiar íntegra la denuncia que me fue hecha por una persona de Posadas y que fue comunicada telegráficamente a LA VANGUARDIA, a "La Prensa" y a "La Nación" por sus respectivos corresponsales.
"Se tiene conocimiento, dice el denunciante, que en los obrajes de Puerto Delicia (ha de ser Puerto Parejá) fue estaqueado un peón por haber fugado de los trabajos en el interior, habiendo ido a salir en Puerto Esperanza; allí embarcaron al fugitivo a bordo de un vapor, desembarcándolo en Puerto Delicia, de donde se había fugado a causa de los malos tratos.
Una vez desembarcado fue estirado en custro estacas, donde gritaba como un marrano (!), según la propia expresión de sus compañeros de infortunio.
Conocedor de ese acto de barbarie, acudió un capataz jangadero llamado Jorge Vargas, que se impuso a encargado Antonio Garriga y le hizo soltar a su víctima.
A ésta la internaron nuevamente en el centro del monte donde lo secuestraron hasta que, siempre de resultas de las mismas causas y efectos, volvió a fugar, cruzó los montes durante varios días, hasta que acosado por el hambre y el sufrimiento, sin fuerzas físicas ni morales para resistir más tiempo, se presentó en la ranchería de un contratista que inmediatamente dio aviso a la administración central.
Sin más trámite acuden el capataz Juan López, el primo del administrador, Pedro Serra, Antonio Garriga, y con otro peón más, y le dan una buena dosis de palos al fugitivo, para que se repusiera de los días que había pasado sin comer en las selvas, y después alzándolo en un carro, lo llevan en calidad de preso a la proveeduría del obraje.
En el camino el hombre vuelve en sí, y adivinando lo que le va a pasar, se tira del carro y se interna en el bosque, sufriendo tres disparos con arma de fuego que Ie hicieron López y Garriga, que ordenaron al peón que los acompañaba que se internase en el bosque, y, dondequiera encontrase al fugitivo, lo matase no más. El peón obedeció.
Desde aquel día el fugitivo no apareció más. El capataz Juan López pasó al Paraguay."
El peón que narró estos hechos a los demás compañeros en Puerto Delicia, murió allí a los pocos días. Se supone que por enfermedad (!!)… Un calmante. "Un bouillon d'onze heures", como dicen los franceses. Y sobre este crimen cobarde y salvaje no nos queda más que decir, sino esperar que el juez Tello sabrá dar satisfacción al pueblo Indignado.
Hasta aquí el hecho relatado como una crónica policial.
La muerte de un peón en tan trágicas circunstancias, es sin embargo, en el Alto Paraná, un hecho corriente, un accidente del trabajo, un suceso vulgar y común en toda la región. No es pues bajo ese punto de vista que lo considero. Voy más allá y me explico.
¿Qué les parece, lectores de LA VANGUARDIA, esa caza al hombre en pleno siglo XX, en un territorio argentino?
¿Qué dirán de la República Argentina cuando sepan en otros países que aquí un patrón, o un triste capataz, puede salir y cazar a balazos a un peón que fuga debiendo?
Sin embargo, nosotros los socialistas no podemos callar el hecho. Debemos divulgarlo para que en las alturas gubernativas la vergüenza humana prime a la vergüenza criolla, demasiado elástica de por sí. Es necesario imponerse de una vez y para siempre a todas las complacencias criminales. ¿Cómo festejar ese tan decantado centenario? ¿Cómo invitar a pueblos europeos y americanos, cuando en un territorio argentino se sale a cazar al hombre como quien sale a cazar un venado?
Ciertamente, los culpables están en poder de la justicia, pero eso no basta, ni hará resucitar al muerto. Es preciso un castigo ejemplar. Es obligatorio imponer una multa de cincuenta mil pesos argentinos al empresario en cuyos obrajes o yerbales se perpetran esos inmundos asesinatos.
Hay allí un sistema que aniquilar: la caza al fugado.
He aquí un hombre, un ser humano como nosotros, un paria si se quiere, pero ciudadano como Juan o Pedro, como Figueroa Alcorta o como Villanueva. Nunca tuvo escuela. Un día se encuentra con un conchabador. Este lo engatusa y lo arrastra a la casa del negrero donde le dan doscientos a trescientos pesos de anticipo.
Ese dinero no le dura ocho días. Así, conforme recibió el dinero, a causa de su propia ignorancia, lo tira en prostitutas y en alcohol. Llega el día de la partida y lo embarcan como a un animal. Arribó al puerto, lo desembarcan y ¡zás! lo meten al trabajo. La transición ha sido brusca y despierta en él sentimientos de rebeldía. Allá, con el tiempo, esa rebeldía germinará en forma de fuga o decaerá en embrutecimiento. Los primeros meses el peón se da cuenta que ha hecho mal en sacar ese anticipo que se esfumó entre sus manos en pocos días. Entonces trata de economizar para pagar la deuda al patrón; pero como economizar en el yerbal es morirse de hambre y andar desnudo, no tarda mucho tiempo en sacar fiado del depósito del negrero ropa, azúcar, galletas y sardinas, que le son vendidos al triple o cuádruple de su valor, y helo aquí encadenado a la deuda, la eterna deuda que cuatro o cinco capitalistas hacen pesar sobre varias generaciones.
Desde entonces empieza el secuestro disimulado por las supuestas necesidades del trabajo de la explotación de los bosques. A ese peón lo internan en el centro donde menos probabilidades tiene de poder escaparse y allí permanece años hasta que la muerte quebranta su cadena o hasta que apela a la fuga y se lanza entre las espesuras de las selvas en procura de su libertad.
¿Sabéis lo que es andar solo en las selvas? ¿Sabéis lo que es rayarse a sí mismo del número de los presidarios del Alto Paraná?
Os lo voy a decir descoloridamente porque no hay palabra humana capaz de alcanzar a la realidad.
Andar solo en las selvas, después de haber fugado de un yerbal o de un obraje, es convertirte en hombre primitivo.
Tenéis que procuraros vuestra alimentación entre los bosques que a veces ni siquiera tienen fruta para comer. Huis de un enemigo conocido: el encargado y sus esbirros que os meterán balas si os encuentran, pero tenéis que hacer frente al mismo tiempo a otros peligros: en la horqueta de un árbol o en el hueco de un tronco puede abrigarse un tigre, del cual difícilmente escaparéis, pues vuestra única arma es el machete. A vuestros pies puede deslizarse una víbora, y en las cercanías pueden existir otras fieras. Encontráis un arroyo crecido y hay que pasarlo de un modo o de otro, pues tenéis que fugar siempre en la misma dirección que, es el único modo de salir a algún otro presidio. Si no hacéis una legua por día, sois un hombre muerto. Y para abrirse camino entre el bosque una legua por día es preciso una constancia inquebrantable. Hay que trabajar de sol a sol con el machete, cortar lianas y tacuaras, improvisar pequeñas jangadillas para cruzar los ríos, y todo esto sin comer casi nada, racionando con parsimonia las pocas provisiones que habéis podido llevar en vuestras alforjas.
De noche, tenéis que imitar al tigre y dormir en la horqueta de un árbol.
Pero lo más terrible de todo es el silencio. A excepción de la algazara de los monos, del susurro de la brisa en las copas de los árboles mis altos, del chirrido del arrayán y de las palomas que se llaman en esas criptas del follaje, no oiréis mayores ruidos. La ausencia del timbre de la voz humana os inquieta desde los primeros días: por eso, raras veces el peón fuga solo, sino dos, tres, cuatro o más juntos.
SI os encontráis con una tribu de indios "bugres" o de "caynghuáes" menos mal, pues son más humanos que vuestros verdugos.
Mirad sino lo que le pasó al peón de Puerto Delicia. A su segunda fuga y después de haber andado durante varios días entre las selvas, pasando penurias sin nombre posible, llega al rancho de un civilizado (!) y éste en lugar de darle de comer lo entrega a sus verdugos que lo castigan a palos y se lo llevan en un carro ¿quién sabe con qué fin y a qué destino?
El indio, el supuesto salvaje, hubiera repartido con el fugado su mísero cocido de yerbas o su pedazo de venado o de yacaré; pero el cristiano (!) el tan ponderado cristiano civilizado (!!) da de comer garrotazos a un infeliz que se cae de inanición, y que solo merecía alimentos, ropa, lástima y compasión.
La comparación es poco honrosa para el civilizado, pero merece incluirse en algún discurso que se pronuncie en ocasión del centenario, para que se conozcan las garantías que amparan a los peones del Alto Paraná.
La conducta del inspector Solari, que es quien descubrió este nuevo crimen y otros actos de barbarie que citaré en otra correspondencia, merece el aplauso del Partido Socialista, y el de todos los hombres humanitarios que desean ver acabarse de una vez y para siempre esa tendencia al salvajismo que degrada moralmente ante el concepto universal al más hermoso y al más rico de los territorios argentinos.
La denuncia del señor Solari corrobora las mías, y las declaraciones de los doctores Peralta y Alcacer. Corrobora también la denuncia hecha en "El Noticiero" de Posadas sobre extradición convencional y apaleos de peones en el Alto Paraná.
Como ya lo he dicho y lo repito, no se trata de hechos aislados: se trata de un monstruoso sistema de explotación que prueba la incorregibilidad y la soberbia de los negreros, y que debe ser extirpado radicalmente y con medidas implacables, so pena de ver al mundo entero apuntar con el dedo a la República Argentina, y señalarla como el último rincón del globo donde se permite todavía la caza al blanco, así como antes en el Brasil se permitía la caza al negro.
JULIÁN S. BOUVIER
Los peones del Alto Paraná
Enfermos secuestrados
Más hazañas de los negreros
Allá por el Alto Paraná, en las inmediaciones del triángulo equilateral formado por los puertos Delicia, Parejá y Esperanza, los peones Romero, Gumercindo García, Antonio Cabrera Morel y cuatro infelices más gemían enfermos desde hace varios meses en el centro de la selva, sosteniendo, como por milagro, una vida que ni se iba ni los dejaba quietos.
Macilentos, terrosos, tembleques, sacudidos por los espasmos del chucho, comiendo el inmundo yopará que hasta los marranos repugnan mirar así pasaron muchos meses, obligados a trabajar como si estuvieran sanos, porque el administrador Pedro Serra, un monstruo de crueldad, había impartido órdenes para que al que no trabajase no se le diera de comer.
Figuraos la vida de esos infelices en el centro de las selvas, sin asistencia médica. sin recursos propios, sin remedios a su alcance, enfermos, sin fuerzas físicas, sin amparo judicial, sin nadie a quien quejarse, abismados ante Ia insensible majestad del bosque, frente a frente su miseria material, con árboles que no hablan y con troncos humanos que han perdido el sentimiento compasivo, y decidme si puede haber otro dolor comparable a esa existencia oscilante entre la vida y la muerte, moviendo enflaquecidos brazos que hacen girar el hierro del hacha durante todo el día.
Un día, el encargado del obraje, un tal Colmán, pretende acabar por medio de un nuevo suplicio con Gumercindo García que no puede levantarse y "perjudica al patrón" no obstante cobrársele cincuenta centavos diarios por una comida que no le dan, y se aproxima al rancho con la intención de quemarlo y obligar, por medio del humo primero y de las llamas después, a que el enfermo se levante. Afortunadamente estaba allí un ex alumno mío, Juan Gregorio Ferreyra, que se interpuso y así se salvó García de ser chamuscado.
Notad también una cosa: ese Pedro Serra, ese Juan López y ese Colmán son los mismos que "La Prensa" del 17 de Julio del año pasado acusó, aunque sin nombrarlos, del fusilamiento de dos peones en puerto Parejá. Son pues tigres cebados con carne humana. Sus hazañas no deben asombrarnos. Tal hicieron, tal hacen y tal harán. De Serra, de Colmán y de Garriga no me admiro, pero de Juan López, hoy refugiado en el Paraguay mientras sus cómplices están purgando sus crímenes en la cárcel de Posadas, me admiro porque lo creía más compasivo y no suponía que sus manos estuviesen manchadas con sangre humana.
¡Ah! es que el sistema que rige en ese maldito Alto Paraná es un sistema que mata la conciencia y el corazón de los que allí son arrastrados por el anticipo.
El mayordomo mata al que fuga porque así se lo ordena el patrón. El peón mata a su compañero porque así se lo ordena el mayordomo. Y en ese sistema de matanza consentida y legalizada, lo único que se puede extrañar es que, el muerto a su turno no mate a alguna víctima más chica, porque así se lo ordenó el peón que lo tiro.
Pero ni Morel, ni García, ni Cabrera, ni Romero, ni los otros cuatro alcanzaron a conocer las dulzuras (!) de las balas negreras. Una circunstancia imprevista los salvó.
Llegó a puerto Delicias el inspector de policía Solari, y los peones enfermos y secuestrados lo supieron. Entre ellos combinaron intentar la "arriesgada", como ellos dicen, y se largaron por la picada en procura del inspector.
Jamás pintor alguno en el mundo podría encontrar un tema más conmovedor para sus cuadros.
Venían los infelices arrastrándose, vacilando, jadeantes y temblorosos, tiritando en la sombra como las hojas caídas que el viento removía entre sus pies. Una fe intuitiva era lo único que los alimentaba y les daba fuerzas. La arriesgada era doble. Temían las balas del mayordomo y temían encontrar en el inspector Solari uno de esos tipos asquerosamente vendidos a los negreros como los ex comisarios que antaño azotaban a la población misionera.
Afortunadamente Solari era un hombre compasivo y noble: los hizo embarcar en el vapor Edelira y los trajo a Posadas, en uno de cuyos sanatorios son asistidos.
El inspector Solari no limitó a eso solo su acción humanitaria y moralizadora, pues junto con Ias victimas trajo a los verdugos Pedro Serra, Antonio Garriga y demás cómplices.
Ahora, la población posadeña, indignada por el descubrimiento oficial de tantas monstruosidades, pide moralmente al juez letrado que aplique todo el rigor de las leyes a los criminales y manifiesta su más sincera estimación al inspector Solari que ha sabido cumplir con su deber.
Con ese suceso también LA VANGUARDIA y yo hemos acreditado por medio de un tercero que ni nos conoce, y que sólo obró al impulso do su conciencia, que al atacar a los negreros no nos movía ni una pasión personal ni el deseo de ensanchar una propaganda necesaria, abultando hechos punibles por las leyes y anatematizados por la sociedad.
Hemos triunfado y basta.
Los negreros y su prensa mercenaria han de poner violín en bolsa por algún tiempo.
Casualmente, hace un año más o menos que "El Eco de Misiones" llamaba "exageraciones inútiles" a mis escritos.
Que vaya ahora al sanatorio donde se asisten los enfermos secuestrados! Que pida el certificado médico o que se nombre une comisión de médicos que informe sobre el estado en que se encuentran esos infelices.
Y cuando yo dije también que el Alto Paraná era una vergüenza nacional para la República Argentina, el mismo "Eco de Misiones" llamó "fracasados" a los socialistas.
"Fracasados"! ¡Cómo no!
En el asesinato de los siete peones en Monteagudo fracasamos porque el juez Ramírez era empleado de los Escalada, patrones también de los asesinos.
En el asesinato de dos peones en Parejá fracasamos porque el comisionado Zarza se entregó con alma y cuerpo a los matadores.
Pero ahora quien fracasó es "El Eco de Misiones" porque queda bien probado que el Alto Paraná es una vergüenza nacional donde se podía salir a cazar al hombre y secuestrar enfermos con la mayor Impunidad.
Y basta.
Hay que ser generosos en la victoria.
JULIÁN S. BOUVIER
Los asesinatos en el Alto Paraná
Suma y sigue
Ciudadano director de LA VANGUARDIA:
Las escenas criminales que con frecuencia se desarrollan en el Alto Paraná, prueban que los negreros no piensan ni en sueño suprimir la caza al hombre cuando ese hombre fuga debiéndoles unos pesos, deuda ficticia, pues el peón con dos meses de trabajo paga con demasía el anticipo recibido.
Lejos de decrecer, la suma de esos asesinatos cobardes y repugnantes aumenta cada día en una proporción asombrosa; y es el caso de preguntarse hasta cuándo durarán esos actos de canibalismo en una región que Saint Hilaire llamó el paraíso del mundo.
Ninguna civilización, en el sentido más lato o más estrecho de Ia palabra, puede admitir semejantes monstruosidades sin protestar, y la trata de los blancos con su cortejo de asesinatos, estaqueadas, maltratos, robos, etc., constituye una vergüenza nacional para tres naciones cruzadas por el Alto Paraná: la Argentina, el Brasil y el Paraguay.
Por mi parte, niego a la República Argentina el derecho de llamarse nación civilizada mientras sucedan en su propio territorio los asesinatos del Alto Paraná, los crímenes falconianos del 1º de Mayo, la esclavitud en el Chaco, y otras lindezas por el estilo que el gobierno puede remediar.
Y lo mismo niego al Brasil y al Paraguay, por idénticos motivos.
Y lo mismo niego a Bolivia en cuyos gomales suceden cosas peores que en el Alto Paraná.
Y no es poco decir!
Pero vamos al nuevo hecho sangriento.
Esta vez el teatro del drama negrero es el territorio brasileño. Son los patrones del puerto Britania (!). tres ingleses, los que lo ordenan, lo que corrobora lo dicho por mí el año pasado, esto es, que los extranjeros se mostraban más sanguinarios que los hijos del país, mostrando así el poco respeto que este y sus habitantes le merecen.
Cuatro son las víctimas: Ángel Benítez, Florencio Aquino y dos más cuyos nombres no he podido averiguar todavía.
Y… muertos los cuatro… Suma y sigue!
Sucede que el tal Ángel Benítez fugó con otros dos peones más del puerto Britania, dirigiéndose hacia el sur en busca de protección en la colonia brasileña Foz do Iguazú, situada a treinta leguas más o menos de distancia.
El motivo de la fuga es innecesario averiguarlo. Es el maltrato y la deuda que esclaviza y secuestra.
Nadie, sin gran necesidad, atropella treinta leguas de selvas vírgenes, pudiendo hacer el mismo camino por agua, en un vapor que recorre ese trayecto en siete u ocho horas; mientras que por tierra son por lo menos quince días de hambre, de penurias y de peligros.
Notada la fuga de Benítez y demás compañeros, despachan en persecución suya una comisión (!) con la orden de rigor en esos casos: "o traerlos vivos para después azotarlos, o matarlos como a fieras dañinas".
La comisión, es claro, la componen empleados, capataces y peones de confianza; y entre ellos va un tal Prieto o Florencio Aquino, que pagó caro su participación en el crimen.
Por el rio o por otro camino se adelanta la comisión a los fugitivos, y al llegar a un toldo de indios Kamés, que son indios mansos, ramificaciones de los Bugres, les dicen: "Ahora si vienen por acá unos tres hombres que pregunten por el pique (1) que va a Santa Elena, enséñenles aquel que va a la derecha. Lo demás corre por nuestra cuenta!!"
Notad de paso, lectores de LA VANGUARDIA, cuán salvaje es esa premeditación!
La famosa comisión fue pues y se puso en acecho.
Cuando los fugados llegaron al toldo kamé, los indios traicioneros, estúpidos y miedosos, les enseñaron el pique, del cual ninguno debía salir con vida.
Los fugitivos se internaron en el bosque, creyéndose salvos, vislumbrando el fin de sus sufrimientos, comunicándose seguramente su recíproca alegría de verse libre, cuando hete aquí que a pocos pasos de distancia una descarga cerrada los voltea a los tres en el suelo, uno muerto, el otro gravemente herido, y el otro tal vez menos, porque se arrastra bajo la humareda y se interna en les selvas.
El herido grave era Ángel Benítez. Así caído en el suelo, Florencio Aquino se abalanza sobre él para ultimarlo cuando Benítez, no obstante sus heridas, en un supremo esfuerzo se incorpora y arrancando su machete le da un golpe mortal tan certero que le parte la cabeza.
He aquí el drama en todos sus salvajes y lacónicos detalles.
Tres muertos y un herido que ganó la selva, que no apareció más, que no aparecerá jamás tampoco, porque o lo siguieron, o lo ultimaron, o lo dejaron y murió desangrándose, o de fiebre o de hambre.
Son pues cuatro víctimas más a cargar a cuenta de los negreros.
Caro, muy caro va costando el obraje Minotauro o el yerbal asesino, que para enriquecer vertiginosamente a ocho o diez personas de Posadas elimina anualmente a veinte o treinta obreros, a balazos, como quien caza a una fiera.
Y no se diga que habiendo sucedido el hecho en costa brasileña, nada tiene que ver la República Argentina en el asunto.
Judicialmente hablando es cierto; pero moralmente no lo es, porque todos los peones que trabajan en el Alto Paraná, sin excepción de uno solo, hoy en día, son conchabados en Posadas.
Las revoluciones que azotan al Paraguay y las alarmas que allí corren han volcado sobre Posadas y sus alrededores todos los hombres de armas llevar que habitaban el sud paraguayo. En Villa Encarnación, no obstante tener sucursales allí los negreros, hace tiempo que no se conchaba a nadie porque no hay a quien conchabar tampoco.
Por otro lado, los brasileños de Guarapuava no son tan necios para abandonar salarios de 3 a 4 pesos diarios, entre comodidades relativas y entre cierta civilización, para venir a vegetar o llorar miserias en las selvas, donde impera el garrote, el chucho y el winchester.
Posadas es pues el foco de infección responsable de todos los cobardes crímenes que se cometen en el Alto Paraná, porque Posadas es la cueva de los negreros.
Allí es donde el gobierno argentino—si es que tiene lástima de su propia reputación, ya que no la tiene para las víctimas—debe hacer sentir el peso de una acción enérgica e implacable.
El método es sencillo, y ya lo indiqué el año pasado. Díctese una ley especial de yerbales y obrajes, en la que entre otros artículos, haya dos que digan así, respectivamente:
"Art.—Los patrones o empresarios de yerbales y obrajes en el Alto Paraná serán responsables pecuniariamente de los asesinatos cometidos por sus mayordomos, capataces o cualquier comisión de particulares armados, en las personas de peones fugados por deudas o maltratos."
"Art.—Los empresarios sindicados o patrones pagarán por cada peón asesinado, una multa equivalente a la tercera parte del capital empleado, y que será destinada parte al sanatorio, parte a las familias de las víctimas, y parte a una caja de socorros para los peones invalidados por el trabajo; sufriendo además una prisión celular que no podrá ser inferior a dos años y se cumplirá en una de las penitenciarías de la provincia de Buenos Aires."
Con eso se cortaría el mal de raíz. Garantizo yo que cumpliéndose esa ley se acaban para siempre los asesinatos de peones en el Alto Paraná.
Yo conozco a los negreros. Es inútil apelar a sus sentimientos humanitarios. El dinero les ha atrofiado el cerebro y el corazón.
Hay que pegarles en el bolsillo, nada más que en el bolsillo.
Ya se ve que sin gastar un centavo, los gobiernos argentino, brasileño y paraguayo respectivamente pueden acabar en un corto lapso de tiempo con esos crímenes horrorosos que estremecen de indignación.
¿No es una vergüenza que en Buenos Aires exista una sociedad protectora de los animales y no haya una sociedad o un gobierno que proteja a los parias del Alto Paraná?
Cómo? ¡Hay dinero y gusto para premiar con una medalla al vigilante que salva la vida a un gato, y no lo hay para dictar una ley que castigue a los salvajes civilizados que asesinan a infelices peones porque se fugan debiéndoles cuatro pesos?
¿Hasta cuándo los legisladores argentinos cargarán con la responsabilidad de esos crímenes por medio de la complicidad del silencio?
Y ese gobierno argentino, ¿qué hace que no tome medidas radicales contra los negreros? Es tan fuerte la "amistad" que a ellos los liga?
Cuando llegue la hora solemne del centenario; cuando la opulenta Buenos Aires, estremecida de legítimo orgullo al ver tantas naciones representadas para aplaudir sus triunfos económicos; cuando la pólvora y la electricidad la iluminen levantada de pie sobre Sud América, en el día de su cumpleaños; cuando crucen sus engalanadas calles hombres de todos los países, comisiones científicas, literarias o artísticas venidas de todas las playas del mundo, de todos los pueblos más adelantados; cuando en cien banquetes se entonen himnos al progreso y a la civilización, ¿qué dirán los responsables de las matanzas y de los asesinatos en el Alto Paraná, si ven sobre la inmensa tela de su vanidad halagada por todas esas luces, esos ruidos, esos aplausos, esas concurrencias, destacarse en letras imborrables el "Mane Tecel Phares" de la mano socialista que vaya a turbar su danza de embriagados y los vuelva a la realidad de su reputación verdadera de tácitos cómplices de los negreros.
No soy yo quien acusa: Son doscientos o más secuestrados que se petrifican en las selvas del Alto Paraná, son cinco generaciones aniquiladas en vida, son centenares de mujeres escuálidas, demacradas, hundidas día y noche en tolderías infectas que no tienen ni dos metros de altura, sin horizontes, sin pasado, sin presente y sin luz en el alma; son cientos de criaturas sifilíticas al nacer, alcohólicas desde el plasma que las concibió, pálidas, amarillentas, embrutecidas, paseando su empobrecida sangre a treinta metros apenas del toldo, ¡ellas! nacidas para jugar, para la escuela, para el derecho a la vida, para el amor, en fin, para todo lo que no verán jamás a no ser por el prisma del cretinismo cepillado una vez al año, por el roce con otros habitantes de un mundo inalcanzable.
JULIÁN S. BOUVIER.
Villa Encarnación, Paraguay, Julio 1909
(1) Pique: sendero en el bosque.
Los asesinatos en el Alto Paraná
Posadas ha llegado al pináculo de su gloria. Le rinden homenaje tres naciones. En su lento método de absorción y de succión ha reducido, ayudada por los acontecimientos, a Villa Encarnación, la ciudad paraguaya del frente a un esqueleto. Hoy Villa Encarnación sólo existe en el mapa. Dentro de poco podrán borrarla. Estilo del venezolano y latifundista Marcelino Palacios, que quiere reemplazar los pueblos paraguayos por simples comisarías.
Ahora Posadas es de hecho la capital de ese cementerio de cinco mil leguas del cual os hablaba el año pasado. Es la llave principal. Si queréis enriqueceros a “grande vitesse” y aprender la caza al hombre, idos a Posadas. Allí encontraréis todos los elementos, desde el rifle hasta la impunidad.
Posadas social, Posadas trabajadora, me admiran; pero no es de esa parte de Posadas de la que os hablo, sino de Posadas de los negreros; es decir, las tiendas y escritorios de éstos, las casas minoristas que dependen de ellos y son llamadas casas conchabadoras, los billares, los peringundines, las casas de juegos y los prostíbulos al aire libre.
Allí se reproduce en pequeña escala la caza al hombre. Allí se caza su libertad futura y su dinero, a veces, las más de las veces, el dinero recibido a cuenta de su esclavitud venidera, porque el peón del Alto Paraná vende su existencia como otros vendían antes su alma al diablo.
Eso de empeñar su vida es algo muy triste, que denota una lamentable condición de inferioridad social. Que a los negros africanos se les haya vendido a la fuerza, es decir contra su gusto, para satisfacer los pedidos de inmigración de aquellos tiempos, pasa todavía, porque no podían rebelarse ni protestar; pero que el hombre del siglo XX se escape de la civilización y voluntariamente venda su cuerpo y el producto de sus músculos por dos o tres años de esclavitud, a trueque de unos miserables pesos que se le escapan de entre los dedos apenas los toca, eso es lo incomprensible; eso es lo vergonzoso y lo repugnante de ese contrato entre el capital y el desheredado.
¿Quién tiene la culpa? El peón, dicen algunos. No, no puede ser. Este es un ser inferior, analfabeto, ignorante, inexperimentado, menor de edad en el momento de su primera caída en las trampas del negrero. Lo rodean mil tentaciones. Todo lo incita a caer en la voluptuosidad de los primeros vicios que se adquieren en la juventud. Mujeres, juegos de azar, alcohol, etc., todo le sale al paso y lo atajan, o lo llaman con palabras seductoras, o lo arrastran de bracete en los tugurios de donde saldrá para firmar su enganche en el gran ejército de parias que gime entre las selvas del Alto Paraná sin esperanzas de redención, sin soñar siquiera que tal redención puede llegar y romper sus cadenas.
Y eso es lo que hace la fuerza y el poder de los negreros. No son ellos los que trafican con la carne humana: es la carne humana la que trafica con sí misma.
Por eso los negreros se lavan las manos como Pilatos, y se presentan ante el público como muy honrados, muy dignos, muy respetables, con la calificación de espectables negociantes de esta plaza (la de Posadas).
Pero mistificaciones asentadas así sobre el sufrimiento ajeno, no podían durar eternamente, y hoy se sabe con indignación que en las selvas del Alto Paraná hay un verdadero ejército de esclavos, de 7.000 o 5.000 peones, que están completamente y para siempre perdidos para la civilización, para la sociedad, para la familia, para el hogar.
Se puede afirmar que los negreros del Alto Paraná han asesinado sin balas, sin puñal y sin veneno a miles de hombres sanos y robustos que han salido de allí muertos en vida. Si se añade a eso los muertos a balazos, a puñaladas o con veneno cuando sus enfermedades se prolongaban demasiado, llegaremos a cifras espantosas.
Y si no, digan los negreros, ¿cuál es el peón suyo que durante veintitantos años de ignominias consentidas ha logrado comprar un rancho de doscientos o trescientos pesos con su trabajo?
De esos quince o veinte mil peones que han pasado por las horcas caudinas del Alto Paraná ¿cuál es el que hoy descansa en su hogar gozando legítimamente del fruto de varios años de esa terrible labor llevada a cabo entre privaciones, sufrimientos, penurias sin nombre, escaseces de todo, entre peligros y persecuciones?
Que me citen uno de cada cien. Que me citen uno de cada mil. Que me citen uno, ¡uno solo! entre esas veinte mil víctimas de la rapacidad capitalista. No pueden hacerlo!
Y sabéis cuántos paraguayos han sido barridos desde esa zona hasta los mataderos del Alto Paraná? Quince mil! Por lo menos quince mil!
Así como desaparecieron quince mil paraguayos, en ese inmenso cementerio de la civilización, así también desaparecieron por lo menos cuatro mil argentinos y mil brasileños.
Esas cifras son aterradoras, y sin embargo están lejos todavía de la verdad.
Cuarenta y pico de puertos tiene el Alto Paraná en las tres costas: paraguaya, argentina y brasileña respectivamente.
Ningún obraje ni ningún yerbal puede ser explotado con un personal inferior a cincuenta hombres. Tendríamos, pues, por lo pronto, dos mil y pico de hombres secuestrados para la civilización. Pero hay yerbales que ocupan 200 a 300 hombres. Hay puertos que encabezan de tres a cuatro yerbales o tres a cuatro obrajes. Hay otros puertos que son puertos de tránsito para miles de peones que se internan en el Brasil por Barracón, por Pipiri o por Foz do Iguazú, porque los negreros han extendido sus tentáculos hasta lejos, tierras adentro en el estado brasileño do Paraná, cuya capital es Curityba.
Sin caer en exageraciones, se puede calcular en ocho mil hombres la población flotante que va y vuelve al Alto Paraná pero sin nunca abandonarlo del todo, porque le falta los recursos y la energía necesaria para tomar esa determinación radical.
De un modo o de otro, esos ocho mil hombres pueden borrarse de la lista de los factores productivos. Los paraguayos, de miedo al cuartel, se quedan en las costas argentina o brasileña; y los argentinos, por escapar a la conscripción, se quedan en el Paraguay o se internan en el Brasil.
Ahora bien, todos esos sacrificios de vidas y de familias; todas esas existencias trituradas, pulverizadas allá en las selvas por el engranaje rutinario del sistema negrero; todos esos brazos arrancados a la agricultura, a la ganadería y a la población del territorio; todos esos seres arrebatados a la escuela, a la educación popular, a la enseñanza cívica, al progreso social, a la civilización, ¿a quién dieron sus músculos, su cerebro, sus aspiraciones, sus iniciativas? A la caja de hierro del negrero. Al insaciable tonel de las Danaides que millares de existencias no pudieron llenar.
JULIÁN S. BOUVIER
Los asesinatos en el Alto Paraná
SUMA Y SIGUE
Era imposible, totalmente imposible, que los negreros nos hiciesen olvidar el refrán de “genio y figura, hasta la sepultura” y por eso, nos dan lugar a sumar un asesinato más a la lista negra.
Ahora se trata otra vez de peones extranjeros: un español y un brasileño, lo que prueba que a los señores terratenientes del Alto Paraná ya no le va gustando la carne criolla, ni la paraguaya.
Veamos el hecho.
El 29 de abril fue conchabado por la casa Godoy hermanos, de Posadas, el español Gabriel Franco, para ir al puerto Santa Elena (Brasil) propiedad “manus latifundium” del célebre rey de los negreros, Domingo Barthe.
Embarcó en el vapor La Edelira, que es de Barthe, al llegar al puerto “7 de agosto”, en la costa paraguaya y noventa leguas antes de arribar a Santa Elena, el capitán desembarcó a la fuerza a Franco, quien a los pocos días, no pudiendo aguantar el tratamiento canibalesco que dan allí, cruza el Paraná a nado con un brasileño, y una vez en costa argentina, creyéndose seguros al amparo de la tan pregonada bandera, hacen una fogata y se recuestan al lado.
Dejemos ahora la palabra al español Gabriel Franco en lo que concierne al drama.
“Estábamos al lado del fuego secando nuestra ropa—dice—cuando a pocos momentos siento un tropel de zapatos y tuve que ganar el monte. Mi compañero, un brasileño, poco previsor, estaba con el poncho encima de la cabeza, cuando los perros-hombres, en un grupo de siete u ocho, lo agarraron de improviso y le pegaron muy fuerte hasta que no gritó (!) más.
“No sé si acabarían con él o no.”
Hasta aquí la declaración de Franco. No se puede ser más conciso para relatar un asesinato en toda regla.
¿Qué les parece, lectores de LA VANGUARDIA, eso de “le pegaron muy fuerte hasta que no gritó más”?
Y ese pedido de extradición resuelto en menos de dos horas, ¡qué lección para un Zeballos o para un Río Branco!
En cuanto a la ingenuidad del español Gabriel Franco, cuando termina diciendo “No sé si acabarían con él o no”, no la acepto ni en su más sospechosa expresión.
Al brasileño Juan lo mataron, y se acabó. Para nosotros que conocemos el Alto Paraná de pe a pa, eso no tiene ni la sombra de una duda.
Un hombre a quien siete u ocho otros le pegan “hasta que no grita más”, es un hombre muerto, tanto aquí como en la Gran China.
No puede haber dos opiniones sobre el particular.
Cuando no grita más, es prueba de que murió, porque, vivo, el dolor lo haría gritar: y aunque cesaran los golpes, siempre gritaría o se quejaría, porque el dolor no se retira con el último garrotazo o con la última puñalada, sino cuando se retira también la vida del cuerpo.
Luego dice Franco en su carta declaración: “que le pegaron muy fuerte”.
Si le pegaron muy fuerte es que el brasileño dejó de gritar cuando ya no pudo más, es decir, cuando estaba muerto o moribundo. Siete u ocho individuos que le pegan “muy fuerte” a un solo individuo indefenso, forzosamente tienen que acabar de matarlo en pocos minutos.
Queda una sola hipótesis todavía, y es que el brasileño hubiera dejado de gritar porque estuviese desmayado.
Pero esa hipótesis misma no puede quedar en pie, porque una persona desmayada vuelve en sí con el tiempo, y entonces el brasileño Juan hubiera aparecido en alguna parte, pues el río estaba bajo y por la costa se podía caminar leguas y leguas. Y si la persona desmayada no vuelve en sí es que a consecuencia de los golpes le sobreviene una congestión cerebral u otra complicación. En este caso hay homicidio lo mismo.
Lo que indigna es la audacia de los negreros. No se contentan con matar a sus peones en sus obrajes o en sus yerbales; hacen más, cruzan el río y van a matarlos en territorios extranjeros.
Eso es el colmo.
Ahora veremos si el ministro brasileño toma cartas en el asunto y el ministro español también.
Gabriel Franco está en Barracón (Misiones) donde presentó su queja, inútilmente, es claro. Que se le caree con el brasileño Juan, si éste está vivo; y si Juan ha sido asesinado, no podrán presentarle un brasileño falsificado, como lo harán si no se toma esa medida.
En cuanto al cónsul brasileño en Posadas, su intervención es completamente inútil, porque su amistad con el negrero Domingo Barthe le atará las manos.
Este hecho criminal no es más que uno entre tantos otros que se desarrollan en las selvas y sin testigos. Pero la lista negra se va haciendo larga.
Oh! el castigo vendrá el año nunca. Los negreros tienen mucho dinero.
JULIÁN S. BOUVIER
Del Alto Paraná
LOS CRÍMENES DE LA ESCLAVITUD
Director de LA VANGUARDIA.
Cada vez que los negreros del Alto Paraná cometen o hacen cometer el o los asesinatos de sus peones a quienes tienen más entreojos, parece que con la bala matadora suscribieran la palabra usual al pie de los folletines “continuará”.
Como ya lo hice notar en LA VANGUARDIA, no pasan dos o tres meses sin que la noticia de un nuevo crimen venga a decirnos “suma y sigue”.
Es pues, una lucha a muerte entre el negrero y el esclavo: el último quiere fugar; el primero quiere matar. Toda su prensa asalariada no bastará para evitarla. Hoy nuestra táctica socialista debe cambiar de dirección respecto a los esclavistas del Alto Paraná.
Hay que pegarles al bolsillo y al pecho. Ojo por ojo, diente por diente. Llega la hora en que será necesario que se inviertan los papeles. Si hasta hoy han sido los patrones los que asesinaron a sus obreros, de aquí en adelante es imprescindible que los obreros puedan defenderse de sus verdugos.
El derecho de legítima defensa es tan natural, que lo encontramos en todos los reinos de la creación. Negarlo al hombre es rebajar a éste a un nivel muy inferior al animal. Ya que los gobiernos no amparan a los que les dan la vida en el poder, éstos deben ampararse a sí mismos. Si en las desiertas selvas del Alto Paraná los negreros han tenido hasta hoy derecho de vida y muerte sobre sus peones, ya es hora de oponerles algo más substancial que los escritos y palabras. Por eso aconsejo a los peones, que antes de ir allá prevengan sus vidas, no contra los tigres, que resultan mansos, sino contra los negreros o contra los imbéciles asalariados que les sirven de instrumentos de crimen.
Hechas estas advertencias, pasemos a relatar el último crimen de la comparsa negrera: el más cobarde y el más horroroso tal vez de todos los crímenes cometidos en el Alto Paraná. Y dígase después si no, no es disculpable la acritud de nuestras palabras, y si no ha llegado la hora para los peones del Alto Paraná, abandonados por tres gobiernos, de entenderse para vengar las víctimas de su clase.
Una hermosa mañana paraguaya, cerca de la costa del río Tebicuary, en el departamento de Yuty, dos jóvenes hermanos Ignacio y Marcelino Vera, se despedían de su familia con el corazón lleno de esperanzas en un porvenir mejor. Iban hacia el Alto Paraná, llamados por el espejismo del anticipo y atraídos por las fabulosas promesas de pingües ganancias.
Ignacio, que tenía 24 años, huía del peligro cuartelero; pero Marcelino, de 14 años, iba para acompañar a su hermano y divertirse (!) lejos de la casa paterna, en Posadas, la Sodoma sud-americana, de tan funesta influencia sobre la despoblación del Paraguay.
En las veinte leguas que separan Yuty de Posadas, descontarían el porvenir con esa ingenuidad de la raza guaraní que suma las entradas sin hacer caso de los gastos y sin contar con la huéspeda.
Miles de paraguayos habían pasado por ese mismo camino, siguiendo el mismo derrotero, atraídos por el mismo celaje, rumbeando al mismo matadero. Pocos o ningunos habían regresado a sus hogares. El Alto Paraná se los había tragado de una manera o de otra. Desmenuzados por el engranaje esclavista, habían quedado con el espinazo roto por la bala asesina, o tumbados por la malaria, o enviciados en el cretinismo de las farras posadeñas, o se habían internado en los estados brasileros.
Cuando Posadas los hubo arrastrado en su remolino inmoral de vicio, de trapisondas y de obscenidades; cuando la prostitución negrera, inconmovible institución digna de los depravados, los hubo lanzado en los tugurios, en los garitos y en los prostíbulos hasta dejarlos inertes, insensibles, atrofiados, rendidos e inconscientes, entonces los entregó en calidad de carne humana al brasilero Antonio Caravallo, que los remitió a Puerto Dorila, en la costa paraguaya, arriba de Tacurú-pucú, y donde los esperaba el negro asesino Cándido Pintos, ya denunciados por mí el año pasado en LA VANGUARDIA.
En ese presidio penetraron, pues, los hermanos Ignacio y Marcelino Vera. De allí no debían volver más al mundo civilizado. La muerte ya les andaba pisando los talones.
El día 3 de septiembre pasado, el patrón Caravallo amaneció con luna(!). Es preciso saber lo que eso significa en el Alto Paraná.
Para los peones es un día amargo en el cual el sistema se manifiesta en todos sus horrores y repugnancias. Un patrón con luna, significa la muerte o el azotamiento de algún peón, o la negativa de dar lo prometido, o medidas de represión. El patrón o el mayordomo que amanece con luna generaliza, engloba y acorrala en el mismo círculo de insultos a todos los peones, y como a ese patrón no se le cae el revólver de la cintura ni para dormir, y además para dar rienda suelta a su luna, se hace acompañar por algunos esbirros, guarda-espaldas suyas, sucede que los peones desarmados y diseminados por grupos de cuatro o cinco, tienen que sufrirlo todo. Luego, las autoridades siempre están a favor del patrón y en contra de los esclavos; y se comprende, pues el centro negrero sostiene a esas autoridades y sustraen los criminales al castigo.
Ignacio y Marcelino Vera, así como otros, ganaban el miserable sueldo de sesenta centavos por día, que allí, apenas representan treinta porque todo es duplo o triple más caro que en los centros civilizados.
Por ese insignificante sueldo sudaban desde antes del amanecer, hasta la noche. Por él habían abandonado patria, hogar, civilización, sociedad, amigos, diversiones campestres, porvenir y salud. Por él se habían colocado inconscientemente bajo el dominio de la bala asesina.
Así como la cabra “tira al monte”, según dice el refrán, “la luna” de los patrones tira en provecho de éstos. Salga el sol por Madrid o por Antequera, siempre la referida luna negra trae ganancias al patrón.
Así pues, el 3 de septiembre, Caravallo amaneció con luna y manifestó que por cada día de falta, descontaría un peso por la comida, si comida puede llamarse la inmunda mezcla de carne salada, maíz y porotos que se les da.
Los peones quedaron aterrados. Aquel era un presidio. Su sueldo no alcanzaría ni a diez pesos mensuales. Era la esclavitud sin disfraz, sin horizonte, sin puerta de salida.
Un oriental llamado Alejandro Ríos protestó y en el momento fue azotado por Caravallo…. para ejemplo, y para ejemplo tal vez hasta hoy lo tienen secuestrado en las selvas.
El día 9, Ignacio y Marcelino determinaron fugar de ese infierno maldito, pero los pobrecitos lo hicieron con tal mala suerte que pronto fueron alcanzados por Caravallo y por el negro Cándido Pintos, que desde lejos les hicieron fuego con Winchester y luego los ultimaron a balazos de revólver y a machetazos.
Tan cobarde crimen no impresionó a los cínicos asesinos, caras duras en estos asuntos. Era preciso borrarlo todo para hacer creer que Ignacio y Marcelino Vera habían logrado fugar al exterior. Los dos hermanos yacían al lado uno del otro. El menor de 14 años, con tres balazos y un machetazo que le partía la cara. Aquel espectáculo debía conmover hasta las piedras, como vulgarmente se dice, pero, no tuvo influencia sobre esos salvajes asesinos.
Con la mayor naturalidad del mundo sacaron las fajas de los finados y con ellos acollararon a los dos cuerpos y… fondo! los tiraron al río, con una piedra a guisa de lastre.
Y… concluido ese trabajo (!), ejecutado tan rápidamente y con tanta limpieza, la honrada yunta volvió a sus lares, satisfecha de haber empleado bien el día.
Pero, Horacio no escribió en vano ese verso inspirádole por la experiencia: “Paede paena claudio” (El castigo sigue cojeando al crimen).
Falló el lastre que debía eternizar a los cadáveres en el profundo río, y otro fue el destino a que los asesinos los habían sentenciado.
Unos turistas que bajaban con el vapor “España” apercibieron dos cuerpos que bollaban en un remanso debajo de Tacurú-pucú. El espectáculo no es nuevo en el Alto Paraná. Lo nuevo era la idea del acollaramiento. Por casualidad, Caravallo el inventor, venía a bordo. Algo se sospechaba ya por él. Se sabía que habían desaparecido dos peones, pero se ignoraba cómo, en qué forma y dónde.
De buenas a primeras quiso negar, pero después ante la indignación de los turistas, al ver sobre todo el cadáver del pobre niño de 14 años, titubeó, se enredó en sus dichos, tartamudeó y quedó temblando.
Entregado al juez de Tacurú-pucú, especie de analfabeto, que La Industrial Paraguaya tiene allí para pantalla, éste (el juez) largó al asesino mediante doscientos pesos, y hoy Caravallo goza de completa libertad, siendo estimado como siempre en Posadas donde esta clase de individuos son y serán por mucho tiempo todavía los niños mimados de la sociedad, los benjamines que llegan hasta los gobernadores con la sonrisa en los labios y la coima en el bolsillo.
JULIÁN S. BOUVIER
N. de la P.—La circunstancia de haber llegado esta correspondencia cuando estaba prohibida por el Gobierno la aparición de LA VANGUARDIA, explica el retardo de su publicación.